La noche ¨ªntima de Madrid
En la puerta del garito, un conserje manco, iluminado por un reflejo de color quisquilla, aprieta con el mu?¨®n un taco de localidades contra la ves¨ªcula y pregona a media voz la entrada al para¨ªso por el precio de ochocientas pesetas, consumici¨®n incluida. Dentro se oyen rugidos de selva virgen. El para¨ªso es un peque?o local en penumbra abarrotado de padres de familia, novios de periferia, alcaldes o concejales ped¨¢neos en visita pol¨ªtica a la capital, ejecutivos solitarios y chulos de pie, apoyados en las columnas con una ginebra en la mano. El drama se desarrolla en un camastro con barrotes de jaula Una muchacha inglesa, en el papel de pantera en celo que no halla consuelo para su furor uterino, ofrece al respetable p¨²blico sucesivas oleadas de su culo. Ruge y mueve voluptuosamente la maternidad, embistiendo con el sexo a un macho imaginario.-?Qu¨¦ va a tomar?
-Un whisky con soda.
En esto sale un gorila muy afelpado, casi aut¨¦ntico, y en seguida se ve que la pareja de fieras va a celebrar un coito triunfal. Est¨¢n hechos la una para el otro. En la sala hay maridos tensos, con la bragueta inflamada que tragan saliva junto a la mujer leg¨ªtima un poco somnolienta ya a estas horas. Despu¨¦s de realizarse todo el d¨ªa en casa con la fregona, ella ha ido por la tarde a la peluquer¨ªa, ha dado de cenar a los hijos, ha lavado los platos, ha usado esa crema que deja las manos suaves para la caricia nocturna y ha consentido en acompa?ar a su marido a este antro de perdici¨®n. Con ademanes primitivos, el gorila arranca a mordiscos el taparrabos de la pantera, y una vez pelada de todo esta fiera inglesa, al son de unos trallazos electr¨®nicos y mucho rebuzno de zool¨®gico, se apodera del mando, sus partes bajas se agitan carnalmente y pronto se nota que el pobre gorila no puede con el paquete. El marido le da con el codo a la leg¨ªtima:
-No te duermas, mujer.
-?Qu¨¦ pasa?
-El mono, que est¨¢ a punto de palmar. No te lo pierdas.
La pantera desnuda, con la gre?a en la boca entreabierta, se friega v¨ªlmente al compa?ero sin ninguna compasi¨®n, con rudos golpes de bajo vientre. Hace con ¨¦l un kamasutra violento, seg¨²n las reglas de la selva. Le muerde la virilidad, lo zarandea como a un pap¨¢ Noel, mont¨¢ndolo a horcajadas, y cuando la se?orita inglesa est¨¢ a un punto del trance, y el espacio del peque?o para¨ªso se cubre de jadeos sincopados por el bong¨®, en ese momento en la sala se oye un grito de pavor acompa?ado de un maullido de gato. Una mujer de paisano pega un salto en la oscuridad y derriba todas las copas de la mesa. El gato del local, atado con una cuerda a una caja de coca-colas detr¨¢s de la cortina del cuarto trastero, se hab¨ªa paseado suavemente entre las piernas de la parroquia hasta que la clienta lo pis¨®. El susto en medio de risotadas le ha cortado el orgasmo feliz a la pantera sobre el camastro de escena, pero, de todas formas, el gorila muere en sus brazos, porque as¨ª est¨¢ escrito en el libreto.
Espect¨¢culos de fina sala
La sala exhibe sexo familiar. El presentador, que probablemente es de Avila, finge acento extranjero para anunciar las atracciones internacionales de esta sala tan fina. El p¨²blico asiste al espect¨¢culo con una seriedad de oficina o de conferencia de Zubiri. Ahora llega el n¨²mero de la ingenua vestida de payaso. La chica anda por el tabladillo parodiando gansadas de Charlot dentro de los zapatones hasta que el saxof¨®n coge una morbidez de boa, la elementa se despelleja los inmensos pantalones y la clientela comienza a divisar carne otra vez. Desde el interior del dizfraz, nadie lo dir¨ªa, sale una joven maciza, que se va poniendo seria a medida que se queda desollada. Se quita el gorro, le cae un haz de pelo hasta los hoyuelos de la ri?onada y, sin pensarlo dos veces, comienza a mover las nalgas de almendra hasta caer rendida. Luego viene la parte ex¨®tica con el n¨²mero de la japonesa con arco y el espect¨¢culo se cierra con un desnudo musical a base de cinco lesbianas selectas que trenzan sus cuerpos excitadas por el bolero de Ravel. El p¨²blico aplaude. Despu¨¦s, los padres de familia se van muy motivados al lecho matrimonial, donde la leg¨ªtima har¨¢ un remedo de strip-tease con lenceria fina entre el ropero castellano y la mesilla con orinal sin hacer ruido para que no se despierten los hijos. Los ejecutivos solitarios y los alcaldes de pueblo vuelven al hotel, en cuyo vest¨ªbulo tal vez encuentren una rubia oxigenada con la bandera subida, dispuesta a llevarles a los mares del Sur sobre una colcha de sat¨¦n. Mientras tanto, el elenco del cabar¨¦ toma un pepito de ternera en la cafeter¨ªa de enfrente y, esperando el pase de las tres de la madrugada, habla del c¨®lico nefr¨ªtico que le ha dado a una compa?era.
