El pentagrama de Federico Moreno Torroba
De entrada, el maestro Moreno Torroba tiene 91 a?os y est¨¢ en condiciones de saltar una zanja con p¨¦rtiga, de columpiarse como Tarz¨¢n en la l¨¢mpara del comedor, de hacer sobre s¨ª mismo un nudo de yoga con los zapatos en la frente y el cogote en la rabadilla. Esa es, al menos, la impresi¨®n que da. El cuadro m¨¦dico de su vida se reduce a siete constipados, algunos de ellos fechados en los tiempos de Sagasta. Se ha roto un dedo me?ique, tres costillas, un brazo y la clav¨ªcula, que ha soldado iodo perfectamente con unos esparadrapos. El maestro Moreno Torroba baja las cuestas de Navarra en bicicleta y ahora se sienta en la arista del sof¨¢ taconeando juvenilmente el pie, de tal forma que le dar¨ªas con un martillo en la r¨®tula y la patada que levanta el reflejo derribar¨ªa el florero de la mesa.-Antiguamente Madrid era tan estrecho que la gente iba de veraneo a Aravaca, a Chamart¨ªn y a Carabanchel. Un pariente de mis padres, que era interventor del Banco de Espa?a, ten¨ªa una casita en Carabanchel y all¨ª ¨ªbamos con los colchones en un coche de caballos a pasar el verano. Me divert¨ªa mucho, porque hab¨ªa un teatro, propiedad de un comerciante, donde se pon¨ªan funciones, por ejemplo, La canci¨®n de la Lola y El barquillero, aquellas cosas del a?o de la pera. All¨ª debut¨® Juanita Manso, que despu¨¦s estren¨® La corte del fara¨®n y fue mujer del maestro Lle¨® o una de sus favoritas, no recuerdo bien. El teatro estaba en medio de un campo de trigo y tendr¨ªa yo cuatro a?os cuando vi por primera vez una amapola encamada, y aquello me sugestion¨® una barbaridad, hasta el punto de que todav¨ªa llevo la amapola clavada en la frente y a veces pienso en ella, es corno si la viera. Le estoy hablando del a?o 1895, h¨¢gase cuenta; en Espa?a mandaba C¨¢novas del Castillo, toreaba Lagartijo y no se hab¨ªa producido a¨²n el desastre de Cuba. Por aquel tiempo empec¨¦ a estudiar m¨²sica, pero luego lo dej¨¦. Mi padre, adem¨¢s de profesor del Conservatorio, era organista titular de la iglesia de la Concepci¨®n y de San Mill¨¢n, en la calle de San Cayetano, all¨¢ abajo, por Embajadores. Hab¨ªa luchado mucho y no quer¨ªa que yo fuera compositor. Despu¨¦s del bachillerato prob¨¦ a estudiar lo que estudian los chicos, primero aduanas, y me suspendieron; luego, minas, en la Universidad de El Escorial, y lo mismo. Tambi¨¦n intent¨¦ entrar en el Ej¨¦rcito, porque mi padre daba clases de m¨²sica al director de la banda del alc¨¢zar de Toledo, pero afortunadamente me atasqu¨¦ en la trigonometr¨ªa y no pude pasar. Entonces estaba lo de Marruecos, e igual me pegan un tiro. As¨ª que me dije: ?qu¨¦ voy a hacer; qu¨¦ va a ser de m¨ª? Como ten¨ªa conocimientos de m¨²sica y de piano, ayudaba a mi padre a tocar el ¨®rgano en las iglesias, y ya comenc¨¦ a agarrar un dinerito. Ten¨ªa mi padre un sueldo rid¨ªculo, pero entonces se viv¨ªa barato. Por la noche pon¨ªa un duro sobre la mesa y con eso com¨ªamos todos. Yo le ayudaba en las misas de comuni¨®n y me adiestr¨¦ mucho a improvisar con el ¨®rgano. En los bautizos me pagaban seis reales por divagar, mientras echaban el agua al ni?o y los invitados iban por all¨ª.
La Gran V¨ªa no exist¨ªa a¨²n y en la Puerta del Sol las calesas se abr¨ªan paso entre se?oritos engomados, menestrales con guardapolvo y perros puntiagudos. El pueblo bailaba con acorde¨®n o tamborino en los descampados, los elegantes tomaban el t¨¦ en salones isabelinos, el aire de Madrid ol¨ªa a pellejo de vino y los m¨¢s ilustres caballeros llevaban en la entrepierna una purgaci¨®n mal curada con la que hab¨ªan sido obsequiados en la calle de San Marcos. Por una acera de Alcal¨¢ se ve¨ªa bajar a Espartero con tripita cocinera, pero Mazantini ya era un se?or con el traje bien cortado y un pa?uelo de lunares en el morrillo.
