El director Temirkanov, protagonista de "Eugenio On¨ªegu¨ªn"
Las obras de Alejandro Pushkin han servido de base a muchos compositores oper¨ªstcos, especialmente rusos. Entre ellos se encuentran Glinka (Rusl¨¢n y Ludmila), Dargominski (Rusalka, El convidado de piedra), Cul (El prisionero del C¨¢ucaso), Rimsky (Mozart y Salieri, El zar Sall¨¢n, El gallo de oro), Moussorgsky (Boris Godunov), Chaikovski (Eugenio Onieguin, Mazzeppa, La reina de Espadas), Rachinaninoff (Aleko, El caballero avaro) y Stravinski (Mavra); es decir, la plana mayor, casi completa, de la m¨²sica rusa, desde el florecimiento nacionalista hasta nuestros d¨ªas.La compa?¨ªa del teatro Kirov, de Leningrado, nos ha tra¨ªdo de nuevo Eugenio Onieguin, no representado en Madrid desde 1972. (Por cierto, el estreno de esta obra en nuestra Patria se hizo a finales de siglo en versi¨®n espa?ola de Vidal y Llimona.) Garant¨ªa de la interpretaci¨®n y hasta yo dir¨ªa que su m¨¢ximo divo fue el director Yuri Termikanov, brillante, expresivo, asombrosamente servidor de la escena y las voces y capaz de transmitir efusividad teatral en todo momento.
Teatro Kirov de Leningrado
Eugenio Onieguin, de Chaikovski. Director: Y.Termikanov. Principales int¨¦rpretes: L. Shevchenko, E. Gorojovskaia, S. Leiferkus, K. Pluzhnikovy N. Ojotnikov.Temporada de ¨®pera de Madrid. Teatro de la Zarzuela 16 de mayo de 1981.
En el reparto -todo ¨¦l a un nivel de indiscutible calidad y, sobre todo, due?o de unos h¨¢bitos propios de las formaciones estables y bien dirigidas- hay que destacar, en primer lugar, a la mezzo Gorojovskaia (Olga) y al tenor Pluzhnikov (Lenski), ambos triunfadores en los concursos Francisco Vi?as, de Barcelona. Poseen medios de gran belleza y excelente t¨¦cnica, adem¨¢s de un saber hacer teatral que parece nota dominante en los artistas del Kirov. Porque la Shevcheriko, de timbre atractivo, un tanto herido por su constante vibrato, asumi¨® con singular talento las variaciones psicol¨®gicas de su personaje, Tatiana. Con ella, el tipo m¨¢s interesante de la obra, un poco reflejo de ciertas situaciones vitales del propio Pushkin, es Eugenio Onieguin, encarnado con ductilidad y nobleza por el bar¨ªtono Leiferkus. En su breve papel luci¨® con esplendidez el bajo Ojotnikov (Gremin) y el tenor Solodovnikov (Triquet) dijo con perfecci¨®n sus neocl¨¢sicos cupl¨¦s. Seguro y bastante afinado, el coro, y sin ning¨²n af¨¢n renovador, la regie. Ultraconservadores hasta la ranciedad, les es cenarlos de Dmitriev, y brillantes, los bailes. Para resumir: todo el conjunto nos permiti¨® seguir la ¨®pera con entera naturalidad.
El genio de Chaikovski, en ¨¦l que se equilibran diversos componentes -influencia italiana inspiraci¨®n popular, elegancia de ?gran sal¨®n?, intimidad psicol¨®gica de gran lirismo-, se pliega a las evocaciones pushkinianas hasta asumir su entero car¨¢cter testimonial de un momento hist¨®rico de la vida rusa, pleno de veracidad -como se?ala Turguenev-, ?m¨®rbidamente sensible, elevado, noble, angustiado y prof¨¦tico?, seg¨²n afirma Lunacharsky. Estamos en el preludio de una Iiteratura y una m¨²sica cargadas de pathos emocional, que en los pentagramas protagonizar¨¢ el mismo Chaikovski, aun cuando en el aspecto de la intervenci¨®n popular en la escena la cima se llama Mousorgsky. Triunfo claro para todos, pero, muy especialmente, para el director Termikanov.
Babelia
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