Carne de ca?¨®n
Miles de ni?os espa?oles padecen trastornos psiqui¨¢tricos graves. Son ni?os que, por dejadez de la Administraci¨®n, se ven abocados a la marginaci¨®n, la delincuencia e incluso al suicidio. No es el t¨®pico del ni?o suburbial que aprende a ser delincuente en el barrio, sino la situaci¨®n de muchos hijos de familias medias que no son atendidos de manera adecuada.Jos¨¦ Mar¨ªa G. A. acude a la consulta acompa?ado por una pariente cercana y la asistente social. Es delgado, algo corto de estatura para su edad, y de ¨¦l s¨®lo destaca la viveza de unos ojos oscuros que escrutan todo lo que se mueve a su alrededor.
Jos¨¦ Mar¨ªa ya no pinta nada en el gran hospital de la Seguridad Social al que le llevaron despu¨¦s de que intentara suicidarse por tercera vez en pocos meses. En el gran hospital ya no pueden hacer nada por ¨¦l, no tienen los medios adecuados para tratar a un ni?o al que se le han curado todos sus problemas org¨¢nicos. Tendr¨ªa incluso que haber abandonado antes la cl¨ªnica, pero al enterarse de su traslado se tom¨® un frasco entero de un medicamento t¨®xico y hubo que proceder a un nuevo lavado de est¨®mago.
El psiquiatra dice que son imprescindibles dos cosas para abordar el tratamiento: no puede volver a su casa y debe acudir a un par de sesiones semanales de terapia. El doctor se ocupa de gestionar con grandes dificultades una plaza de internado en el colegio de San Fernando. El curso escolar est¨¢ a la mitad, y es dif¨ªcil conseguir la admisi¨®n. En casa de su madre le esperar¨ªan nuevos intentos de sulcidio. Su hermano mayor est¨¢ internado en el Psiqui¨¢trico que lleva el nombre del general Alonso Vega, porque tmbi¨¦n ha intentado el suicidio. Antes estuvo su madre, diagnosticada como psic¨®tica. Su hermano de diez a?os tiene una temprana Inclinaci¨®n a aspirar los aromas del pegamento. El padre muri¨® hace a?os.
Sin pelos en la lengua
El cr¨ªo est¨¢ de mal humor. En el hospital se encontraba a gusto, rodeado de afecto y alejado de sus problemas cotidianos. Cuando el doctor le dice que intentar¨¢ enviarle al colegio, responde con un lac¨®nico "vete a tomar por el culo". No tiene pelos en la lengua a la hora de expresar su repulsa, como tampoco tiene reparos para aceptar delante del m¨¦dico la veracidad de los datos que avalan una ejemplar blograf¨ªa: ha practicado tirones, ha asaltado cabinas telef¨®nicas y ha probado casi todas las drogas que se puede obtener en el mercado libre de Vallecas.
-Quita, que s¨®lo quieres llamar la atenci¨®n -le dice la asistenta social, con tono cari?oso, al sorprenderle.
El psiquiatra explica despu¨¦s con m¨¢s pormenores esta apreciaci¨®n:
-Que lo haga por llamar la atenci¨®n no resta importancia al hecho. En una de ¨¦stas lo consigue. Si no se logra alg¨²n avance, Jos¨¦ Mar¨ªa tiene dos posibilidades: suicidarse o convertirse en un delincuente.
Y cita, para evitar cualquier suspicacia, unos contundentes datos elaborados por el doctor Carlos Cobo, jefe de la secci¨®n de Psiquiatr¨ªa Infantil de la cl¨ªnica La Paz. S¨®Io en tres a?os y medio se recibieron 31 intentos de suicidio de menores de quince a?os en un hospital de Madrid. De esos 31 casos, 28 correspond¨ªan al sexo femenino. Doce ni?os menores de quince a?os conseguir¨ªan sus prop¨®sitos en 1978.
El psiquiatra rechaza las brillantes teor¨ªas que corren por las tertulias de caf¨¦:
-Hay m¨¢s suicidios en el campo que en la ciudad. Y por m¨¦todos muy crueles. Sobre todo, por ahorcamiento. En las ciudades se suele recurrir a la ingesti¨®n de medicamentos, m¨¦todo menos doloroso y muy asequible, dada la enorme cantidad de f¨¢rmacos que acumulan las familias espa?olas.
Jos¨¦ Mar¨ªa puede reventar por s¨ª solo las estad¨ªsticas de actos suicidarlos. Una semana despu¨¦s de su visita comenzar¨¢ la terapia en un centro en el que un escaso n¨²mero de psiquiatras y psic¨®logos han de hacer frente a una masiva presencia infantil, en un acto que tiene m¨¢s de voluntarista que de asistencia planificada.