-Yo nac¨ª en el n¨²mero 3 de la calle de la Montera, en una casa estrechita que todav¨ªa existe. Y como mi madre ten¨ªa la man¨ªa de las mudanzas, primero nos trasladamos a la calle de Carretas, 7. Mi abuelo, que era sastre y vest¨ªa a toda la aristocracia de Madrid, viv¨ªa diez portales m¨¢s arriba. F¨ªjese el poco bullicio que hab¨ªa entonces., que yo me asomaba al balc¨®n y gritaba: ?Mam¨¢ Pilar! Y mi abuela desde su casa me contestaba. Un grito que se o¨ªa en toda la manzana. Lo m¨¢s agitado era la Puerta del Sol, donde hab¨ªa tertulias de pie, entre buhoneros y organillos. Por all¨ª me tropezaba a veces con el maestro Chap¨ª, que viv¨ªa en la calle del Arenal. Estaban asfaltando la Puerta del Sol y yo lo ve¨ªa parado, con las manos atr¨¢s, contemplando las calderas que amasaban el asfalto. Lo recuerdo con barba. Al maestro Jim¨¦nez lo trat¨¦ en la tertulia de mi padre en el caf¨¦ Comercial, de la glorieta de Bilbao. A Bret¨®n tambi¨¦n, llevaba aquellos cuellos tan bajos. Y a Chueca muy poco. En la acera de la Puerta del Sol hab¨ªa, por la ma?ana, de pie, una tertulia min¨²scula, que estaba formada por el maestro de capilla de la catedral de Madrid, por mi padre, por Bret¨®n y Chueca. Permanec¨ªan all¨ª charlando, y a las doce miraban c¨®mo bajaba la bola del reloj de Gobernaci¨®n y despu¨¦s de las campanadas se iba todo el mundo a comer. Le estoy hablando del final y principio de siglo. Entonces cruzabas la calle sin mirar y se o¨ªan los cascos de los caballos del tranv¨ªa. Cuando ya viv¨ªamos en la calle de Santa Engracia, nosotros cog¨ªamos el ¨²ltimo tranv¨ªa de mulas, a las doce de la noche, para ir a casa de los abuelos; nos conoc¨ªamos todos los pasajeros, y el ciego Fidel rifaba mu?ecas, caramelos y goma de paraguas en los veinte minutos de recorrido.
Las primeras obras
Eran tiempos en que la pechuga de Leocadia Alba y su embocadura de mulata, hilando gorgoritos, levantaba a la gente de la butaca. El maestro Moreno Torroba lo recuerda como si fuera ayer. Hab¨ªa entonces una superpoblaci¨®n de especialistas del do de pecho, abundaban las matronas del falsete y en cada esquina se levantaba un teatro, donde a base de solos y d¨²os se espantaba a los chinches. Las criadas por el patio de luces, las muchachas casaderas engatusando novios al piano, los picadores de lomo ensacado con ayes y jipidos en las tabernas y el g¨¦nero l¨ªrico para los diputados golfos, todo Madrid era un grito pelado.
Al ver que no pod¨ªa hacer nada de provecho, tom¨¦ la m¨²sica un poco en serio y la ambici¨®n me llev¨® a la cosa sinf¨®nica. Mis primeras obras fueron tres ¨® cuatro poemas, que entonces se estilaban mucho, sobre todo de la vida de Straus. Los estren¨¦ con Arb¨®s, director de la orquesta de Madrid, y tambi¨¦n con P¨¦rez Casas, que hab¨ªa creado la orquesta filarm¨®nica y dirig¨ªa los conciertos del Price. Al mismo tiempo me met¨ª en la cosa del teatro. En Lara el d¨ªa de Inocentes se hac¨ªan funciones de aficionados, interpretadas por la compa?¨ªa que era excepcional; all¨ª estaba Leocadia Alba, Balaguer, Clotilde Domos. Para el d¨ªa de Inocentes hice yo unas obritas. Tendr¨ªa dieciocho a?os, de modo que era en 1909, cuando la semana tr¨¢gica de Barcelona y aquello de Maura s¨ª y Maura no, que la gente llevaba en una chapa en el ojal. Luego ya me ofrecieron algo m¨¢s importante, que se llam¨® La mesonera de Tordesillas, y se llev¨® a la zarzuela. Gust¨® mucho y me dio un dinerito. Diez duros por acto. Trescientas pesetas toda la obra. Entonces se trabajaba a tres pesetas la butaca. Ahora en Evita te cobran mil. Pero