El rigor es pecado
Con la marcha de Antoni Ros Marb¨¢, con su final como director titular de la Orquesta Nacional de Espa?a, la cultura que este pa¨ªs no s¨¦ si merece o no vuelve a cobrarse otra v¨ªctima. El peculiar y vario car¨¢cter del p¨²blico que acude los fines de semana a los conciertos de la ONE en el teatro Real ve irse a quien vino a sustituir -con la satisfacci¨®n de muchos, entre los que, naturalmente, me cuento- nada menos que al tanto tiempo adorado por la apresurada inmovilidad que caracteriza a quienes se sientan los viernes por la tarde en el coliseo de la plaza de Oriente. Pero la verdad es que Rafael Fr¨¹hbeck era sucedido por un hombre que un¨ªa a su condici¨®n de m¨²sico profundo, intelectualmente muy s¨®lido -como disc¨ªpulo al fin de Toldr¨¢ y Celibidache-, de una cultura tan amplia como abierta, el imperdonable deseo de huir de los programas al uso -obertura de, concierto para, sinfon¨ªa n¨²mero-, que, bien ce?ido al selectivo cors¨¦ de lo decimon¨®nico, el tan ponderado predecesor hab¨ªa repetido hasta la saciedad. Pero todav¨ªa el rigor es pecado que no se perdona entre nosotros.Cr¨ªtico ha habido -en la mente de todos y en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando est¨¢ su nombre- que ha justificado los hechos del pasado reciente, y para ¨¦l, a lo que se ve, tan gustoso -aquellas, por ejemplo, pasiones como operetas- en raz¨®n -no s¨®lo porque s¨ª, motivo, al parecer, supremo, sino tambi¨¦n por esto- de no admitir las virtudes del presente. Otros se cansan de hablar del delicado momento por el que atraviesa la desde siempre llamada nuestra primera orquesta. E invocan, de seguido, otros nombres. El caso parece, demasiadas veces, la necesidad de encontrar a un culpable. Tirar por la calle de enmedio. Otorgar a los dioses la cabeza de la v¨ªctima. Una cabeza que adem¨¢s, querido lector, pensaba. El culpable, pues, resulta ser quien hac¨ªa bien las cosas. Ese Dafnis, esa Pasi¨®n seg¨²n san Mateo, ese Llenfant et les sortileges, esas Estaciones de Haydn o Das Klagende Lied lo demuestran con creces. Yo, desde luego, hubiera querido que a Antoni Ros Marb¨¢ le dejaran seguir haciendo las cosas bien.
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