Los padres juzganEl jefe de la secci¨®n de Psiquiatr¨ªa Infantil del Hospital del Ni?o Jes¨²s, el doctor Jos¨¦ Luis Pedreira, no muestra un panorama muy halag¨¹e?o:
-No tenemos medios. El sistema sanitario espa?ol no se toma en serio la psiquiatr¨ªa en general, desprecia la psiquiatr¨ªa infantil e ignora absolutamente los problemas psiqui¨¢tricos de los adolescentes. La ley proh¨ªbe en Espa?a el internamiento en centros psiqui¨¢tricos de los menores de diecocho a?os. Hasta los catorce hay una asistencia que depende de lo que decidan los padres, y entre los catorce y los dieciocho no existe nada.
Lit conclusi¨®n es evidente: Jos¨¦ Mar¨ªa va al psiquiatra porque est¨¢ enfermo, pero Jos¨¦ Mar¨ªa puede dejar de acudir el mismo d¨ªa en que su madre decida que ya no tiene por qu¨¦ ir. El m¨¦dico no tiene voto en esta cuesti¨®n. El doctor Pedreira lo expresa muy gr¨¢ficante:
-Si un cr¨ªo est¨¢ alterado, se produce una demanda familiar, con la esperanza de que se pueda solucionar el tema. Pero como la psiquiatr¨ªa est¨¢ en Espa?a adscrita a servicios pedi¨¢tricos, se practica en servicios consultores, sin espacio f¨ªsico ni medios de personal. Entonces llegamos a diagn¨®sticos muy brillantes, pero rara vez podemos poner un tratamiento adecuado. Es como si alguien va a un m¨¦dico y ¨¦ste le diagnostica una infecci¨®n urinaria y le dice: "Tiene usted una infecci¨®n, v¨¢yase a casa".
Enfermedad socialNo son mejores las perspectivas de Ana F., tambi¨¦n de doce a?os de edad, aunque muy desarrollada f¨ªsicamente. Ana comenz¨® a ir a la consulta porque su madre se preocup¨®. La ni?a fumaba demasiado y registraba numerosas faltas en el colegio.
Ana no piensa que la molestia tenga sentido: "Estoy aqu¨ª porque me han tra¨ªdo mis padres". No suele hablar mucho m¨¢s. Adopta una actitud displicente ante el tratamiento y suele escuchar al m¨¦dico con escasa atenci¨®n. Las manos en el bolsillo de la cazadora corta y el cuerpo apoyado en la pared con desgana.
Su padre no le da importancia a lo que ocurre. Hay veces que la ni?a llega a casa a las doce de la noche. Hay veces que Ana no va a dormir a casa. Hay muchas veces que falta al colegio y presenta como excusa, que no le importa si alguien se la cree, el haber estado en la consulta del psiquiatra.
La madre se muestra asustada y acusadora a la vez: "Va con chicos mucho mayores que ella". Y la ni?a responde, despectiva:
-Me gustan y no son malos.
-Pero es que la tocan. La tocan las tetas y ella se deja.
-Me gusta.
Son chicos de veinte o m¨¢s a?os. Algunos de ellos han sido arrestados en alguna ocasi¨®n por delitos menores, como asalto de cabinas telef¨®nicas o hurtos. Ana insiste en que no son malos sus amigos. La madre, de forma progresiva, se asusta m¨¢s y m¨¢s. La preinia o la castiga de forma desproporcionada y encuentra una respuesta dura y cortante: "Si no me dejas salir cuando quiera, me marcho de casa y no me vuelves a ver".
Los m¨¦dicos alcanzan a comprender el problema. Como dice con iron¨ªa una y otra vez el doctor Pedreira: llegan a un diagn¨®stico brillante. Detr¨¢s de la actitud de Ana hay un problema de rivalidad con su hermano menor, una ni?a modelo. La madre se dio cuenta desde que naci¨® la segunda hija y se volc¨® en la mayor de forma excesiva. El padre, un trabajador que se ve obligado a un horario nocturno, no atiende las necesidades familiares y opta por la soluci¨®n de quitarle importancia a lo que sucede en casa.
-Ana necesita un tratamiento que consiste en una asistencia psicol¨®gica urgente, una asistencia que no sea represiva, aunque con l¨ªmites claros. Necesita que prosiga su ense?anza, que no se la desconecte del medio y que se la integre en la familia. Aqu¨ª no podemos darle un tratamiento como el descrito.
La delincuencia, una salida
Una vez m¨¢s, las perspectivas no pueden ser m¨¢s desoladoras. El m¨¦dico opina que la delincuencia es una salida mas que probable.
La madre de Ana ha llegado a la conclus¨ª¨®n de que su hija se droga. Un d¨ªa la arrincona, y la ni?a acaba por confesar que ha tenido "la droga en las manos". Nada m¨¢s.
