Realidad y ficci¨®n del 23-F, un a?o despu¨¦s
Confieso que mi falta de afici¨®n a los seriales me ha privado de ver ni tan siquiera una entrega televisiva de Dallas. Y de no ser por las instancias de personas allegadas, tampoco habr¨ªa le¨ªdo las entregas period¨ªsticas del serial del Servicio Geogr¨¢fico del Ej¨¦rcito. Pero ahora que las leo, reconozco que "nada es verdad ni mentira" en este juicio m¨¢s o menos traidor, como ha dicho el al parecer m¨¢s letrado de los encausados, en cita que ¨¦l pensaba popular y qued¨® en campoamoresca, pues todo es seg¨²n el color del cristal con que se mira. Y se pregunta uno qu¨¦ color militar ser¨¢ ese que hace ver las cosas completamente diferentes de como las vemos los ciudadanos de a pie; qu¨¦ sind¨¦resis la de quien, conociendo unas conjuras contra el R¨¦gimen, que silencia porque se lo impone su honor, para evitarlas se lanza a su propio golpe; qu¨¦ acatamiento al Rey es el de quien, en vez de informarse directamente de ¨¦l, se resisti¨® durante una noche a obedecer sus ¨®rdenes; y, en fin, qu¨¦ respeto a la legalidad manifiesta una desconsideraci¨®n absoluta de la Constituci¨®n por parte de todos los procesados. (Cuando se promulg¨® ¨¦sta ya escrib¨ª que, para algunos detentadores de poderes f¨¢cticos, ella, que se supone expresi¨®n de la voluntad popular, no era m¨¢s que un juego con el que se hab¨ªa dejado entretenerse a diputados y senadores, hasta que llegara la hora, ?de la verdad o de la mentira?, del 23 de febrero.)?Qu¨¦ se debate en este juicio-serial? Por una parte, todo el mundo posee la evidencia (evidencia electr¨®nica, acontecimiento nuevo en la historia: hasta ahora se hab¨ªa dado una evidencia televisiva en directo, la de la muerte del supuesto asesino de John Kennedy; pero ¨¦sta ha sido la primera evidencia en v¨ªdeo) de unos hechos, evidencia que es un resultando previo a cualquier sentencia; y hay tambi¨¦n, sin duda, unas evidencias, como cada vez se dice m¨¢s con
safortunada carta que dirigi¨® a Guti¨¦rrez Mellado, se est¨¢ invocando el concepto ¨¦tico del honor. Y es verdad que en otros tiempos, ya lejanos, estuvo vigente una moral estamental del honor. Esta moral no era exclusiva de los militares: cada estamento invocaba su propio c¨®digo moral, aunque -tambi¨¦n es cierto- en aquella sociedad r¨ªgidamente jerarquizada el honor -que, sin embargo, es patrimonio del alma, (le toda alma aparec¨ªa como inherente al noble, al guerrero a su ep¨ªgono, el militar.
La moral del honor -que, por lo dem¨¢s, fue la moral vivida por los griegos y por- otros pueblos no era una moral personal y menos, si cabe, de la conciencia propia, sino de la estima y el reconocimiento sociales: son los otros quienes, como en un tribunal, pero no penal, sino social, juzgan y, en su caso, condenan. Mas ?qui¨¦nes son esos otros? En la Grecia cl¨¢sica, los ciudadanos de la polis. Hoy, en cuando menos una parte ciel Ej¨¦rcito espaf¨ªol, anacr¨®nicaimente, la palabra moral del honor, cerradamente estamental, corresponde, exclusivamente, a los m.iembros del estamento. Y as¨ª Milans puede mentir -no digo que lo haga, digo que puede hacerlo- en relaci¨®n con Armada y el CESID, porque, en la ruptvira militar que se ha producido, Armada y otros muchos se han puesto de parte del Rey, mientras que ¨¦l y los suyos representan una m¨ªtica, no s¨¦ si Monarqu¨ªa o, Dictadura ideal, dentro de la cual el honor es patrimonio siayo y de nadie m¨¢s.
Curiosa mentalidad la de este personaje anacr¨®nico -prefranquista, "mon¨¢rquico sin rey"que es Milans del Bosch, del que se nos ha exhibido una brillante hoja de servicios, en la que yo, que no tengo ni quiero tener con un anglicismo, es decir, unas pruebas que, ¨¦sas s¨ª, han de ser estimadas como m¨¢s o menos convincentes por el tribunal. A un lado est¨¢n, pues, Tejero con sus guardias y cuantos, por su cuenta y riesgo, se pusieron a su lado en el Congreso, y asimismo Milans del Bosch sacando en Valencia a la calle sus tanques y carros, y al otro quienes estaban comprometidos previamente en la conjura, o bien, sin estarlo, aprovecharon la ocasi¨®n de pescar en r¨ªo revuelto; y esto es lo que habr¨¢ de elucidar el tribunal sopesando las pruebas aportadas. En el plano judicial, esta diferencia de situaci¨®n penal entre el reo seg¨²n la evidencia -Tejero, Milans del Bosch, sus secuaces- y el reo seg¨²n evidencias o pruebas -Armada y los suyos- es fundamental. Es verdad que las simpat¨ªas del p¨²blico que est¨¢ asistiendo a la proyecci¨®n del juicio est¨¢n del lado de Tejero y Milans, pero ?qu¨¦ importancia tiene ese reducid¨ªsimo grupo comparado con la opini¨®n nacional, que, desde el punto de vista moral, aprecia poca diferencia entre los dos modos de antihero¨ªsmo y falta de gallard¨ªa, y del "?s¨¢lvese quien pueda!": descargar la responsabilidad en el Rey, a la vez que se responde siempre con jactancia cuando no insolencia; o pretender que no se tuvo nada que ver con la conjura, pero que, a ¨²ltima hora, y "para salvar la situaci¨®n", aunque parezca y sea taimado, se ofrece uno como mediador para hacerse con la presidencia del Gobierno.