yo ten¨ªa muchas dificultades para estrenar, porque hab¨ªa que luchar con Vives, Jim¨¦nez, Lle¨® y Chap¨ª, que estaban en pleno auge. As¨ª que, en un rasgo de locura, dije, pues nada, me voy a hacer empresario. Eso fue despu¨¦s del fracaso rotundo en Barcelona de una obra que era mala y el reparto peor. Me hice empresario y dije, a ver, lo mejor que haya. Siempre he sido precoz para los tratos. Cog¨ª el Calder¨®n y me asoci¨¦ con el duque del Infantado, que era due?o del local. Y all¨ª primero convert¨ª La Tempranica, de Jim¨¦nez, en ¨®pera, y luego estren¨¦ Luisa Fernanda. Eso me afianz¨®. Pero antes hab¨ªa tenido un pateo impresionante con la Caravana de Ambrosio, por culpa de Garc¨ªa Al-
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Moreno Torroba
Viene de p¨¢gina 13varez, que era un descuidado. Un empresario, de oficio confitero, nos hab¨ªa encargado la obra, y al ver que pasaba el tiempo y no se la entreg¨¢bamos, nos quer¨ªa matar. Nos lo hab¨ªa presentado Antonio Paso y ¨¦ste nos advert¨ªa, diciendo: ?Cuidado, no jugu¨¦is con ese confitero, que tiene malas pulgas?. Garc¨ªa Alvarez hizo el libreto en un d¨ªa, una caravana que va en busca de la Atl¨¢ntida y se pierde en el desierto, y yo compuse la m¨²sica en una noche. Dirigiendo -la partitura tambi¨¦n me perd¨ª y los de la orquesta se fueron cada uno por un lado, hubo que echar el tel¨®n y a mi espalda o¨ªa los insultos y los gritos del p¨²blico como una jaur¨ªa de fieras. Antes de Luisa Fernanda yo hab¨ªa hecho La Marchenera, que algunos cr¨ªticos dicen que es mi mejor obra. El empresario que la mont¨® era muy amigo m¨ªo. Y me propuso un trato: ?Oiga, usted es un gran m¨²sico y en vez de trescientas pesetas por noche le voy a dar cuatrocientas, como hay Dios. Usted me au toriza a cobrar sus derechos en la Sociedad -de Autores y yo le entrego cuatrocientas pesetas de mi bolsillo todos los d¨ªas?. Pas¨® el tiempo y resulta que aquel hombre era un estafador, un falsificador de moneda fant¨¢stico. Y me pagaba con pesetas falsas. Yo le daba las buenas y el me entregaba las malas. Ten¨ªa el juego de San Sebasti¨¢n y a un representante suyo de Guadalajara lo mandaba en el tren con una maleta llena de millones. Todo falso, claro. Acab¨® en la c¨¢rcel, pero yo gast¨¦ aquel dinero sin saberlo y nunca pas¨® nada. La gente lo cog¨ªa que daba gusto.
Federico Moreno Torroba vive en un piso burgu¨¦s del barrio de Salamanca. En la sala hay un piano de cola, un mill¨®n de veces aporreado, entre una consola con cajitas de terciopelo abiertas como ostras que son las medallas de una vida y la pared llena de diplomas, que van desde el papa de Roma a Franco.
-Para esto de la m¨²sica Franco era un cero a la izquierda. Dicen que le gustaba Marina. No es cierto. No ten¨ªa o¨ªdo. Tal vez le gustaran las marchas militares, pero ni eso. Y este diploma es de Pablo VI, cuando fui con Luisillo a darle un recital de flamenco en la sala Clementina, durante la concentraci¨®n de gitanos en el Vaticano. El Papa levantaba el brazo as¨ª, haci¨¦ndose el gracioso.
Al fondo del pasillo tiene el maestro Moreno Torroba una peque?a habitaci¨®n de trabajo, una mesa con partituras plagadas de patitas de mosca, otro piano, un archivo, todo en un desorden laborioso. Dos flexos iluminan en el pentagrama unos garabatos de fusas y semifusas, que el d¨ªa de ma?ana ser¨¢n acordes majestuosos, gorgoritos de diva, jaribeques de viol¨ªn osolosde bar¨ªtono. El cuchitril es como un rinc¨®n de estudiante opositor. El maestro est¨¢ trabajando en una antolog¨ªa de su obra para el Mundial de F¨²tbol.
