Mitterrand, el "animal pol¨ªtico" mejor dotado de su generaci¨®n
Con su m¨¢scara de c¨®nsul romano, desenterrada bajo las cenizas de Pompeya en tiempos del Renacimiento, su mirada parpadeante en la que brilla una inteligencia controlada, su elocuencia c¨¢lida, vibrante, un tanto pasada de moda, con su afici¨®n por las citas cl¨¢sicas y la solemnidad algo pesada de su andar, es hoy el pol¨ªtico franc¨¦s por excelencia, el profesional que gusta darse aires de aficionado, el virtuoso que no consigue disimular el placer que le producen los duelos de palabras, quiz¨¢ por no haber nacido en el siglo de los duelos de verdad...Este hombre, creado para el poder, ha pasado la mayor parte de su vida, por lo menos hasta el d¨ªa 10, de mayo de 1981, enclaustrado en la oposici¨®n. Es un personaje de novela y su vida abunda en aventuras, contradicciones, ca¨ªdas y recuperaciones tan fabulosas que, en los debates constantes que suscita entre nosotros desde hace treinta a?os, sus adversarios no han encontrado nada peor que decir de ¨¦l que es un personaje de Balzac (c¨ªnico y ambicioso), mientras que sus amigos no han encontrado mejor r¨¦plica que la de afirmar que es m¨¢s bien un h¨¦roe de Stendhal (en¨¦rgico y desinteresado). Y as¨ª transcurre la vida pol¨ªtica francesa, a golpe de citas literarias que bien quisieran ser pu?aladas...
Es un hombre dif¨ªcil de conocer y, aunque ejerce sin duda uno de los oficios m¨¢s reveladores, lleva siempre puesta una m¨¢scara, que s¨®lo se quita delante de sus amigos. Al no contarme entre ¨¦stos, s¨®lo conozco de ¨¦l la apariencia con la que quiere presentarse y, evidentemente, las palabras y los actos p¨²blicos que han jalonado su vida de l¨ªder pol¨ªtico. Sin embargo, en tres o cuatro entrevistas he tenido ocasi¨®n de observar de cerca aquello que, a mi parecer, hace de ¨¦l el animal pol¨ªtico mejor dotado y m¨¢s capaz de su generaci¨®n, la que ha sucedido a De Gaulle y Mend¨¨s France, la que precede a Rocard y Chirac. La primera vez que le vi, en 1953, me encontr¨¦ con un joven diputado el m¨¢s brillante de la C¨¢mara, que ya hab¨ªa sido ministro en dos o tres ocasiones y destinado sin duda a presidir el Gobierno m¨¢s de una vez dentro de la IV Rep¨²blica, a la espera de instalarse en el El¨ªseo a la edad de las canas.
Se hab¨ªa convocado una reuni¨®n en el semanario L'Express, para tratar el tema de Indochina, un a?o antes de Dien Bien Fu. Yo acababa de llegar directamente de Hanoi, y lo que m¨¢s me llam¨® la atenci¨®n es que, entre todas las preguntas que me formularon aquella tarde mis colegas y diversos pol¨ªticos, las de Mitterrand eran no s¨®lo las m¨¢s inteligentes, sino adem¨¢s las m¨¢s pr¨¢cticas, las m¨¢s pol¨ªticas, formuladas para conocer mejor el problema, pero sobre todo para actuar con conocimiento de causa. Mitterrand no se encerraba en los principios y las frases, sino que se informaba con vistas a un cambio de pol¨ªtica. Su realismo me impresion¨®, porque cortaba por lo sano en el juego de ideas, de principios, de posiciones morales o intelectuales que constituye con demasiada frecuencia el fondo de la vida pol¨ªtica francesa.
