Concierto para platillo volante
A las siete en punto de la tarde se inicia el ruido en la feria. Dos avionetas-pancartas abren plaza girando en paralelo con los alguacilillos. Luego salen las cuadrillas con un t¨ªmido pasodoble de la media banda, que apenas se escucha en el tendido contrario. Y a partir de este momento el respetable castizo toma el relevo permanente al mando de la charanga.No ha llegado el primer bicho al burladero del uno y ya est¨¢ armada. Los coros empiezan por separado, y a su aire, un concierto que gobierna sin problemas la pintoresca andanada del ocho, minor¨ªa que va de entendida en la plaza, de indiscutible afici¨®n y que PSOE y UCD echar¨ªan del albero si la democracia taurina tuviera que someter a revisi¨®n del Congreso su reglamento interno. Los c¨¢nticos a la primera arrancada son muy variados: cojo, ciego, manso, gordo, raspa, enano, astillao, rat¨®n, buey y al corral. Luego empiezan los saludos al presidente: chorizo, sinverg¨¹enza, ladrones. Y, por fin, cuando apenas se han dejado o¨ªr un par de ol¨¦s al toreo de capa, entra en juego el momento ¨¢lgido del cachondeo general. Llegan los picadores.
Aqu¨ª, si los pa?uelos verdes, pitos, silbidos y flautas no han conseguido meter el toro en el corral, se arma la marimorena. A tu sitio, picador; al ocho, no pises, te has pasao, as¨ª no, as¨ª no; matador, s¨¢calo, barrena, barrena. La verdad es que para un mel¨®mano es la parte m¨¢s divertida. Se ponen ciegos y amortizan, entonces, el precio de la entrada y la larga jornada en el asfalto madrile?o.
La suerte de banderillas es m¨¢s pausada, aunque tambi¨¦n tiene sus bar¨ªtonos, bajos y tenores. Y luego si el torero no se da cuenta que tiene que lidiar dentro y fuera de la arena. Si se achanta y entra al enga?o est¨¢ perdido. Con un trasteo o unos desairados derechazos se llevar¨¢ a casa una bronca descomunal y un magn¨ªfico dolor de cabeza al recoger los regalos de almohadilla que se entregan, casi siempre, al final en la puerta de cuadrillas.
?M¨²sica!, pide un despistao (que no sabe que en Madrid esa frivolidad no se ejerce durante la faena) y la respuesta del coro es un¨¢nime: ?Cateto!. La verdad es que no hay m¨²sica en la faena porque no la dejar¨ªan o¨ªr. En esta plaza, el cartel del parabrisas dice as¨ª: prohibido no hablar al matador. Y luego pasa lo que pasa. O sales desencajao y a por todas como tuvieron que hacerlo -en lo que va de feria- Juanito Mora, El Yiyo, El Inclusero, Pepe Luis Vargas, D¨¢maso Gonz¨¢lez y Julio Robles. O te vas in¨¦dito y chorreandito. Hay que lidiar a uno y otro lado de la barrera y, as¨ª, dif¨ªcil ser¨¢ ver el arte en la feria. Dif¨ªcil conseguir la concentraci¨®n y el valor sincero del diestro y cuadrillas. Dif¨ªcil es que veamos en la capital lo que se cuenta que pas¨® en las plazas auton¨®micas.
Un d¨ªa ocurrir¨¢ el escarmiento de la gitana: ?O sos call¨¢is o sos llevan los marcianos?. Cuando el jolgorio alcance su climax en el arrastre del tercer toro en una corrida del arte, un platillo volante de celeste y plata, despu¨¦s de espantar a los abejorros publicitarios, se posar¨¢ en el ruedo y, por fin, se har¨¢ el silencio. La sopera brillante se instalar¨¢ en el centro del anillo (sin pisar la raya) y abrir¨¢, ante el espanto de todos, tres puertas de plata y remaches. Una, para los tres toros que quedan; otra, para alguacilillos, picadores y mulillas, y la tercera, para los maestros, cuadrillas, monosabios y Agapito, el puntillero. Al final de la redada, el avi¨®n redondo subir¨¢ flamante y se perder¨¢ en el cielo a grandes velocidades. Y los castizos, callaos y boquiabiertos.
Cuenta la gitana que el secuestro durar¨¢ s¨®lo unos minutos. Que el platillo volante se ir¨¢ a Sevilla, a La Maestranza, y con el mismo ritual de su llegada a Las Ventas vaciar¨¢ su contenido al atardecer en el albero. Y all¨ª, en el baratillo, a solas con el Guadalquivir, Anto?ete, Curro y el Paula terminar¨¢n la corrida con faenas inolvidables y en el mayor de los silencios. S¨®lo a media voz se oir¨¢n los ol¨¦s de las cuadrillas contrarias. Armar¨¢n el taco por lo bajini, si es que el d¨ªa 3 de junio el ruido de Madrid convoca por fin al platillo para rescatar a los tres divos de la feria. Entonces se har¨¢, por fin, el deseado silencio, al menos durante la operaci¨®n de aterrizaje y despegue. Luego volver¨¢ la m¨²sica y la rebusca por los tendidos de las entradas rotas. ?Chorizos! ?Que nos devuelvan el dinero! ?Ladrones! ?Sinverg¨¹enzas! Y en La Maestranza, mientras tanto, de dulce, oro y seda.
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