Una gran pieza del teatro musical
Seguramente era estreno en Madrid, dentro de la temporada de ¨®pera, ¨¦sta, c¨®mica, de Sergio Prokofief, Bodas en el monasterio, con libro de Mira Mendelssohn y el propio Prokofief, seg¨²n La due?a de Sheridan. La impresi¨®n que nos ha causado ha sido grat¨ªsima: se trata de una gran pieza de teatro musical en la que los personajes est¨¢n espl¨¦ndidamente caracterizados, en la que la m¨²sica fluye con inter¨¦s sostenido e inagotable inspiraci¨®n mel¨®dica, en la que la orquesta est¨¢ tratada con absoluta maestr¨ªa y protagonismo parejo al de las voces. Abundan las reminiscencias del teatro cl¨¢sico, as¨ª como las alusiones a otras composiciones de Prokofief, constituyendo un todo homog¨¦neo, sin fisuras. En fin, es una obra admirable, no s¨¦ si de un genio, pero s¨ª, al menos, de un creador de extraordinario talento y eficac¨ªsimo oficio musical.La ambientaci¨®n en Sevilla, la nomenclatura espa?ola de todos los personajes, son patentes en el libro y motivo de tentaciones t¨®picas en la escena, pero Prokofief tuvo el acierto de hacer m¨²sica suya al ciento por ciento, sin incurrir en referencias musicales que no s¨®lo hubieran sido artificiosas, sino que, adem¨¢s, ninguna falta hac¨ªan para poner en pie un asunto que se puede situar en otro lugar del globo. El Teatro Kirov de Leningrado (ciudad donde se estren¨® esta ¨®pera en 1946) prescinde de la tercera escena del acto tercero, ?la gran escena l¨ªrica de la obra?, seg¨²n se define en las precisas notas; al programa firmadas por P¨¦rez de Arteaga, lo que no puede entenderse si no es como una voluntad de destacar el aspecto c¨®mico de la producci¨®n. Pero digamos en seguida que, si calificamos de decepcionante la versi¨®n de Boris Godunov, el juicio sobre la puesta en escena de las Bodas, de Prokofief, ha de ser considerablemente m¨¢s positivo. El tono de discreta correcci¨®n en los cantantes que se?al¨¢bamos el otro d¨ªa -incluso de insuficiencia en alg¨²n caso concreto- sube hoy bastantes enteros, e incluso cabe hablar de excelentes encarnaciones de los personajes de don Fernando (Leiferkus), Luisa (Kovallova) y la Due?a (Filatova), como tambi¨¦n han sido muy bien defendidos otros papeles m¨¢s breves (los monjes en el primer cuadro del acto cuarto). Pero realmente ninguno de los protagonistas desciende apreciablemente del elevado nivel general: citemos solamente a V. Morozov, un Mendoza muy por encima de lo que hubi¨¦ramos podido prever en base a su Varlaam en la ¨®pera de Mussorgsky, anteriormente representada. Volvamos a aplaudir el magn¨ªfico hacer del coro y la calidad del conjunto orquestal, realmente de lujo en el contexto del festival oper¨ªstico madrile?o.
Bodas en el monasterio (Prokofief)
A. Diedik (tenor), S. Leiferkus (bar¨ªtono), G. Kovaliova (soprano), L. Filatova (mezzo), V. Morozov (bajo), A. Jramtsov (bajo), K. Pluzhnikov (lenor), L. Shevchenko (soprano), E. Fedotov (bajo), M. Chernozhukov (bar¨ªtono). Ballet, Coro y Orquesta del Teatro Kirov, de Leningrado. Director de escena: B. G. Kaliada. Director de orquesta: Yuri Temirkanov. Teatro de la Zarzuela, 11 de mayo de 1981.
Sin embargo, la velada ha tenido una figura singularmente destacada: la del director Yuri Temirkanov, cuya labor ha sido magistral en toda l¨ªnea. Su gesto claro, expresivo e imperativo ha impedido cualquier desajuste, e incluso el m¨¢s m¨ªnimo decaimiento de la vivacidad musical que continuamente ofrece la partitura. La orquesta ha sonado con empaste, con rotundidad y redondez, mostrando al mismo tiempo una extraordinaria capacidad para el matiz que, en cada momento, suger¨ªa la batuta. Sensacional actuaci¨®n del maestro Temirkanov, cuya presencia en el escenario supuso la intensificaci¨®n del aplauso que desde el principio de la representaci¨®n ven¨ªa prodigando el p¨²blico.
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