Una comida con G¨¹nther Grass
Algunos a?os m¨¢s tarde, cuando estaba a punto de ponerse a la cabeza del partido socialista renovado, nos reunimos para almorzar en un restaurante parisiense con G¨¹nther Grass, que se hab¨ªa desplazado a Francia para presentar su novela El tambor de hojalata. Y, una vez m¨¢s, me sorprendi¨® de nuevo la corriente de entendimiento que se estableci¨® entre este gran intelectual alem¨¢n, que ten¨ªa el valor de participar en la pol¨ªtica" activa al lado de Willy Brandt, en lugar de atrincherarse en posturas de principio como muchos de sus colegas franceses e ingleses, y el diputado Mitterrand, que le asediaba a preguntas a prop¨®sito de la socialdemocracia alemana, de Brandt, a quien no conoc¨ªa personalmente, de Europa y de la ostpolitik. Al t¨¦rmino de la comida, Grass me rog¨® que le recordara el nombre de aquel franc¨¦s que, en lugar de brillar y darse tono, procuraba ante todo informarse.
El nuevo Mitterrand, el que yo he conocido ahora durante algunos m¨ªtines de la campa?a electoral, siente quiz¨¢ menos curiosidad por los dem¨¢s, pero est¨¢ sin duda m¨¢s satisfecho de s¨ª mismo. En tiempos se le comparaba con un condottiero italiano, pero hoy hace pensar m¨¢s bien en un pr¨ªncipe de la Iglesia (un amigo m¨ªo dice que se parece demasiado a cierto cardenal ... ).Todos los que presenciaron el debate televisado del 5 de mayo han comprobado con sorpresa que, en aquel cara a cara, era Giscard quien parec¨ªa el aspirante, mientras que Mitterrand daba la impresi¨®n de ser el presidente electo.
Gobernada exclusivamente por su capital, en la que Napole¨®n, siguiendo a Luis XIV, concentr¨® con una especie de furor todas las riendas del poder, Francia elige sus dirigentes en las provincias y, en la medida de lo posible, en el mundo rural. Durante mucho tiempo, ¨¦l Mediod¨ªa fue cuna de caudillos, quiz¨¢ porque eran m¨¢s elocuentes y m¨¢s h¨¢biles. Vino despu¨¦s el tiempo de la Auvernia, con Laval, Pompidou, Giscard...
El desquite del Sur
Entonces, una victoria de Mitterrand, ?significar¨ªa acaso el desquite del Sur, tanto tiempo esperado? S¨ª, pero s¨®lo a medias. Natural de Jarnac, en el departamento de Charente, el l¨ªder socialista ha conservado de esta regi¨®n de paso, de transici¨®n, de horizontes indecisos, una reserva, una lentitud aparente y una prudencia que se filtran a trav¨¦s de los ojos semicerrados, que se advierten en la voz poco altisonante, en los gestos mesurados. Poco meridional es en cambio un aut¨¦ntico provinciano, que ha sabido conquistar Par¨ªs, pero que no pertenece verdaderamente a esta ciudad; capaz de brillar en los ambientes mundanos, de lo cual no se priva, pero que prefiere por encima de todo sus ¨¢rboles y sus perros de Las Landas, los largos paseos por la Gascu?a y el cultivo de su huerto. Campesino de Par¨ªs, burgu¨¦s provinciano fuertemente marcado por el catolicismo de sus or¨ªgenes, Fran?ois Mitterrand desconcierta a fuerza de representar las cualidades y los defectos de nuestro pueblo...
Ahora, cuando ha llegado el momento decisivo de una vida jalonada por tantas pruebas y aventuras, a lo largo de la cual se ha ganado la reputaci¨®n de hombre audaz y h¨¢bil, de jugador demasiado astuto, de maniobrero de tipo florentino, su m¨¢xima preocupaci¨®n se centra en tranquilizar, en dar la imagen de un hombre de fuerza serena?, como rezan sus carteles electorales.
Ahora bien, este af¨¢n de tranquilizar, de reagrupar, de simbolizar la serenidad, ?puede acaso conducirle a transigir en sus ideas, en su programa, en el socialismo? Yo no lo creo as¨ª. Mitterrand podr¨¢ ir muy lejos en lo que a t¨¢ctica se refiere, pero todo indica que, tras haber llegado al socialismo a los cincuenta a?os, despu¨¦s de un buen n¨²mero de evoluciones, se siente apasionadamente apegado a esta doctrina y a sus principios, como se apegar¨ªa cualquier hombre a un amor de la madurez...
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