Un puerto de secano
La noche ¨ªntima de Madrid ha comenzado mucho antes, al cerrarse la tarde. El circuito de Ulises perdido en su regreso a Itaca puede partir de la calle de la Ballesta, que es un puerto para marineros de secano. A las nueve de la noche, en la tasca Casa Perico, es posible ver a las proletarias del amor cenando en corro sesos a la romana o ri?ones al ajillo. Una hora despu¨¦s ya est¨¢n todas en sus puestos, sentadas en los taburetes de los sucesivos antros, acodadas en la barra, haciendo pompas con el chicle. Los garitos de la calle de la Ballesta contienen todav¨ªa un punto rom¨¢ntico del primer plan de desarrollo. Huelen a caliente perfume de fresa con una veta de amoniaco que sale de la parte de los retretes. Aqu¨ª ya no hay sargentos negros de Torrej¨®n ni el g¨¦nero es tan terciado como en los tiempos de Ullastres. Ahora ya no se ven aquellas mujeres de cuarenta arrobas con una medalla de la virgen de la Fuensanta en el canalillo o ejemplares de hueso g¨®tico y rostro macilento, unas con el pre?ado de cinco meses comprimido por la faja, otras chaparras con muslos de defensa central asomando por la minifalda, todas con la boca pintada en forma de coraz¨®n sobre un dedo de argamasa. Ahora van de progresistas con bufanda y la que menos tiene un hijo en segundo de BUP. Algunas lucen un mo?o de Evita Per¨®n con lividez de talco en la mejilla, otras visten de malvadas con sombrero borsalino y siempre hay una que queda muy se?ora con traje de sastre.
-?Y t¨² de qu¨¦ vas, guapa?
-A m¨ª no me preguntes. Son 1.500 y la cama.
-?Trabajas mucho?
-Una media de dos pardillos al d¨ªa.
-Suficiente.
-Para ir tirando mientras llega el Mundial-82.
-?Entonces?
-Lo dicho, 1.500 y la cama. Vicios, tambi¨¦n aparte.
Bajo los luminosos rom¨¢nticos de la calle de la Ballesta, que tiene algo de muelle portuario, hay tertulia de chulos con los ri?ones en la pared y una pata de cig¨¹e?a. Los garitos llevan nombres de gran ternura ¨ªntima: El y Eva, T¨² y Yo. Los chulos est¨¢n picados de viruela y usan zapato blanco, chaqueta ce?ida con dos aberturas y navajita de chinar en el bolsillo, patillas rizadas y peluc¨®n de oro. A los porteros se les ven las cachas cuadradas y forman entre ellos una hermandad de karatecas. La calle tiene un candor rojo de pachul¨ª con parpadeos de ne¨®n y lisiados de Brunete, noria de taxis que trae clientes sin parar, olor ¨¢cido a alcantarilla y freidur¨ªa de tascas. El comercio empieza a animarse a las diez de la noche y los antros se apagan a las tres de la madrugada. Entonces se forman en la acera de la Telef¨®nica unos corros de contrata con el aluvi¨®n que sube de Carretas, de la plaza del Carmen, de las esquinas de Montera, y el mercado de la carne all¨ª juega a la baja bajo el relente del amanecer.
-Para ti, 1.500, chato.
-Tienen que ser mil o nada.
-Cabr¨®n.
-Se te van a comer las ratas.
-Bueno, vale.
Entre tipos con talante presidiario, cojos, tarados, cerilleras embuchadas en la toquilla como figuras de Nonell, vendedores de loter¨ªa, solitarios con las manos en los bolsillos, ebrios de mala catadura a los que les patina el embrague, chulos que controlan la mercanc¨ªa y mantienen el orden a cierta distancia, alrededor de la Telef¨®nica, hacia las cuatro de la madrugada, se celebra una subasta de carne con los restos de la noche. Es la ¨²ltima oportunidad de llevarse algo al catre con un precio de rebaja. Junto a este barullo de asentadores de abastos hay una fila de taxis esperando a que alguien levante la mano y embarque el paquete. La barriada est¨¢ llena de pensiones cuya especialidad
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consiste en un camastro, un lavabo y un billete para la Luna de media hora de duraci¨®n. El viaje es r¨¢pido.
