Bases para un entendimiento
La conflictividad pol¨ªtico-militar, muy intensa durante el primer tercio del siglo, hab¨ªa desaparecido pr¨¢cticamente desde hace decenios. La creciente profesionalizaci¨®n del personal de nuestras Fuerzas Armadas las manten¨ªa totalmente absorbidas en las actividades que le son propias. Su presencia en las calles como prolongaci¨®n de las de orden p¨²blico, habitual en otro tiempo incluido el per¨ªodo republicano- era cosa del pasado. Hace m¨¢s de cuarenta a?os que los soldados no reprimen huelgas, no se enfrentan con manifestaciones o sustituyen a los huelguistas "como panaderos, conductores y carteros". Su participaci¨®n "como comparsas de los festejos populares" se ha reducido pr¨¢cticamente a cero y el recurso a los militares para ocupar puestos en la Administraci¨®n civil ha dejado de practicarse, ni aun a t¨ªtulo excepcional.Sin embargo, hay gentes con voz autorizada que vienen quej¨¢ndose desde hace alg¨²n tiempo del aislamiento receloso y hostil que creen detectar en el estamento militar. De ser ciertos sus temores, los militares, viviendo al margen de la sociedad y apartados voluntariamente de ella, constituir¨ªan un grupo cerrado y amenazante que, lejos de cumplir su misi¨®n de defensores del orden constitucional que as¨ªmismo se dio el pueblo espa?ol, ser¨ªan su m¨¢s serio peligro. El ¨²nico capaz de dificultar su consolidaci¨®n.
En contraste con esa actitud, los restantes espa?oles, entusiastas del sistema democr¨¢tico en sus nueve d¨¦cimas partes, asistir¨ªan temerosos y anhelantes al devenir de los acontecimientos con la aprehensi¨®n de que en cualquier instante podr¨ªan ser v¨ªctimas de la prepotencia de la clase militar que, detentadora de la fuerza y prevalida de sus medios, podr¨ªa hacer saltar el sistema de libertades por el que desde tan largo tiempo ven¨ªan suspirando.
Extremando tan simplista esquema, las Fuerzas Armadas, reflactarias a todo cambio, estar¨ªan dispuestas, en alianza con las oligarqu¨ªas detentadoras del poder econ¨®mico y social, a impedir por la fuerza cualquier modificaci¨®n sustancial del orden establecido. Su respeto a "cualquier opci¨®n pol¨ªtica o sindical de las que tienen cabida en el orden constitucional", come? proclaman las Reales Ordenanzas, ser¨ªa una pura farsa.
No s¨¦ si este resumen es o no exagerado si refleja o no lo que se piensa en los cen¨¢culos pol¨ªticos, intelectuales, estudiantiles y sindicales, pero si s¨¦ que concuerda lo bastante con lo que se lee y se escucha como para que lo aceptemos y tomemos en consideraci¨®n, siquiera sea para someterlo a juicio y comprobar si vale como hip¨®tesis en que basar posteriormente generalizaciones.
En mi opini¨®n, aunque no creo que sea este el momento de explicarla, en este supuesto se parte de dos apreciaciones falsas: ni los militares son tan antidem¨®cratas ni la sociedad espa?ola es tan fervientemente democr¨¢tica. Los militares, ni m¨¢s ni menos que los restantes grupos sociales y varias comunidades regionales, sufren -todav¨ªa- la enfermedad de particularismo que Ortega detectara hace ya sesenta a?os y, aunque el mal ha remitido considerablemente, las reca¨ªdas son siempre posibles, y en la actual coyuntura podr¨ªan ser de fatales consecuencias. En el com¨²n temor a que se produzcan est¨¢, creo, la mejor terapia para impedirlas.
La sociedad espa?ola no es, o por mejor decir, "a¨²n no es", liberal ni democr¨¢tica -as¨ª lo pienso al menos-, pero s¨ª tiene el deseo y la voluntad de serlo. Fue en su decidido prop¨®sito de no recaer en contiendas civiles donde Franco encontr¨® el m¨¢s firme apoyo para su perpetuaci¨®n en el poder, y es esa misma determinaci¨®n la s¨®lida base sobre la que asiento la certeza de que el sistema de convivencia democr¨¢tica no s¨®lo es posible, sino inevitable. Ni aun "los golpistas" -los pocos que hay- se atrever¨ªan a serlo si creyeran que su acci¨®n podr¨ªa degenerar en una confrontaci¨®n armada.
