Ricardo Cid
Ricardo, amor, Cid, campeador, t¨ªo, demasiado lo tuyo, ya ves, ¨²til, vale, condenado/amagado a multa y tres a?os de destierro a cincuenta kil¨®metros de Madrid. O sea, donde se est¨¢ bien.Nunca he dudado yo -que ni entro ni salgo- de la legalidad/legitimidad de las leyes, que tengo a quienes las reparten por hombres no falibles, o sea que, m¨¢s que el caso judicial, me interesa en ti, Ricardo, tronco. Cid Ca?averal, el caso metaf¨®rico, toda la Prensa madrile?a girando en una ¨®rbita de cincuenta kil¨®metros fuera de la Puerta del Sol, fuera de los centros de poder, informaci¨®n, noticia, decisi¨®n e influencia. Lo tuyo es otra cosa, pero lo nuestro es el tejerismo psicol¨®gico, s¨ªndrome nuevo que encarezco a mi querido Castilla del Pino. Ricardo Cid, delf¨ªn del nuevo periodismo literario, ¨²ltima estrella surgida de la estela madrile?a de la informaci¨®n y la imagen, que vale m¨¢s que mil palabras (si la imagen es de Baudelaire o de Ricardo Cid), con algo de gracioso de tuna y maldito de izquierdas (los hay de derechas: me invitan a habIar en la Universidad de Salamanca sobre literatura maldita), nervioso y moreno, loco de la locura de la mujer, como uno mismo, cuerdo con la cordura letraherida que da la prosa como pasi¨®n, aventura y esgrima. Contigo, Ricardo, ya digo, todo el periodismo madrile?o girando a cincuenta kil¨®metros de los centros de decisi¨®n/informaci¨®n, como esa sesi¨®n de Cortes a puerta cerrada, sobre el cirio, que hasta el ministro Oliart ha tenido que alegrarse de las grabaciones sigilosas, pues Ia verdad nos hace m¨¢s libres que el rumor o la suposici¨®n.
Todos contigo, Ricardo, paseando por el secarral manchego o la bra?a escurialense -?Estoy mirando a ver si Felipe Il era de izquierdas ?, ha dicho Guti¨¦rrez-Mellado, nuevo y espont¨¢neo h¨¦roe popular-, todos contigo, y no hablo ahora de f¨¢ciles solidaridades gremiales, sino de que hay tres maneras de alejar al informador de la informaci¨®n: vetarle su acceso, coaccionarle psicol¨®gicamente o mandarle a tomar vientos.
A ti, Ricardo, te han mandado a tomar vientos, literalmente, los vientos limpios, claros, serenos, donde el silbo vulnerado por el otero asoma, a cincuenta kil¨®metros de Madrid, justamente donde termina la contaminaci¨®n y empieza Espa?a. T¨² te lo has ganado, Ricardo, t¨² te lo has merecido, t¨² sabr¨¢s lo que has hecho: te escribo como amigo y lector, pero te utilizo como met¨¢fora, porque todos aqu¨ª, aunque nadie se haya tenido que mover de su butaca anat¨®mica de la redacci¨®n, estamos ya a cincuenta kil¨®metros psicol¨®gicos de la verdad, de la realidad, de la informaci¨®n, estamos en las nubes, en esas nubes que pasan, las maravillosas nubes baudelerianas, porque nadie se decide a acercarse ni con el pensamiento a las suposiciones o clarividencias ¨²ltimas, para mecanografiarlas en el teclado at¨®mico que ahora han puesto en los peri¨®dicos. Emborronadas campa?as a ciclostyl (siempre con tinta de m¨¢s o tinta de menos) que tratan de erosionar con su sintaxis azarosa la figura de Don Juan Carlos. Pero Fernando Arrabal me manda un tomo en franc¨¦s de su teatro, dedicado desde Paris, y ¨¦ste, veleidades marianas aparte, s¨ª que fue un exiliado, Ricardo, y vuelve a serlo, a cincuenta a?os/luz de la Espa?a de Franco, la guerra civil y el eterno siglo XIX que llevamos viviendo desde el XVII, porque aqu¨ª siempre es siglo XIX. Aparte tus culpas, que no conozco ni puedo juzgar, Ricardo, que sepas por ¨¦sta que todo el exilio hist¨®rico -Morat¨ªn, Blanco-White, Unamuno, Machado, Juan Ram¨®n, Aza?a, Cernuda, la basca- se pasean contigo a cincuenta kil¨®metros de Madrid, donde el aire se serena y viste de hermosura y luz no usada, como para Fray Luis, que los inquisitorializados son como los abuelos de los exiliados, y t¨², Ricardo, ¨²ltimo nieto culpable de todos. Dios contigo.
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