Las chicas de apartamento
Las prostitutas de a pie, con una media de treinta a?os, todas del terreno, con la nota ex¨®tica de alguna portuguesa, mulata antillana o filipina, cubren las ¨²ltimas esquinas del centro de Madrid y recogen las caspas que salen de los bares americanos. En los pubs, snacks, tugurios de color de rosa y barra acolchada con cuarterones de skay, cuadros con caballos ingleses en las paredes tapizadas, en esos cubiles er¨®ticos de los alto de Capit¨¢n Haya, en el contorno del hotel Meli¨¢ Castilla, ya es otra cosa. Las se?oritas de alterne se hacen pasar casi todas por estudiantes de filosof¨ªa.
-Yo, por las ma?anas, estudio pedagog¨ªa.
-?El m¨¦todo Montessori?
-Cualquier cosa.
-?Y ense?as algo?
-Lo que haga falta. Siempre que suelte diez billetes.
Son esa clase de chicas que viven en bloque de apartamentos amueblados, con hilo musical y conserje antorchado con charreteras doradas. Tienen un payaso de trapo sobre el sof¨¢ cama, estanter¨ªa con novelas de amor y lujo, revistas abiertas por el hor¨®scopo en una cesta junto al tel¨¦fono de g¨®ndola tirado en la moqueta entre bragas y medias de colores, fotograf¨ªas clavadas con chinchetas en la pared, de aquellas que les pidi¨® la agencia, donde se ven r¨¢fagas de su trasero esfumado. Salen con un novio colombiano dedicado al asunto de drogas al por menor. Primero ellas han transitado por el desbrague medio art¨ªstico en los cabar¨¦s de la Gran V¨ªa, so?ando con un papel en una comedia de Alonso Mill¨¢n, a la espera de una hipot¨¦tica llamada para un programa de televisi¨®n o para una pel¨ªcula de Iquino, mientras se conformaban con darle un masaje a un gato rico de provincias.
Cuando de todo eso no ha salido nada y ya se ve que no saldr¨¢, han arrojado la toalla y ahora est¨¢n sentadas a medianoche en la butaca del lujoso vest¨ªbulo del hotel con la pierna elegantemente cabalgada, el cigarrillo rubio, el mechero de oro, el chaquet¨®n de zorro, viendo pasar por la alfombra peces gordos con tarjetas de cr¨¦dito. Las puertas blindadas de los ascensores se abren y se cierran. Los ejecutivos embarcan hacia la habitaci¨®n y ellas, estrat¨¦gicamente situadas como equipaje al pie de la escalerilla, los siguen con la mirada, esperando que se produzca un gui?o de complicidad, ese discreto adem¨¢n de contrataci¨®n para cerrar el trato a distancia, y seguirlos d¨®cil y silenciosamente hasta arriba. Est¨¢n en las butacas del vest¨ªbulo o esperan la visita en los pubs, snack y bares de alrededor, tarareando por lo bajo algo de Roc¨ªo Jurado en la penumbra perfumada. Si cae la pieza, ellas se la llevan a su apartamento amueblado, donde suena una melod¨ªa de Frank Pourcel en el hilo musical. Cada noche, en estos nidos de amor se reproduce la mitolog¨ªa. La chica dice que estas vacaciones de Semana Santa piensa ir a Londres a comprarse ropa, que en verano se largar¨¢ a Marbella porque est¨¢ harta de las piscinas de Madrid, que debe cuatro meses de alquiler, que por las ma?anas estudia pedagog¨ªa o se mete en un gimnasio, que van a contratarla para anunciar un zumo de fruta. El ejecutivo, con la camisa abierta y los pantalones en la rodilla, juega con el payaso de trapo, y en ese apartamento tan c¨¢lido, antes de entrar en combate, alimenta un sue?o de oro, el deseo m¨¢s viejo de cualquier hombre: que esa putilla tan fina se enamore de ¨¦l y no le cobre, aunque despu¨¦s le tenga que regalar un bolso de cocodrilo.
A las tres de la madrugada parpadea el ne¨®n de un strip-tease en una esquina del Madrid galdosiano donde hay ratas blancas despanzurradas en la calzada y se oye gritar a una mujer como si la mataran por encima del estruendo del cami¨®n de la basura. El garito est¨¢ en un s¨®tano rojo en forma de tranv¨ªa y en la peque?a barra del rellano se amontonan algunas criaturas con uniforme de conejo y una docena de borrachos de lengua gorda con una mano en el cubalibre y la otra buscando la teta m¨¢s cercana. En cada rinc¨®n del tugurio hay un solitario repantigado, arrojado como un bulto en la oscuridad, y en la pista baila una chica ¨²nica con botas de vaquero. Una mujer en bikini y la cara triste de madre de familia numerosa est¨¢ semidesnuda y sola en un taburete de la barra.