Esta visi¨®n, pesimista, parece hacer depender nuestra paz interior de un equilibrio de temor semejante al equilibrio de terror que mantiene la exterior; pero aqu¨ª el estado de ¨¢nimo de las gentes nos permite tener el pecho abierto a la esperanza.
La "amenaza" de los dem¨®cratas
Los militares, como todos los restantes grupos sociales, viven en su peculiar atm¨®sfera, "con sus principios, intereses y h¨¢bitos sentimentales e ideol¨®gicos distintos" que hay que respetar e incluso estimular, pero lo que les une a los dem¨¢s es que tienen clara conciencia de ser parte de un todo, y de ning¨²n modo un todo aparte, como seg¨²n Ortega, a quien se debe la frase entrecomillada, suced¨ªa cuando la escribi¨®. Hoy, los grupos sociales, hasta los m¨¢s separatistas, ya no act¨²an en departamentos estancos y han renunciado, en gran medida, a la acci¨®n directa como medio para imponer su voluntad; "el pactismo est¨¢ revelando a "la ruptura", y la actitud dialogante, al desde?oso aislamiento. Al hablar de separatismos comprendo no s¨®lo a los hiperniacionalismos perif¨¦ricos, sino tambi¨¦n a los que a¨²n, m¨¢s irracionalmiente, creen que sugrupo puede bastarse a s¨ª mismo, no necesitar de los dem¨¢s.
Desde esta nueva atalaya es desde donde debernos contemplar la realidad, renunciando a f¨¢ciles, pero falsos, espejismos. La, vida espa?ola, lo queramos o no, sufre a¨²n la dicotom¨ªa en que la dividi¨® la guerra, pero con un talante totalmente nuevo. Otras veces he citado la frase con que Am¨¦rico Castro retrataba lo que fue esa realidad en el pasado: La vida aut¨¦nticamente espa?ola ha consistido en lo que llamo conciencia de inseguridad, en la necesidad de convivir con personas y cosas que no son como uno desear¨ªa, y en rebelarse contra el hecho de que as¨ª sea". La variante, la sustancial variante, es que hemos dejado de rebellarnos contra el hecho de tener que convivir con los que, son o piensan como nosotros, que herrios decidido aceptarles como son y hemos renunciado a someterles, o convertirlos, a estacazos.
En esta renuncia, casi siempre dolorosa, estuvo el punto de par tida de la transici¨®n a la demo cracia, y en ¨¦l las Fuerzas Arma das actuaron de forma ejemplar Como m¨¢s de unavez nos ha re cordado Juli¨¢n Mar¨ªas, nadie puede vanagloriarse- de haber reducido ni en un segundo la vida del r¨¦gimen de Franco, que mu ri¨® con ¨¦l de muerte natural y, aun ¨¦sta, anormalmente demorada. Despu¨¦s fueron las propias fuerzas sociales y pol¨ªticas que le respaldaron las que libremente, con el firme sost¨¦n de la instituci¨®n militar y venciendo la d¨¦bil resistencia de sus fracciones m¨¢s p¨¦treas, las que se denominaron bunkerianas, decidieron la reforma pol¨ªtica, que, refrendada por un pueblo ansioso de cambio y paz, o de cambio en paz, si se prefiere, dio paso a, esta Espa?a democr¨¢tica, hoy en franco pro ceso de estabilizaci¨®n, si no lo impiden los dem¨®cratas.
Si en aquel momento auroral las Fuerzas Armadas no opusieron el menor obsbiculo al cambio cuando su acci¨®n se hubiera realizado dentro de la legalidad vigente, ?por qu¨¦ lo iban a hacer despu¨¦s, cuando necesariamente tendr¨ªan que salirse de ella? Por supuesto que sus componentes, formados muy mayoritariamente en unas lealtades y unos principios concretos, se han visto muchas veces obligados a mutilarlos; pero, como dijo Aza?a, el militar que no sabe posponer sus sentimientos personales al deber profesional no es militar", y nunca es m¨¢s de admirar que cuando, por disciplina y abnegaci¨®n, obedece -aun si "el pensamiento aconseja lo contrario de lo que se nos manda". Hoy, el Gobierno es obedecido por todos, y el peligro no parte de ellos, sino de quienes insensatamente los provocan, con un deseo malsano, inconfesado y muchas veces inconsciente, de verlos alineados con los enemigos del r¨¦gimen para darse el gustazo de acertar en sus catrastrofistas pron¨®sticos.
