Las an¨¦cdotas y las coplas del artista, seg¨²n Cela y Alberti
Entonando las coplas salvajes aragonesas que tanto divert¨ªan a Pablo Picasso terminaron sus amigos Rafael Alberti y Camilo Jos¨¦ Cela la celebraci¨®n de la presencia viva entre, nosotros del genial pintor malague?o.El acto se celebr¨® el martes pasado, en el marco de la exposici¨®n colectiva que se ofrece estos d¨ªas en la galer¨ªa Theo, de Madrid, titulada precisamente Los amigos de Picasso, que re¨²ne una serie de obras de quince pintores con tempor¨¢neos m¨¢s o menos vinculados a ¨¦l, como Matisse, Bra que, Chagall, Juan Gris, Joan Mir¨®, Modigliani o Rousseau el Aduanero. Rafael Alberti y Camino Jos¨¦ Cela -Domingu¨ªn, el tercer invitado de la tarde, no se present¨®- trazaron cada uno, seg¨²n su particular genio y figura, el perfil humano de Pablo Picasso, ?que era antes que nada un hombre de cuerpo entero?, dijo Cela.
Rafael Alberti, con su impecable estilo musical, declam¨® varios versos dedicados por ¨¦l al pintor o a alguna de sus obras; a sus ojos inolvidables o a esa serie de grabados que corona el delirio er¨®tico de los ¨²ltimos a?os de Picasso: los amores secretos de Rafael y la Fornarina, coprotagonizados en plan voyeur por el papa Julio II y el pintor Miguel Angel.
Entre versos, coplas y garrotines refiri¨® Alberti algunos de sus encuentros con Pablo Picasso.
Camilo Jos¨¦ Cela, enemigo declarado de los homenajes p¨®stumos, se sum¨® a este acto porque Picasso ?s¨®lo ha muerto para el registro civil y fue hasta sus noventa a?os un joven eterno siempre en sus principios art¨ªsticos, que es lo m¨¢s importante en el arte?.
Rivalizaron cordialmente Alberti y Cela en la relaci¨®n de an¨¦cdotas y chascarrillos que hac¨ªan feliz a Picasso, quien se las hizo repetir muchas veces. Cont¨®, por ejemplo, Alberti la inefable historia de Lino, el del peo, un aceitunero de Rute (C¨®rdoba) que nunca hab¨ªa ido al teatro y en la primera representaci¨®n a la que asisti¨®, uno de esos dramas de Echegaray, tuvo a bien soltar una ventosidad en la escena culminante de la obra. Conminado por el alcalde, tuvo que abandonar la sala y desde entonces fue conocido en el pueblo con el cari?oso apelativo de Lino el del peo.
Cela record¨®, por su parte, otra historia que contaba Picasso, la del teatro de Quesada (Ja¨¦n), un enorme teatro donde nunca se represent¨® ninguna pieza dram¨¢tica, a no ser las exhibiciones que hac¨ªa el guarda del edificio, quien ten¨ªa la sorprendente cualidad de que le sonaban los genitales al andar. ?En esto?, dijo Cela, ?reconozco la superioridad de los andaluces sobre los gallegos; no llegamos nosotros a tal perfecci¨®n?.
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