Pocos d¨ªas despu¨¦s, reci¨¦n finalizada una sesi¨®n de terapia, la ni?a aparenta pasar m¨¢s que nunca. Pero esta vez le tiemblan las manos y tiene las pupilas cotra¨ªdas. Dice que quiere ir el ba?o. Tarda en volver, la
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madre se escama y decide entrar tras ella Ahora Ana est¨¢ tranquila, y la madre, alterada. Se han invertido los papeles. En e ba?o, todo indica que la ni?a se ha administrado una dosis, aunque la jeringuilla se haya perdido por el sumidero.El doctor no puede investigar m¨¢s. La sesi¨®n ha terminado por ese d¨ªa. Ana volver¨¢ hasta que su madre se canse de acompa?arla a la consulta.
-Es una muestra perfecta de c¨®mo una enfermedad puede desembocar en una enfermedad social -concluye el m¨¦dico.
Psicoterapia familiar
En el caso de Angel B., las exigencias se r¨ªan a¨²n mayores. En el informe cl¨ªnico se se?ala como imprescindible para su curaci¨®n la celebraci¨®n de sesiones de "psicoterapia familiar si sistem¨¢tica".
S¨®lo que Angel tiene la mala fortuna d residir en una provincia del Sur en la que no existe ning¨²n servicio de psiquiatr¨ªa infantil Su caso puede ser todav¨ªa m¨¢s desesperado.
Angel tiene diez a?os y presenta graves alteraciones de conducta. Es agresivo, especialmente con su padre, un hombre que presume de haberse hecho a s¨ª mismo frente a todas las dificultades y que tuvo el generoso gesto de "regalarle" el ni?o a su mujer, est¨¦ril, moviendo sus buenas influencias en la Administraci¨®n.
Angel es hijo verdadero de una madree soltera de procedencia latinoamericana y tiene evidentes rasgos que delatan una mezcla racial mestiza de negro y blanco.A Angel le llamaban el Negro en el colegio, y ¨¦l comenz¨® a preguntar que por que no era igual que los dem¨¢s ni?os. Su madre adoptiva decidi¨® darle una explicaci¨®n que no le hiriera, y le fabric¨® una historia a la medida: ella y la madre aut¨¦ntica de Angel coincidieron en la misma habitaci¨®n de cl¨ªnica maternal, pero a la madre adoptiva se le muri¨® el hijo, reci¨¦n nacido. La verdadera madre de Angel, al verla tan triste, le regal¨® el suyo para que no sufriera.
A partir de ese momento todo empeor¨® en Angel, rodeado adem¨¢s por una madre sobreprotectora y un padre adoptivo autoritario y despectivo. Angel comenz¨® a pasar a lo que los psiquiatras llaman el acting.Seis pesetas
Si en otros casos es m¨¢s que problem¨¢tica la preparaci¨®n y el desarrollo de una terap¨¦utica adecuada, en el caso de Angel se llega casi a la desesperaci¨®n. Angel tuvo la mala suerte de residir en una provincia alejada de las mis¨¦rrimas instalaciones que existen en otras capitales.
-Y lo peor -contin¨²a el doctor Pedreira- es que la asistencia psiqui¨¢trica no tiene por qu¨¦ ser cara. Hemos hecho estudios que lo demuestran de manera palpable. Una cama de hospital les cuesta a los contribuyentes entre las 12.000 y las 18.000 pesetas diarias, casi como un hotel para millonarios mexicanos. En nuestro servicio, como en otros servicios psiqui¨¢tricos, el coste por d¨ªa y enfermo ronda las seis pesetas, porque no se precisan camas de hospitalizaci¨®n, no se utilizan medicamentos ni instalaciones sofisticadas. S¨®lo hacen falta locales y una dotaci¨®n de personal suficiente. Suena exagerado, pero es as¨ª: por cada d¨ªa que un ni?o ha de ser hospitalizado a cuenta de un problema psiqui¨¢trico, se podr¨ªan financiar 2.000 sesiones de terapia. La rentabilidad de la asistencia sanitaria en Espa?a se sigue midiendo por el n¨²mero de pacientes nuevos que se tratan cada d¨ªa. Y la psiquiatr¨ªa es lenta. As¨ª no vamos a ninguna parte.
Salidas privadas
Rafael D. se puede considerar afortunado. Su padre, un profesional acomodado, le coste¨® un tratamento privado que dej¨® las finanzas de la familia pr¨¢cticamente exhaustas. Partidario de la medicina p¨²blica, consider¨® que la asistencia que le proporcionaban a su hijo no era la id¨®nea: "No creo que sean mejores los m¨¦dicos privados, pero lleg¨® un momento en que tuve que decidirme por una cosa o por otra. Y puse a mi hijo en manos de un psiquiatra con consulta privada".
