Para¨ªso encerrado

Lady Oscar.Los ni?os conocen mejor que nadie la invasi¨®n de nuestra pantalla menor por la industria nipona de dibujos animados. Desde Coraz¨®n a Las aventuras de Tom Sawyer o los comic m¨¢s espectaculares, se dir¨ªa que el mundo de nuestros hijos menores se halla en manos orientales. Aparte de las pel¨ªculas dedicadas a los aficionados a las artes marciales, Jap¨®n nos envi¨® en su d¨ªa otras fundamentales en la historia del cine.Sin embargo, los compromisos internacionales inevitables en ciertos productos de televisi¨®n suelen dar frutos inesperados, como esta Lady Oscar, filmada por Demy, en Versalles, y producida por un tal Mataichiro Yamamoto, inspirada en una novela de su misma nacionalidad.

La acci¨®n, dentro del estilo de los seriales habituales, se centra en torno de la corte y la Revoluci¨®n Francesa, al amparo de conocidos personajes como Robespierre o la fr¨ªvola Mar¨ªa Antonieta. Jacques Demy, lejos de sus paraguas de Cherburgo, en vez de llevar a cabo una segunda versi¨®n de Si Versalles me fuera contado, se ha limitado a ofrecer a los espectadores una serie de cuadros amables y amor de follet¨ªn sazonados con la inevitable m¨²sica de Michel Legrand.

Aquellos que todav¨ªa creen en un mundo dividido radicalmente entre honestos h¨¦roes y personajes mezquinos disfrutar¨¢n con esta parodia de los viejos relatos de capa y espada, en ocasiones simple retrato animado, lugares donde un d¨ªa cambi¨® para siempre el destino de Francia. En esta historia convencional, reducida a an¨¦cdotas particulares, la verdad es que lo ¨²nico a salvar son las canciones infantiles que van contando los amores de la reina, cierto tono ir¨®nico del narrador en off y los jardines y palacios que un siglo levant¨® como cerrado para¨ªso de pocos y hoy convertidos en museo para todo el mundo, incluido Jap¨®n.