Mas sigamos con el punto de vista que acabamos de introducir. Para juzgar no en Derecho, sino en el plano de la mera moral, en el que todos, y particularmente los moralistas, algo podemos decir, se observa que impl¨ªcitamente en todas las declaraciones de Milans del Bosch, y por modo muy expl¨ªcito en la de decoraci¨®n o distinci¨®n alguna, ech¨¦ de menos la Laureada. El, al frente de la Divisi¨®n del Maestrazgo, la tecnol¨®gicamente m¨¢s poderosa, despu¨¦s de la Divisi¨®n Acorazada de Madrid, iba a salvar al pa¨ªs, en contra del Rey, en contra de la Constituci¨®n y en nombre de un concepto del honor que pretende exclusivo de ¨¦l y de los suyos, aunque infrinja lo que los dem¨¢s mortales, sin erigirlo, por nuestra parte, como criterio supremo, entendemos por honor. No hay duda de que es mala cosa vivir dentro de un compartimiento estanco, cualquiera que ¨¦ste sea.
Hasta ahora, los militares y, sus familias ten¨ªan sus cuarteles y sus cuartos de banderas, sus casas militares, sus escuelas, sus economatos, sus hospitales, sus prisiones, sus clubes, hasta sus hoteles. Ahora tienen su propio serial de televisi¨®n, en circuito cerrado, y lugar exclusivo donde reunirse (y del que, llegado el caso, se expulsa a los periodistas, ¨²nicos espa?oles, supongo, que no pertenecen al estamento, que tienen entrada all¨ª). Estos asistentes, coreando a los defensores, intentan llevar a cabo un proceso -paralelo al penal- de magnificaci¨®n. Magnificaci¨®n ?de qui¨¦n? En principio, y aparte Milans, depositario mitificado, como ya hemos visto, del Honor militar, estaba Tejero. Cuando yo era chico era usual la antimilitarista expresi¨®n de las militaras. No todas las esposas de los militares eran denominadas as¨ª, sino aqu¨¦llas -en todos los grupos sociales las hay- a la vez ordinarias y vociferantes. ?Ser¨¢n militaras las que adquieren en las joyer¨ªas o bisuter¨ªas, o en los puestos de venta ambulante en la calle, miniaturas en oro o similar de los atributos de Tejero? La mitificaci¨®n de este otro personaje es, por una parte, muy f¨¢cil, fue el ¨²nico que, desde el principio, dio la cara; mas, por otra, tan zafio, sumamente dif¨ªcil. Pardo Zancada, perdedor por elecci¨®n y compa?erismo -el honor militar otra vez, con todas sus contradicciones, y la compatibilidad con la desobediencia a su jefe, cuyo procesamiento echa de menos, y con el ocultamiento de la verdad-, es otro mitificable, pero s¨®lo a los ojos de los m¨¢s exquisitamente exigentes. Y fuera de la sala, y aun fuera de la simpat¨ªa expresa por la rebeli¨®n, he podido comprobar que hay otra mitificaci¨®n en marcha, la de quienes -neutralmente, objetivamente- alaban el excelente planeamiento t¨¦cnico del golpe. El elogio ir¨ªa aqu¨ª a los miembros del CESID implicados y -en medio de la previsible indignaci¨®n del p¨²blico de la sala-, en definitiva, a Armada (en el supuesto de la implicaci¨®n de ¨¦ste en el intento). Son, sin duda, algunos de los que protestan de que la inteligencia falta en la derecha -lo que, que yo sepa, no ha negado nadie-, en este caso, en la extrema derecha. Y el hecho de que en Espa?a, con mejor gusto que la CIA, a esa inteligencia se le llame informaci¨®n ser¨ªa una prueba de inteligente modestia.
Termino diciendo que lo m¨¢s interesante para m¨ª de este juicio oral que yo concluir¨ªa, si de m¨ª dependiese, echando a la calle a todos, con lo que se evitar¨ªa la continuaci¨®n de los intentos de mitificaci¨®n- es su, por decirlo as¨ª, visionado, el car¨¢cter de v¨ªdeo que est¨¢ tomando, y que mi amigo M¨¢ximo nos ha hecho ver desde esta misma p¨¢gina. ?Ocurri¨®, de verdad, el 23 de febrero? ?O fue mera imagen, montaje trucado de una realidad inaprehensible, inexistente, irrealidad m¨¢s bien? Aunque, por esc¨¦pticas, impropias de militar, quien, seg¨²n se supone, debe serlo siempre de una pieza, las palabras de Armada, pese a su literaria vulgaridad, son las m¨¢s profundas que se han dicho respecto a aquella fecha: todo, en ella, es verdad y es mentira. En definitiva, ficci¨®n.
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