Rafael se fug¨® de casa a los catorce a?os. No volvieron a saber de ¨¦l hasta cuatro meses despu¨¦s. Apareci¨® en la cl¨ªnica de la Seguridad Social de San Sebasti¨¢n, en estado cr¨ªtico, con hemorragias esof¨¢gicas y una infecci¨®n generalizada.
Poco a poco se pudo reconstruir la historia. Le hab¨ªan llevado hasta la cl¨ªnica sus compa?eros de movida. Vivi¨® durante alg¨²n tiempo desplaz¨¢ndose de una ciudad a otra, sin realizar ninguna actividad en particular, acompa?ado por un grupo de chicos y chicas de edades similares, durmiendo al raso en las plazas p¨²blicas o en las carreteras. En esos meses prob¨® todo tipo de drogas duras y blandas. Cuando le recogieron ten¨ªa los brazos agujereados por un buen n¨²mero de picotazos, y combinaba el alcohol con las anfetaminas. Cuando las drogas de mejor calidad se les hac¨ªan m¨¢s dif¨ªciles de conseguir, optaban por inyectarse una mezcla de agua potable con anfetaminas reducidas a polvo.
Desde meses antes de escaparse de casa, Rafael hab¨ªa ido perdiendo todo inter¨¦s en los estudios. No hablaba en casa y se manten¨ªa ajeno a lo que le rodeaba.
La terapia, adem¨¢s de cara, fue larga. Y finaliz¨® con su desplazamiento a una granja en Salamanca, donde comenz¨® a trabajar en faenas del campo. Rafael acab¨® marginado de su medio natural y, desde entonces, se acerca a Madrid exclusivamente a vender pat¨¦s de elaboraci¨®n casera que fabrica en la granja.
-Al menos no ha seguido por donde iba. Si no se le coge a tiempo y se le aplica un tratamiento adecuado, mi hijo estaria ahora muerto o ser¨ªa un delincuente. Se que he optado por una soluci¨®n privilegiada, la del tratamiento individual y privado, pero cualquiera habr¨ªa tomado la misma decisi¨®n en mi lugar si hubiera podido hacerlo. La soluci¨®n no ha sido la mejor, pero al menos no ha continuado por donde parec¨ªa inevitable que siquiera.
Rafael habla de su aventura con estupor. No sabe explicar por qu¨¦ se fue m¨¢s que con vagos argumentos. Tampoco recuerda su etapa de viaje con especial inter¨¦s. No hab¨ªa alicientes especiales. Solamente estaba all¨ª con aquella gente, de la que ni siquiera se siente amigo ni se sinti¨® nunca muy pr¨®ximo. Recuerda con naturalidad c¨®mo descerrajaban las cabinas de tel¨¦fono para conseguir dinero, c¨®mo se alimentaba pr¨¢cticamente nada m¨¢s que de alcohol, vino normalmente; c¨®mo era f¨¢cil conseguir las anfetas, c¨®mo se pasaban las horas :sin cruzar palabra con los dem¨¢s compa?eros. S¨®lo se exalta casi imperceptiblemente cuando habla de la decisi¨®n de la Telef¨®nica de no reparar las cabinas destrozadas. Entrado el verano, ya no hab¨ªa manera de conseguir dinero. Aquello se le ha convertido en un sue?o para el que no tiene una valoraci¨®n moral. El estaba all¨ª y le pas¨® todo aquello. Luego le trataron y vive en la granja. Es todo.
Salud y privilegio
-Yo creo en la salud p¨²blica como ¨²nico remedio -se?ala el doctor Pedreira-. No s¨®lo porque piense que es mejor en general, y ah¨ª est¨¢ el caso de la intoxicaci¨®n por aceite de colza, terreno en el que no se ha querido meter ni un m¨¦dico privado, sino porque es la ¨²nica accesible para la mayor¨ªa de la poblaci¨®n. La mayor parte de los casos que nos vienen no son de familias marginadas, sino de gente de la clase trabajadora o de la clase media baja. Son ni?os con problemas ps¨ªquicos que pueden suceder en casi todas las familias, y, curiosamente, la sanidad espa?ola sigue considerando la asistencia psiqui¨¢trica casi como si se tratara de un lujo.
Acabada la jornada de trabajo, los psiquiatras se dirigen agotados a comer. El almuerzo transcurre como si se tratara de una sesi¨®n de terapia de grupo. Se analizan unos a otros como si todos fueran pacientes.
-Es que estamos a tope de posibilidades. Hacemos lo que podemos, pero podemos poco porque no hay medios. Sabemos que los ni?os que tenemos entre las manos pueden acabar de cualquier manera debido a esta situaci¨®n.
Y se repite, entre ir¨®nica y desesperanzada, la pesimista conclusi¨®n:
-Hacemos diagn¨®sticos muy brillantes, muy brillantes. Y despu¨¦s no podemos hacer casi nada.
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