La Prensa y el terrorismo
La lucha contra el terrorismo, que en muchos pa¨ªses se plasma principalmente en un perfeccionamiento de las t¨¦cnicas policiales y en la sanci¨®n contundente a las pr¨¢cticas antisociales o golpistas, en este bendito pa¨ªs nuestro, tan formalista siempre, comienza contumazmente con una monta?a de papel oficial y un alud legislativo. Entre la disyuntiva entre el verbo y la acci¨®n, a pesar de que Goethe y Carlyle se inclinaran por lo segundo, nuestros gobernantes escogen la palabra, y en bastantes casos su verbo se convierte en verborrea de la peor clase. Parece como si el papel, bendito y oficial, lo emplearan, al igual que los orientales, para exorcizar a los hechos en lugar de enfrentarse a ellos. Porque no son leyes para defender la Constituci¨®n y la democracia las que hacen falta, sino decidida voluntad de hacer cumplir las que exist¨ªan. Al m¨¢s lerdo se le trasluce que, de haberse aplicado a rajatabla la legislaci¨®n militar y civil en uso hace un par de a?os, el protagonista de la operaci¨®n Galaxia no hubiera pasado de ser un inofensivo nasciturus, en lugar de transformarse en un energ¨²meno charolado y con bigotes. Si a las leyes que entonces ten¨ªamos y que no se aplicaron se les unen ahora otras tantas, tambi¨¦n de dudosa o parcial aplicaci¨®n, m¨¢s vale empezar a buscar el medio de nacionalizarse en Andorra.Todas estas medidas represivas que nuestros gobernantes se han sacado de las mangas de sus chaqu¨¦s -?o de las bocamangas de sus uniformes?-, por las que la Prensa vuelve a ser canallesca y chivo expiatorio de la existencia del terrorismo, nos produce la on¨ªrica sensaci¨®n de revivir algo que cre¨ªamos periclitado para siempre. Es ese d¨¦j¨¤ vu de los franceses que nos traslada a las pesadillas del pasado. Se empieza por unas peque?as disposiciones ?para defender la Constituci¨®n?, se pasa f¨¢cilmente a un nuevo art¨ªculo 2?, y a poco, se ve volar por los aires a un peri¨®dico -tal fue el caso de Madrid- v¨ªctima de la dinamita material de las inmobiliarias y de la ideolog¨ªa de un ministro de Informaci¨®n y Turismo. Y que no se nos hable de que el alto fin de lograr la paz y la convivencia democr¨¢tica justifi-
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can tales medios. Como dec¨ªa Gandhi, "el fin est¨¢ en los medios, como la planta en su semilla", y con procedimientos viciados, por tanto, no es f¨¢cil obtener resultados estimables.
Creo que a nadie se le oculta la iron¨ªa de la presente situaci¨®n. Un Parlamento, en el que seguramente hay una gran mayor¨ªa partidaria de la libertad de expresi¨®n, acuerda casi por unanimidad ponerla en cuarentena, mientras dos diputados, situados en los extremos del arco pol¨ªtico, y cuyas respectivas ideolog¨ªas abolir¨ªan todas las libertades en caso de triunfar alg¨²n d¨ªa, cantan loores a la Constituci¨®n y la consideran perfecta e intocable. Y si descendemos a los medios informativos Egin y El Alc¨¢zar, punto de mira de las inmisericordes armas legales, pasa tres cuartos de lo mismo. Siendo, como son, simples coberturas period¨ªsticas de dos opciones pol¨ªticas a las que s¨®lo les interesa su propia versi¨®n de la libertad de expresi¨®n, ahora descubren s¨²bitamente las excelencias de la libre informaci¨®n.
Y, efectivamente, no tenemos m¨¢s remedio que darles la raz¨®n, por simple respeto a nuestras convicciones democr¨¢ticas. Debemos oponernos a todo intento de mediatizar o cohibir la libertad de expresi¨®n, aun favoreciendo as¨ª a los que van a utilizar esta libertad para combatirla. Esta es la grandeza y la servidumbre de la democracia.
As¨ª las cosas, cuando se me pregunt¨® si refrendar¨ªa con mi firma una protesta. preventiva ante el posible cierre del diario vasco Egin contest¨¦ afirmativamente, pero haciendo algunas puntualizaciones. Firmaba no precisamente por las razones que luego exhib¨ªa el anuncio publicado en EL PAIS de 31 del pasado mes de marzo. Esa forma de verdad, que seg¨²n expresi¨®n del mismo podr¨ªa estar impl¨ªcita en Egin, no era la m¨ªa. Si hubiera muchas formas de la verdad, cosa que dudo, al menos la que yo suscribo no exige asesinar periodistas o secuestrar a contrincantes pol¨ªticos. Creo que en estos aspectos no caben verdades distintas o parciales. Si firmaba contra el intento de acallar una voz informativa era por respeto a una libertad de expresi¨®n que ha de sentirse y defenderse de forma global y sin matizaciones. Y tambi¨¦n porque el cierre de un peri¨®dico recuerda demasiado, por su irrevocabilidad, a la pena de muerte que siempre hemos combatido. Existen medios sancionadores y coercitivos en nuestro actual ordenamiento penal sin tener que recurrir a la creaci¨®n de inconcretas figuras delictivas que acabar¨¢n ineluctablemente pareci¨¦ndose al famoso art¨ªculo 2? de la fenecida ley de Prensa.
Llevada la cuesti¨®n hasta este punto uno se hace, finalmente, algunas consideraciones. Una es que incitar al golpe de Estado, con sus mort¨ªferas secuelas subsiguientes, es bastante m¨¢s grave que hacer apolog¨ªa del terrorismo. Por ello, no se explica uno bien por qu¨¦ las iras de la ley no parecen recaer por ahora sino sobre el diario Egin. Otra, que en el caso de que este mismo peligro se cierna sobre El Alc¨¢zar -y yo firmar¨ªa tambi¨¦n contra ello-, si los mismos que promocionaron la colecta de firmas contra el cierre de Egin actuar¨ªan en la misma forma, noble e imparcial, contra el de aqu¨¦l. Lo contrario ser¨ªa sacar un ojo por encima de la venda de la justicia y trucar las pesas de su balanza.
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