-Yo fui a la primera quinta de cuota, es decir, mi padre pag¨® quinientas pesetas, y as¨ª cumpl¨ª un servicio militar limitado. En seis meses me hice soldado, cabo, sargento, brigada y teniente, aunque no llegu¨¦ a ponerin e uniforme porque me licenciaron. El sable me lo regal¨® el general Pepe Ungr¨ªa, que era compa?ero m¨ªo en la tertulia del Palace. Donde hoy est¨¢ Iberia hab¨ªa entonces un caf¨¦ tremendo con un teatrito, donde yo estren¨¦ una cosita que se llamaba Cuidado con la pintura. Aquello era muy honesto.All¨ª iba mucho el general Primo de Rivera a jugar al billar. El general tambi¨¦n se jugaba la pasta en el Liceo de Am¨¦rica, un c¨ªrculo elegante que se hab¨ªa montado en casa de un arist¨®crata, en la prolongaci¨®n del Banco de Espa?a. Primo de Rivera jugaba mucho. Yo creo que despu¨¦s, cuando fue dictador, prohibi¨® el juego porque perd¨ªa siempre. Se conoce que de rabia dijo: ?En vista de que estoy gafado, ya no juega ni su padre en Espa?a?. Yo guardo un grato recuerdo del general, porque gracias a ¨¦l me qued¨¦ por la cara el teatro de la Zarzuela con el maestro Luna. Yo era cr¨ªtico de Informaciones. Luna y yo pedimos audiencia al dictador en el Ministerio de la Guerra. Y ocurri¨® una cosa muy rara. Nos cit¨® a la hora de la siesta en agosto, con un calor espantoso. Su secretario, Mon¨ªs, nos dijo: ?Est¨¢ dormidito, pero esperen ustedes, que los va a recibir?. El general dorm¨ªa en el sill¨®n de la mesa del despacho con el cogote apoyado en el respaldo y la guerrera abierta. Est¨¢bamos en la antesala esperando a que despertara, y en esto lleg¨® Calvo Sotelo, con un traje gris claro, dando se?ales de impaciencia en ser recibido para algo muy urgente. Paseaba nerviosamente por la sala, mirando el reloj. Entonces sale Mon¨ªs y dice: ?Que pas¨¦is vosotros primero?. Todav¨ªa recuerdo la cara de espanto de Calvo Sotelo. Entramos. Y por las buenas le pedimos el teatro de la Zarzuela, que era del Estado. Y ¨¦l, sin m¨¢s, contest¨®: ?Os lo doy gratis con tal de que termin¨¦is las funciones antes de las doce?. Era muy asequible aquel hombre. Todas las noches iba con capa paseando hasta la Gran Pe?a. Muchos d¨ªas com¨ªa all¨ª. Yo le ve¨ªa mucho en el teatro Mart¨ªn-, siempre del brazo de su amigo, el empresario Paco Torres.
Lo ha visto todo, a la Chelito bu sc¨¢ndose la pulga, a su amigo Bombita del bracete con la Goya, a los arist¨®cratas golfos que iban de tapadillo al Romea, los primeros pasos del cinemat¨®grafo como atracci¨®n en barracones de feria, las tertulias del caf¨¦ de Levante, las cuitas de las infantas en los peluches secretos de Lhardy, a Ram¨®n G¨®mez de la Sema en la nube de calique?o en Pombo, a Frascuelo en su viaje a Par¨ªs donde perdi¨® una sortija, a Gald¨®s con gab¨¢n y las manos detr¨¢s husmeando en los garitos de la calle de Echegaray, a Ram¨®n y Cajal en primera fila de un caf¨¦ cantante con la barba histol¨®gica apoyada en el pu?o del bast¨®n y los ojos en la pantorrilla de la mejor chica del coro.