Muchas veces he mantenido el criterio de que el m¨¢ximo peligro que se cierne sobre la convivencia "en la democracia" procede mucho m¨¢s de las zonas templadas en las que habitan lo puros, los intachables, los incorruptibles, que en aquellas en que residen los extremistas de ambas bandas. Apoyo mi opini¨®n en la convicci¨®n de que ¨¦stos caracen de peligrosidad reducidos a sus menguadas fuerzas, que ¨²nicamente pueden alcanzarla si se empujan hacia ellos a las numerosas gentes de ideolog¨ªa m¨¢s omenos, af¨ªn que aceptan el juego democr¨¢tico, repudian la violencia y quieren avanzar sinceramente por los caminos de la tolerancia y la transigencia. Estas son muchas, much¨ªsimas, y si no se las acosa, si no se las irrita, no s¨®lo no caer¨¢n en la tentaci¨®n de servir de apoyo a sus interesados afines extremistas, sino que terminar¨¢n repudi¨¢ndoles, neg¨¢ndoles toda simpat¨ªa y, desde luego, cualquier tipo de colaboraci¨®n.
La libertad de expresi¨®nPor el contrario, los necios y gratuitos agravios -difusos o corporativos-, las condenas indiscriminadas, los anatemas dqgm¨¢ticos, los sarcasmos con poca gracia y menor originalidad y, fundamentalmente, la insensata identificaci¨®n generalizadora de comunidades, instituciones, o grupos sociales enteros, con golpistas o terroristas, pueden terminar por hacer caer en tentaci¨®n -y no faltan tentadores- a quienes vienen resisti¨¦ndola denodadamente.
Que los tentadores fomenten la ambig¨¹edad, conocedores de que s¨®lo en el mundo turbio de la imprecisi¨®n pueden tener su oportunidad, tiene su sentido, pero hacerles el juego es, cuando menos, una imbecilidad. De ah¨ª mi irritaci¨®n cuando veo meter en el mismo saco a los militares y a los golpistas, a los vascos y a los etarras, a los antifascistas y al GRAPO, etc¨¦tera.
No estoy defendiendo, por supuesto, ninguna cruzada contra la libertad de expresi¨®n, pero s¨ª abogo porque al escribir sobre estos temas se atempere la pasi¨®n con la raz¨®n, "o lo que tanto vale, por la prudencia", como dir¨ªa el profesor Fern¨¢ndez Carvajal.
Los problemas est¨¢n ah¨ª y hay que abordarlos. La incomunicaci¨®n entre militares y civiles tiene frecuentemente su origen en que han sido considerados tab¨²es o han sido desde?osamente ignorados por unos intelectuales que no los consideraban interesantes. Muchas veces me he quejado de la absoluta despreocupaci¨®n de nuestra universidad por las cuestiones que plantea la defensa, en vivo contraste con lo que sucede en esos pa¨ªses que siempre se nos presentan como modelo a imitar.
En una confrontaci¨®n abierta, muchos malent¨¦ndidos quedar¨ªan aclarados y superados, como bien se puso de manifiesto recientemente en Televisi¨®n Espa?ola. S¨®lo una cosa es necesaria. Que se aborden con esp¨ªritu comprensivo y generoso, con el talante liberal de que fue ejemplo insigne el doctor Mara?¨®n. Con tolerancia y respeto se puede decir todo y hablar de todo sin ofender a nadie. Es algo que a¨²n no hemos aprendido los espa?oles las buenas maneras -forma civilizada de relacionarse con los dem¨¢s-, sin las cu¨¢les no hay democracia posible.
Las buenas maneras entra?an, en el que las tiene, una voluntaria limitaci¨®n de su libertad, que sacrifica a las exigencias del respeto al pr¨®ximo, y as¨ª mismo, y en esa l¨ªnea de conducta, la autoridad -que se ejerce por persuasi¨®n y tambi¨¦n impositivamente- puede y debe exigir ese ajustarse a las reglas del juego a los que carezcan de modales. Esta acci¨®n moderadora la realiza por medio de medidas coactivas de car¨¢cter social, jur¨ªdico y pol¨ªtico -leyes- que sirven de asiento al orden civilizado. Como dice Fern¨¢ndez Carvajal, esa coacci¨®n s¨®lo es justa cuando es liberadora de otras coacciones injustas. "De aqu¨ª la paradoja que entra?a toda autoridad: pone la sujeci¨®n al servicio de la libertrad, y su meta ¨²ltima es llegar a hacerse in¨²til, destruirse a s¨ª misma". En ese momento, la democracia que hicieron posible los nos dem¨®cratas habr¨¢ alcanzado su plenitud. Operar a la inversa podr¨ªa resultar suicida.
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