La sequ¨ªa
EFECTIVAMENTE, DE todo el siglo, esta es la sequ¨ªa, junto a la que se padeci¨® en los a?os cuarenta, que se prolonga m¨¢s duramente en el tiempo. Sin embargo, la escasez de lluvias en 1980 y 1981 aparece como un fen¨®meno de singular entidad, e incluso con caracteres de espectacularidad, por el contraste que supone respecto a la excepcional d¨¦cada lluviosa de los a?os setenta. Por su parte, Espa?a ha sido secularmente un pa¨ªs seco y ha sufrido repetidamente la severidad de su climatolog¨ªa.Afortunadamente, ahora,el problema que plantea la sequ¨ªa aparece menos concentrado en un . grupo social importante de poblaci¨®n, por la raz¨®n de que los agricultores han disminuido su n¨²mero en los ¨²ltimos lustros. Las consecuencias econ¨®micas de la sequ¨ªa son tambi¨¦n menores porque el sector agrario apenas si llega a un 10% del PNB, y porque dentro del sector la producci¨®n agr¨ªcola ya no representa el 70% de los a?os cincuenta, sino simplemente la mitad. La producci¨®n forestal, y sobre todo la ganadera, contribuyen a aportar la otra mitad del sector agrario. Pero la ganader¨ªa se concentra en la Espa?a h¨²meda o utiliza productos de importaci¨®n -soja y ma¨ªz- menos dependientes de nuestro clima.
Tambi¨¦n la infraestructura de los a?os ochenta nos -protege de la intemperie. La superficie de regad¨ªo ha crecido desde 1,8 millones de hect¨¢reas, en 1950, a veintiocho millones en 1979, mientras la capacidad de los embalses, que al comenzar el siglo era de 78 millones de metros c¨²bicos, permit¨ªa almacenar 5.600.000 millones en 1950 y 42.000 millones en 1979. Esta mayor capacidad de agua embalsada ha permitido recoger las abundantes lluvias de los a?os 1977 y 1978, y as¨ª nos ha permitido disponer de unas reservas r¨¦cord, que, por desgracia, est¨¢n ahora desapareciendo de modo alarmante.
La contrapartida de esa menor concentraci¨®n del problema de la sequ¨ªa en la agricultura se traduce en su mayor influencia en el funcionamiento de la industria y en el abastecimiento de agua potable para las poblaciones urbanas. Paralelamente, el ritmo de crecimiento de los regad¨ªos se ha desacelerado en los ¨²ltimos cinco a?os. S¨®lo se han puesto en regad¨ªo 200.000 hect¨¢reas, frente a 400.000 en los cinco a?os precedentes. Asimismo, la capacidad de almacenamiento de agua ha reducido su ritmo de expansi¨®n: s¨®lo un mill¨®n de metros c¨²bicos en el ¨²ltimo quinquenio, frente a casi cuatro millones de metros c¨²bicos en el anterior. Por supuesto, los principales aprovechamientos de los r¨ªos ya se hab¨ªan agotado, pero la falta de recursos de inversi¨®n en los Presupuestos del Estado ha tenido que repercutir en esta paralizaci¨®n de obras p¨²blicas y nuevos proyectos.
El crecimiento econ¨®mico del pa¨ªs exige que la pol¨ªtica hidr¨¢ulica salga de alg¨²n modo de su actual aton¨ªa, y, en este sentido, la sequ¨ªa ha venido a subrayar uno de los retrasos fundamentales de la actuaci¨®n del Estado. La vertiente norte contin¨²a estando hidr¨¢ulicamente aislada, con la excepci¨®n importante del pantano del Ebro, del resto del pa¨ªs. El agua excedente tampoco se aprovecha, y se vierte, incluso a veces muy contaminada, en el mar. Los antiguos planes hidr¨¢ulicos de Lorenzo Pardo s¨®lo se han materializado en el trasvase de las aguas del Tajo, pero Espa?a sigue sin desarrollar y ejecutar un programa de interconexi¨®n de sus aguas interiores. Por otro lado, la desigualdad entre ciudades relativamente bien abastecidas, como Madrid, y otras con enormes problemas de suministro, como Sevilla o Badajoz, exige una r¨¢pida soluci¨®n, incluida la potabilizaci¨®n de las aguas de nuestros grandes r¨ªos. La depuraci¨®n de las aguas industriales o el vertido de las urbanizaciones residenciales a los pantanos es un atentado insostenible en cualquier pa¨ªs; pero, sobre todo, en aquellos, como el nuestro, expuestos a sequ¨ªas saharianas.
Tampoco la utilizaci¨®n de las aguas subterr¨¢neas ha merecido la atenci¨®n necesaria, facilit¨¢ndose cr¨¦ditos a los utilizadores directos en condiciones interesantes. Quiz¨¢ el excesivo protagonismo y escasa eficacia a la hora de acometer el regad¨ªo de detalle desde el Estado, y concretamente desde el IRYDA, en lugar de reservarse para las grandes obras de infraestructura, puede ser uno de los motivos. Asimismo, el aprovechamiento de estas aguas plantea la urgencia de la depuraci¨®n de los vertidos, para evitar que las filtraciones de los r¨ªos arruinen su calidad.
Por desgracia, toda esta pol¨ªtica de utilizaci¨®n de los recursos no se improvisa de hoy para ma?ana, y no va a solucionar los males de esta sequ¨ªa.
Valga, sin embargo, esta enumeraci¨®n de acciones p¨²blicas posibles, realizables y no realizadas, para entender ¨¦l conjunto de causas y con causas que concurren en la cat¨¢strofe econ¨®mica y social que puede derivarse de la sequ¨ªa presente. A la altura de este fin del siglo XX, las autoridades p¨²blicas espa?olas est¨¢n simulando una postura de creencias equivalente a los tiempos primitivos, en donde s¨®lo la voluntad, la benevolencia o la ira de los dioses decid¨ªan el bienestar y la sevicia de los pueblos. Parte de la jerarqu¨ªa cat¨®lica ha ordenado elevar plegarias en petici¨®n de lluvia y los responsables p¨²blicos pueden haber encontrado en ese gesto la perfecta coartada para la ruina suplementaria, que se ceba especialmente en las zonas menos desarrolladas de Espa?a. Las autoridades-, en definitiva, parecen haber remitido este asunto al cielo, y soslayan as¨ª, con un gesto de inhibici¨®n, lo que debe corresponderles de responsabilidad no en que no llueva, sino en la multiplicaci¨®n de efectos que se ocasionan en un pa¨ªs infraestructuralmente mal dotado para combatir una climatolog¨ªa que le es propia.
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