Un cigarrillo de Alfonso XIII
El d¨ªa del estreno de La Virgen de Mayo en el teatro Real, vino Alfonso XIII y me recibi¨® arriba, en su palco. Me ofreci¨® un cigarrillo largo con embocadura de oro, de esos que fumaban ellos. Yo no sab¨ªa qu¨¦ hacer con aquello en las manos. Yo no fumo, claro, y dud¨¦. Pero Luis Par¨ªs, director esc¨¦nico, me dio con el codo y dijo: ?Enciende el pitillo en seguida, que -eso no se puede despreciar. Lo mismo Se te cabrea el rey?. Ha sido el ¨²nico cigarrillo de mi vida, si se descuenta el puro que me fum¨¦ en el retrete del colegio a los ocho a?os. Siempre he tenido actividades de orden. Y nunca me he metido en pol¨ªtica. No s¨¦, yo creo que ser¨ªa m¨¢s comunista que nadie si me dejaran organizarlo a mi manera. Pero de pol¨ªtica, nada. Estaba yo con Luisa Fernanda en el Calder¨®n y comenzaron a pasar por delante camiones llenos de gente gritando hacia la Puerta del Sol. La proclamaci¨®n de la Rep¨²blica me dej¨® sin fr¨ªo ni calor. Con aquello del libertinaje se vieron escenas muy pintorescas, con las mujeres dedic¨¢ndose a sus quehaceres en la calle. Luego, otro d¨ªa, fui a El Escorial a entregarle un asunto a Arniches, y quedamos para pasado ma?ana. Y pasado ma?ana comenz¨® la guerra. Estuve catorce meses en Madrid, con los naturales sustos. Me metieron en la c¨¢rcel quince d¨ªas, en la Direcci¨®n General de Seguridad, pero all¨ª nadie me hizo caso. No hubo declaraciones, ni acusaciones, ni nada. Dos semanas echado en un camastro de madera y oyendo de noche que los carceleros gritaban: ?fulano de tal! Y ese pobre ya no lo contaba. A m¨ª no me dijeron ni ah¨ª te pudras, hasta que vino Gisbert, el de los anuncios, que entonces era periodista del Heraldo, y como ten¨ªa influencias, me sac¨®. Me fui en seguida a San Sebasti¨¢n disfrazado de cubano, con una guayabera y un pa?uelo rojo en el cuello. Me puse eso y sal¨ª corriendo.
Federico Moreno Torroba es presidente de la Sociedad de Autores, y a los 91 a?os habla de coger el avi¨®n para Am¨¦rica como quien va a tomar el tren de cercan¨ªas hacia El Escorial. Se levanta a las ocho, se arrea un campanazo de agua fr¨ªa, trabaja antes de acudir al despacho, lo que hace todos los d¨ªas. de diez a doce canturreando fragmentos de zarzuela-rock, el pecho frotado con lavanda y saltando charcos cuando llueve. El tiempo transcurrido desde C¨¢novas del Castillo hasta hoy le ha dejado una naricilla de p¨¢jaro carpintero entre los mofletes algo descolgados bajo unos ojos que te miran con perfecta actualidad.
-Ahora dicen los chicos que se divierten mucho, pero en aquella ¨¦poca nos divert¨ªamos m¨¢s. Ahora lo ¨²nico que hacen es empujarte por la calle. Imag¨ªnese, entonces te pasabas el d¨ªa de tertulia en tertulia y cruzabas la calle de Alcal¨¢ sin mirar a los lados. Primero iba al caf¨¦ de Levante, donde ten¨ªa una pe?a que se llamaba el Senado, y all¨ª acud¨ªan pol¨ªticos, cantantes, escritores... Enfrente estaba el Congreso, y esa la aglutinaba Benavente. Luego te pasabas al caf¨¦ de Puerto Rico y encontrabas a los pintores. Despu¨¦s te echabas un garbeo por la calle de Sevilla con los toreros. Bombita, Machaquito, Vicente Pastor, Fuentes y Bejarano eran Amigos m¨ªos. Yo tambi¨¦n he toreado. Fue un d¨ªa, en El Escorial, y por poco no cort¨¦ orejas y rabo. Como ver¨¢, he hecho de todo. Despu¨¦s de la guerra tuve compa?¨ªa propia, pero la cosa econ¨®mica estaba ya muy mal. Desde 1934, en que, por primera vez, fui al teatro Col¨®n, de Buenos Aires, no he parado de viajar. Este a?o me voy a Punta del Este a estrenar un concierto para piano y orquesta. Y todos los d¨ªas me encontrar¨¢ usted en el despacho de la Sociedad de Autores. Hace poco estaba en Nueva York, y por una confidencia me enter¨¦ de la ley de Propiedad Intelectual que iban a metemos malamente, sin avisar. Le escrib¨ª una carta a Calvo Sotelo que ardi¨® el candil. Era un abuso. Resulta que con esa ley el autor pr¨¢cticamente quedaba despose¨ªdo del derecho moral sobre su obra. Hemos logrado pararla. Y. as¨ª vamos. El otro d¨ªa, en Nueva York, vi un musical fant¨¢stico que se llama Calle 42. Desde aquellos s¨¢bados blancos del Mar¨ªa Guerrero, donde las muchachas de sociedad se pon¨ªan de largo, hasta los m¨¢s detonantes de Broadway, me gusta todo.
Y as¨ª sucesivamente. Moreno Torroba hace proyectos para dentro de diez a?os. Mientras tanto, a los noventa tacos de almanaque, puede saltar una zanja o echarte un pulso. Al menos, a m¨ª me gana.
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