-?Se te puede sacar de aqu¨ª?
-Nada. Lo m¨ªo es s¨®lo el alterne.
-?Trabajas mucho?
-No me quejo. Entro a las siete de la tarde. A las nueve me dan una hora para cenar. Salgo a las cuatro de la madrugada.
-?C¨®mo va el negocio?
-Para m¨ª, bien. Llevo un tanto fijo y el 40% en el descorche. El seguro social, aparte. Vengo a salir por unas 200.000 redondas al mes.
-Que haya suerte.
-Muchas gracias.
El espect¨¢culo de la casa va a comenzar Se despeja la pista y un empleado echa la cadena por el borde de la tarima para que el personal no muerda las pantorrillas del elenco. Sale una chica en leotardos negros, zapatillas de andar por casa y cazadora de cuero claveteado. Primero se agita siguiendo un rock con la lengua fuera, pero muy pronto la m¨²sica se pone b¨ªfida con un clarinete de malas intenciones, y la zagala se despereza suavemente mordi¨¦ndose el labio inferior. Los ebrios de la sala no le hacen caso. Entonces ella abrevia. Se quita los leotardos como si se fuera a dormir, arroja el sost¨¦n por aqu¨ª y las bragas por all¨¢, se manosea el sexo, mueve la tripa reci¨¦n parida y en eso se produce el acorde final. La chica saluda y se larga, dando saltitos para no resfriarse, en direcci¨®n a los lavabos. En seguida se va a proceder a una rifa. Es una atenci¨®n de la casa. Los camareros reparten papeletas entre la clientela. Hay un bolso para las se?oras, un mechero para los caballeros y una mu?eca de propina. Con un candor de t¨®mbola ben¨¦fica, el empleado canta os n¨²meros del sorteo y los borrachines gritan, aplauden y besan la pechuga de las conejas.
Ambiente gay con m¨¢scara de crema
En un bar de ambiente funciona un v¨ªdeo pornogr¨¢fico mientras las hadas y las mariposas charlan con su paquete de az¨²car en las ingles, la cadera breve y un pu?ado de signos y medallas en el estern¨®n abierto. En el s¨®tano hay parejas masculinas tiradas en la moqueta. Producen la impresi¨®n de finos combatientes ca¨ªdos en una elegant¨ªsima batalla perfumada con chanel. No hay duda. Los homosexuales se han apoderado de la noche de Madrid. Junto a los cubos de basura florecen muchachos de pesta?as rizadas. La ciudad presenta de noche una m¨¢scara de crema que est¨¢ en los camarinos de Gay Club, donde reina Paco Espa?a en bata de cola. Es una visi¨®n inquietante, produce un efecto turbador este mundo de travestidos captados en la intimidad. Efebos desnudos con tanga, en traje de lentejuelas, muchachos de una belleza espl¨¦ndida envueltos en plumas, estolas y tules de ilusi¨®n. La estrella rubia Elianne, con el sexo doble, de quita y pon; el mulato cubano Watussi, con la cabeza rapada y polvo de oro, de plata en el hocico inflamado, con una v¨ªa l¨¢ctea de cromo en la frente, en los p¨®mulos; la elasticidad carnal del core¨®grafo Jorge Aguer.
La noche ¨ªntima de Madrid tiene un efecto simb¨®lico en los camarinos de Gay Club a las tres de la madrugada. Ellos o ellas se reflejan en los espejos de los cuchitriles entre estampas de santos de su devoci¨®n, v¨ªrgenes superticiosas, fotograf¨ªas dedicadas, pinturas, botes de crema, pastas de color, pinceles, sombreros de copa, pelucas, capas de falso armi?o, bisuter¨ªa, taparrabos de vidrio y zapatos de tac¨®n de aguja. Los centauros corren por el pasillo agitando la grupa con un bronceado de l¨¢mpara de cuarzo. Tienen all¨ª dentro amores furiosos, celos desbocados. Se besan, se acarician, se muerden entre ellos la dorada yugular. Paco Espa?a sale de faraona desmadrada, con un desgarro del Sur, pero al final de la noche se pone metaf¨ªsico y realiza un strip-tease existencialista. Mientras reivindica a gritos, su condici¨®n de homosexual con orgullo de pollanc¨®n, se arranca el atrezzo a tirones, se limpia el rostro con crema y dentro aparece un se?or gordito con cara de paracaidista.
La noche de Madrid termina al amanecer en los aleda?os del caf¨¦ Latino, en la margen izquierda del paseo de Recoletos. El residuo desvencijado de la jornada, drogadictos, navajeros, maricones sin amor, putas sin catres, chulos despu¨¦s de hacer caja, borrachos sin br¨²jula y ex presidiarios se hacen un nudo de carne y esperan a que el sol ilumine la crester¨ªa de las Calatravas.
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