Vig¨ªas en la noche
Apenas el sol se esconde cuando ya calles, caminos y jardines aparecen desiertos tras la marea cotidiana; la vida empieza sobre los tejados, en sus bosques de antenas apretadas. Las hay, de toda ¨ªndole: rectas, sencillas, c¨®ncavas, parab¨®licas, semejantes a parrillas dispuestas a recibir las bandadas de p¨¢jaros que preparan su largo viaje del oto?o. Otras se miran, complementan o envidan pugnando por un lugar mejor cara al aIud de invisibles mensajes que les llega desde los cuatro puntos cardinales. Vienen a ser el extremo sensible, los ojos en la noche de los aficionados a la televisi¨®n. Aquellos que, en Italia al menos, quieren gozar de tal invento plenamente se han hecho instalar en azoteas, ventanas o balcones el ¨²ltimo adelanto: un brazo que gira a voluntad seg¨²n la vocaci¨®n, capricho o necesidad de quien desde su hogar lo maneja. Hay, en estas secretas maniobras un placer hasta hace poco reservado a los radioaaficionados, al que se a?ade el aliciente de lo celado o prohibido, a partir de ciertas horas de la noche. Si usted vive en el norte de Italia y posee tal novedad, adem¨¢s de un receptor normal, tiene al alcance de su dedo y su mano nada menos que 35 canales entre privados y oficiales. Dicen -y no hay raz¨®n para dudarlo- que en todo el pa¨ªs funcionan unos cien. En el norte, usted dispone, adem¨¢s de los nacionales y privados, de los qtie llegan desde Francia. Montecarlo, Suiza o Yugoslavia, a los que es preciso a?adir el Telepace, cuyo telediario corre a cargo de un cl¨¦rigo que presenta a menudo filmes m¨¢s o menos parroquiales. Aparte de noticias, transmisiones deportivas y alg¨²n qlie otro acontecimiento cultural t¨ªmidamente rese?ado, los espacios mejores, sobre todo en verano, se dedican al cine. Un aluvi¨®n de historias olvidadas, de rostros muertos ya, de mensajes ef¨ªmeros nacen y mueren entre concursos y y rockeros disput¨¢ndose un tiempo que en su mayor¨ªa no fueron capaces de ganar cuando nacieron. De cuando en cuando Shakespeare, Antonioni o Capra vienen a echar una mano a Macario, Tot¨® y otros artistas populares, pero a la larga el gusto, el inter¨¦s o la simple necesidad se imponen y vuelven las comedias en las que el sexo a¨²n se anuncia en palabras o situaciones que no suelen llegar m¨¢s all¨¢ del desnudo discreto o la salsa picante. A la tarde, el Oeste lejano o de propia cosecha, la ¨²ltima guerra mundial o el filme hist¨®rico, en el que gentes y plazas de hoy piden prestados conflictos y pasiones a sus antepasados de otros siglos, tienen lugar de honor en los hogares antes de la cena, hasta alcanzar la hora de la noche. La ¨²ltima hora resulta, como siempre fije, al menos en teor¨ªa, el momento indicado, la hora meior, la ocasi¨®n favorita del amor, y la televisi¨®n privada ha tomado buena nota. A partir de las diez de la noche m¨¢s o menos, cuando seg¨²n los c¨¢lculos, no se sabe si hip¨®critas o paternales, los menores de edad se hallan en su lecho inocente, las pantallas se animan con abrazos y espasmos, con un tosco decamer¨®n dedicado a toda una generaci¨®n de ojos y mentes lejanos de tales avatares. Este p¨²blico de la ¨²ltima hora, cuando el silencio invade los rincones dentro y fuera de casa, viene a ser hermano del que con may,or r¨ªesgo y coste frecuentaba anteriormente tantas salas prohibidas por el respeto humano, por el "qu¨¦ dir¨¢n si me ven". convertidas en clubes s¨®lo para hombres.
Ahora, en cambio, la pantalla casera ha igualado ante el sexo las oportunidades. Matrimonios de tercera edad con la complicidad de la penumbra del sal¨®n de estar se asoman por primera vez a un volc¨¢n intermitente de pasiones que nunca so?aron en sus a?os m¨¢s j¨®venes. A rin de cuentas, jubilados en su mayor¨ªa, no tienen que madrugar ni levantarse al alba para ir a trabajar, a estudiar o vivir simplemente; la vida se les va ante el amor fingido que a lo largo del d¨ªa volver¨¢ a nacer dentro y fuera de s¨ª en la memoria o en las conversaciones. Tales historias donde la carne terrenal se disfraza con las ropas del arte, la etnograf¨ªa, la cultura o simplemente el devenir que cada d¨ªa se impone, se anuncian en la Prensa, unas veces como prohlbidas a los j¨®venes y otras directa y llanamente. Denunciados tales anuncios hace poco, el juez dict¨® sentencia favorable a la emisora, porque al no depender del erario p¨²blico, sino de la publicidad, estaba en su derecho de emitir las im¨¢genes que juzgara m¨¢s del agrado de sus posibles clientes. No as¨ª en el caso de las oficiales, financiadas en parte por la Administraci¨®n del Estado.
As¨ª, sexo y publicidad se?orean los hocares. El sexo porque, tal como sucede en el sigue siendo el mejor reclamo para el espectador, y la publicidad, omnipresente por motivos que no es preciso explicar, pero que llegan a presentar anuncios de productos contra la calvicie sobreimpresionados en escenas de Hamlet.
Las cadenas m¨¢s o menos importantes se disputan, cada cual a su modo, venal o legal, la atenci¨®n de los clientes. Las unas interfieren a las otras, a veces sin querer, a veces adrede, borr¨¢ndose o estorb¨¢ndose, en tanto el dedo tr¨¦mulo del espectador intenta abrirse paso en un oc¨¦ano de im¨¢genes ayudado por el tim¨®n de su antena giratoria.
?C¨®mo poner un poco de orden en tal laberinto? ?Obligar a los menores a meterse en la cama con los ojos cerrados en cuanto el sol se pone? ?Poner coto a la libertad de expresi¨®n, distinguiendo entre salas p¨²blicas y hogares? ?Intentar hermanar publicidad e informaci¨®n? Nadie lo sabe; nadie, al menos, ha conseguido hasta ahora poner remedio a ello; mas ahora que en Espa?a se anda intentando ponerse al d¨ªa por caminos similares, ya trillados fuera de ella, es de esperar que aquellos que van a llevar a cabo tal haza?a se informen antes tomando buena nota de precedentes bien pr¨®ximos en el tiempo y en el espacio.
Pues la televisi¨®n, por encima de sus reglas o valores pol¨ªticos, administrativos, t¨¦cnicos o econ¨®micos, es sobre todo el medio m¨¢s, importante conocido hasta hoy de formar y tambl¨¦n de deforriar a un pa¨ªs, m¨¢s que lo fueron en su d¨ªa el libro, el teatro o el cine, multiplicada su eficacia por la ¨ªndole especial de un p¨²blico que espera algo as¨ª como un nuevo man¨¢ que venga a sacarle de su momento actual, a medias entre la confusi¨®n y la ignorancia.
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