Tragedia y farsa
Zuckerman es un hombre fuerte y bueno, herido profundamente por la guerra; tiene un hijo en el frente, la premonici¨®n de que va a volar por los aires a causa de una mina y pide a las fuerzas vivas que le salven. Cuando no lo consigue, se venga y se suicida. Este es el relato que hace Alfonso Vallejo en su obra Acido sulf¨²rico, que fue accesit al premio Lope de Vega en 1976, y que se ha estrenado ahora en Madrid.El sistema es el contraste entre el personaje tr¨¢gico, entero y sufriente, y la sociedad representada en forma de farsa grotesca y cruel. Un contraste, una tragicomedia; a veces, un melodrama. Todo ello despierta una s¨ªmpat¨ªa inmediata: el p¨²blico se pone de parte del h¨¦roe y se r¨ªe y odia a las fuerzas vivas, los opresores, los farsantes. Subraya este p¨²blico, como siempre, lo m¨¢s evidente; lo que hay de sainete en alg¨²n momento, las palabrotas, la comicidad. Es en lo que est¨¢ educado y para lo que es sensible, aun dentro de la selecci¨®n que se produce: los espectadores son ya proclives al teatro nuevo, a la busca de la vanguardia.
Acido sulf¨²rico, de Alfonso Vallejo
Int¨¦rpretes: Anton?o Canal, Alberto Alonso, Enrique Benavent, Paloma Lorena, Pepe Lara, Terele P¨¢vez, F¨¦lix Roteaeta. Escenario y figurines de Pedro Moreno. Director: Antonio Corencia. Estreno: teatro Mart¨ªn, 25 de marzo de 1981
Parece no importarle la mala construcci¨®n teatral de la obra: a veces se confunde libertad y vanguardia con falta de trabajo en ese sentido. Aunque no le importe y se encuentre libre de prejuicios, la percibe; la obra est¨¢ compuesta sobre escenas de dos personajes, la dificultad del autor para mover y hacer hablar a m¨¢s de dos es evidente; las escenas son inconexas y lo que resulta de todo ello es una fatiga.
Hay, posiblemente, otras ?lecturas? de la obra. Podr¨ªa verse en el nombre de Zuckerman -aparte de su traducci¨®n directa, hombre de az¨²car- una resonancia de Superman -la palabra misma suena, para la asociaci¨®n de ideas- y llevarlo a ?superhombre?, resonancia nietzscheana que, unida a la m¨²sica de Wagner, podr¨ªa dar algunas interpretaciones. Se encontrar¨ªa en alguna escena un recuerdo del monstruo de Frankestein, y su dolorida inocencia; un alegato del hombre vencido por los electrodos.
Y una referencia sexual a la utilizaci¨®n de la perforadora mec¨¢nica, y un odio a la psiquiatr¨ªa cl¨¢sica, punitiva. El ambiguo personaje de la esposa se ofrece tambi¨¦n a las interpretaciones. Un hombre de las preocupaciones profesionales de Alfonso Vallejo -es neur¨®logo-, de su cultura y de su inteligencia ha debido poner mucho m¨¢s de lo que se ve en esta obra. Pero en el teatro todo lo que no es ostensible, se pierde.
Lo ostensible es suficiente: la tragedia del hombre manipulado, escarnecido, maltratado y vengador. Y la necesidad de una dramaturgia m¨¢s hecha, m¨¢s trabajada.
La obra tiene un considerable relieve por la interpretaci¨®n. Antonio Canal compone el personaje central con verdadera profundidad, con un excelente gesto donde est¨¢ todo el dolor del mundo, con el grito, con la palabra. En el friso de la farsa, Enrique Benavent y Pepe Lara crean dos tipos con solvencia y calidad; les sigue Alberto Alonso, y Terele P¨¢vez y F¨¦lix Roteaeta no dan m¨¢s de s¨ª en personajes epis¨®dicos. Paloma Lorena trabaja con br¨ªo, tiene el texto m¨¢s dif¨ªcil y el personaje m¨¢s ambiguo, y por ello su esfuerzo resulta menos brillante. Antonio Corencia tiene en la direcci¨®n una parte sin duda considerable en esta interpretaci¨®n y en tratar de resolver los problemas t¨¦cnicos producidos por la falta de construcci¨®n dram¨¢tica del texto. El decorado es simplemente funcional: no ayuda nada, y se limita a servir, igual que los figurines.
Los invitados al estreno gustaron de la obra, y rieron y aplaudieron sin regateos.
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