Un conductor llamado Jos¨¦ Mar¨ªa Garc¨ªa
Jos¨¦ Mar¨ªa Garc¨ªa est¨¢ entre las cien personas m4s importantes del pa¨ªs, seg¨²n las encuestas. Y seguramente est¨¢ entre las diez primeras si se habla en t¨¦rminos de popularidad. Lo que este hombre moviliza cada noche -unos nueve millones de oyentes- es algo muy serio y le convierte en el m¨¢s destacado conductor de opini¨®n p¨²blica de Espa?a.No s¨¦ si alguien se habr¨¢ molestado en echar cuentas, pero resulta que la palabra de Jos¨¦ Mar¨ªa Garc¨ªa llega cada semana a 45 millones de personas. Asusta pensarlo: al a?o le han o¨ªdo casi 2.340 millones de noct¨¢mbulos, muchos de los cuales no son aficionados al f¨²tbol.
?Qu¨¦ significa este fen¨®meno? ?El Propio Garc¨ªa se ha parado a pensar que sus palabras tienen m¨¢s audiencia que las de Su¨¢rez, Calvo Sotelo y Juan Pablo II juntos? Sorprende a veces, a la vista de tan abrumadora responsabilidad, la mezcla de seguridad e inconsciencia de que hace gala el personaje y que posiblemente sea una de las causas de su ¨¦xito.
El caso es que as¨ª lleva, d¨ªa a d¨ªa, nueve a?os, y la f¨®rmula parece lejos de agotarse. Vale la pena analizar un poco esa f¨®rmula m¨¢gica que con tanta precisi¨®n ha conectado con una legi¨®n de oyentes. En primer t¨¦rmino, a m¨ª me parece que Jos¨¦ Mar¨ªa Garc¨ªa es un gran vendedor. Y si hay que apurar las cosas, dir¨ªa que estamos ante un vendedor de ilusiones bastante m¨¢s eficaz y convincente que Adolfo Su¨¢rez. Su programa radiof¨®nico no es un informativo a la usanza habitual. Es, b¨¢sicamente, una fabulosa campa?a moral, una especie de cruzada contra la corrupci¨®n, contra el poder, en definitiva. La Hora 25 de Garc¨ªa tiene mucho de comic, ¨¦l mismo emplea algunas de las claves del g¨¦nero. En cualquier caso, Jos¨¦ Mar¨ªa Garc¨ªa ejerce diariamente (nocturnamente) de Superman o de cualquiera de esos h¨¦roes de tebeo, justiciero y vengador de nacimiento.
Existe una evidente er¨®tica Garc¨ªa. No se olvide que gran parte de su clientela le escucha desde la cama. As¨ª, el palad¨ªn mantiene unas connotaciones er¨®ticas que est¨¢n muy por encima de su f¨ªsico real poco afortunado. Lo importante es que arrebata: las ondas le ayudan a esta operaci¨®n et¨¦rea. Su voz se convierte en el hilo del flautista de Hamel¨ªn y el oyente, como las ratas, se deja arrastrar hacia donde el conductor desea, en medio de la noche, pasivo, obnubilado; incluso se dir¨ªa que hasta delega en el mago su esp¨ªritu cr¨ªtico. En verdad que ¨¦ste ha sabido crear una atm¨®sfera que envuelve al seguidor, un mundo con ceremonial, rito y lenguaje ad hoc. La sugesti¨®n de Garc¨ªa se concreta en unas pocas claves, simples pero firmes. La identificaci¨®n del oyente es n¨ªtida. Garc¨ªa es un hombre medio, de cultura escasa, con poca facilidad de palabra, parco de ingenio, directo e ?mprovisador, apasionado en la forma, autoritario en los modos, moralista impenitente, aguerrido y machac¨®n, personalista, transmisor de estandartes como la honestidad, la independencia, la sed de justicia, la sinceridad. Jos¨¦ Mar¨ªa Garc¨ªa es un maniqueo de los que le gustan a la gente. En un extremo, el bueno, ¨¦l, cargado de razones, areurrientos y autoridad moral; en el otro, el malo, Pablo Porta, lleno de lacras, silencioso, convidado de piedra, como un pim-pam-pum de feria cruelmente golpeado mientras se come una langosta. Con el tiempo Porta se nos ha convertido en una espinita que todos los espa?oles llevarnos clavada en el coraz¨®n, como Gibraltar.
La batalla se prolonga noche tras noche, desbordando la dimensi¨®n de cualquier serial radiof¨®nico de los que nunca mueren. Parecer¨ªa que el conflicto no da para tantos a?os de tensi¨®n. Pero ah¨ª est¨¢ el m¨¦rito de Jos¨¦ Mar¨ªa Garc¨ªa, taumaturgo capaz de repetir lo mismo, con id¨¦ntico y destartalado lenguaje, durante a?os, logrando incluso que la audiencia aumente. La verdad es que al cabo de un decenio Garc¨ªa y Porta siguen impert¨¦rritos, ocupando los mismos sitios, interpretando los mismos papeles. Y es que, finalmente, Garcia y Porta ya no son, para millones de oyentes, personas de carne y hueso, sino fantasmas, estereotipos morales.
Jos¨¦ Mar¨ªa Garc¨ªa, durante la dictadura, empez¨® a ejercer sobre los directivos una cr¨ªtica tan implacable como in¨²til. La traslaci¨®n de la cr¨ªtica deportiva a la cr¨ªtica al poder establecido, resultaba evidente. En este sentido. sin buscarlo, fue un luchador contra la dictadura. Su visi¨®n catastrofista de las estructuras deportivas, la denuncia de una corrupci¨®n multiforme, se desplazaba en el subconsciente colectivo al ¨¢mbito pol¨ªtico general, coadyuvando as¨ª a su erosi¨®n. ?Est¨¢ ocurriendo ahora lo mismo?
El problema de Garc¨ªa es que apenas ha evolucionado, tanto en su lenguaje como en el blanco de sus iras. Con la transici¨®n y la democracia sigue desarrollando el mismo argumento: los directivos son necios, ineptos, peleles; el poder es corrupto; las estructuras caducas, etc¨¦tera, Esta filosof¨ªa penetra diariamente con fuerza incontenible en el 25% de los espa?oles, para los cuales -seg¨²n les dice su or¨¢culo- nada ha cambiado, todo sigue decr¨¦pito y podrido. Incluso ahora m¨¢s, porque se puede hablar con mayor libertad. Como, por otro lado, Garc¨ªa no ahorra pullas contra este sistema democr¨¢tico (?o lo que sea?, suele decir), la descalificaci¨®n global alcanzar¨ªa a los pol¨ªticos-directivos (?son unos chupones?), a los partidos-clubes (?todos van a lo mismo?), al parlamento-federaci¨®n (?una merienda de negros?). Las consecuencias de este riego cotidiano pueden ser graves.
Seguramente Jos¨¦ Mar¨ªa Garcia no es consciente de su responsabilidad en la formaci¨®n de la opini¨®n p¨²blica. Es posible que crea que est¨¢ realizando un programa deportivo, cuando en realidad esa Hora 25 es el espacio m¨¢s ferozmente pol¨ªtico.
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