La mujer, entre la biolog¨ªa y la cultura
Las bases para una sociedad realmente equitativa para el sexo no pueden asentarse en el culturalismo a ultranza del feminismo tradicional que busca la igualaci¨®n, ni en el feminismo de la diferencia que ronda los aleda?os del biologismo, sino que han de hacerlo sobre el esp¨ªritu reivindicativo del derecho desigual.
El discurso de la diferencia entre los sexos ocupa un lugar privilegiado en el debate contempor¨¢neo acerca de la contribuci¨®n relativa de la biolog¨ªa y la cultura (en su sentido antropol¨®gico m¨¢s gen¨¦rico) a la organizaci¨®n social.Las evidentes diferencias anatomo-funcionales de uno y otro sexo, unido a las milenarias -y casi universales- divergencias de hombres y mujeres en cuanto a rol y situaci¨®n social, son factores decisivos para la elecci¨®n del dimorfismo sexual como banco de prueba del biologismo. A trav¨¦s de las m¨¢s variadas disciplinas es f¨¢cil detectar un esfuerzo convergente y perseverante para encontrar las razones biol¨®gicas de la divergencia social entre los sexos.
La paleo-etnolog¨ªa, con su ¨¦nfasis en la divisi¨®n sexual del trabajo y el mito del hombre cazador, encuentra en la selecci¨®n sexual neodarwiniana una explicaci¨®n gen¨¦tica y evolutiva de la diferencia sexual. La antropolog¨ªa estructural ve en el intercambio de mujeres el principio arcano de la organizaci¨®n social, remiti¨¦ndolo, como hace el psicoan¨¢lisis con el rol del padre, a los mismos or¨ªgenes de nuestro nacimiento a la civilizaci¨®n. La etolog¨ªa humana explica, por analog¨ªa con el animal, la jerarquizaci¨®n sexual y social en t¨¦rminos de pulsi¨®n agresiva, que tiene sus or¨ªgenes biol¨®gicos en las diferentes propiedades de las hormonas sexuales. La psicometr¨ªa encuentra un reparto desigual de las capacidades de verbalizaci¨®n y aptitudes matem¨¢ticas entre los sexos, que remite, a su vez, a unas pautas diferentes de maduraci¨®n y lateralizaci¨®n cerebral, tambi¨¦n de origen gonadal. Finalmente, los mismos roles y temperamentos que conforman el mito de la feminidad, tales como la pasividad, recato, actitudes maternales e incluso los juegos infantiles son reducidos a meras expresiones de las acciones diferenciales de las hormonas sexuales.
Pero s¨ª queremos destacar tres insuficiencias epistemol¨®gicas, que afectan en mayor o menor medida a todas estas producciones cient¨ªficas de la diferencia, difuminando las fluidas fronteras entre la verdad cient¨ªfica (lo que es) y la verdad social (lo que debe ser o se quiere que sea).
En primer lugar, habr¨ªa que considerar esa rehabilitaci¨®n de la intuici¨®n bergsoniana como principio metodol¨®gico para el descubrimiento cient¨ªfico.
Otra de las insuficiencias metodol¨®gicas del biologismo procede de la utilizaci¨®n indiscriminada de] principio de la "analog¨ªa como fuente de conocimiento", inaugurada por Konrad Lorenz, que dota a las ideas sociobiol¨®gicas de una gran eficacia propagand¨ªstica. Al describir el comportamiento de los animales en t¨¦rminos antropol¨®gicos y las caracter¨ªsticas culturales en t¨¦rminos etol¨®gicos, se impone al lector la existencia de una estrecha similitud entre los comportamientos animal y humano, que no tiene m¨¢s fundamentos que su apariencia verbal. Esta utilizaci¨®n abusiva del lenguaje, unido a una deliberada confusi¨®n entre analog¨ªa y homolog¨ªa, permite a los sociobi¨®logos trasladar a los humanos las presuntas bases gen¨¦ticas u hormonales del comportamiento social o sexual de las hormigas, las aves o las ratas.
Pero quiz¨¢ el punto m¨¢s endeble de la. empresa sociobiol¨®gica lo. constituye el abuso reduccionista. Olvidando que el todo es mucho m¨¢s que la suma de sus partes y que la cultura es un todo indivisible, la sociobiolog¨ªa fragmenta la complejidad y riqueza del ser cultural que somos los humanos en una mir¨ªada de rasgos supuestamente hereditarios ("genes de la cultura") o determinados gen¨¦ticamente a trav¨¦s de las hormonas sexuales. Con esto llegamos al nudo gordiano del debate ambientalismo-innatismo, que remite a las complejas interacciones entre genotipo (la informaci¨®n gen¨¦tica) y medio ambiente (f¨ªsico y cultural) que da por resultado el fenotipo del ser realmente existente. La complejidad de este proceso causal -que incluye actividades enzim¨¢ticas m¨²ltiples, s¨ªntesis de prote¨ªnas, comunicaci¨®n intercelular, as¨ª como las complejas v¨ªas de maduraci¨®n neural, pre y posnatalhacen que hoy sea imposible predecir el abanico de fenotipos diferentes que pueden resultar de un mismo genotipo expuesto a diferentes condiciones ambientales.
El impacto epistemol¨®gicamente negativo de estas indeterminaciones no puede, sin embargo, ocultar la evidente realidad de un reparto desigual - de las cargas fisiol¨®gicas de la reproducci¨®n, que lleva a que la mujer soporte todos los costes sociales del mantenimiento de la poblaci¨®n. Esta constataci¨®n no puede difuminarse en consideraciones psicologistas, culturalistas o economicistas, como las que impregnan buena parte de la teorizaci¨®n feminista. Todas ¨¦stas representan acercamientos parciales, que no tienen en cuenta una faceta fundamental para comprender la subordinaci¨®n de la mujer: la infravaloraci¨®n de su especial contribuci¨®n a la especie, en t¨¦rminos de producci¨®n de vida, que ha conducido a la ocultaci¨®n de los costes de la reproducci¨®n, con lo cual la desventaja biol¨®gica ha pasado hist¨®ricamente a ser una desventaja social.
Biolog¨ªa y cultura se nos presentan as¨ª como elementos indisociables y ajenos al biologismo para describir la condici¨®n de la mujer. Ellos son tambi¨¦n los ingredientes b¨¢sicos sobre los que se eleva la construcci¨®n ideol¨®gica de la feminidad. S¨®lo en la perspectiva de esta doble contradicci¨®n podremos dar respuesta a las cuestiones que surgen al intentar deslindar las desventajas biol¨®gicas de la mujer -una cuesti¨®n eminentemente cultural- en su condici¨®n -claramente biol¨®gica de reproductora de la especie. Por eso, aunque admitamos con Margaret Mead que la personalidad de los sexos es una creaci¨®n social no podemos minimizar la importancia del reparto desigual de las, cargas de la reproducci¨®n.
La procreaci¨®n sit¨²a a la mujer, en un nivel biol¨®gico que hoy por hoy no se vislumbra que pueda, cambiar sustancialmente. Esta situaci¨®n desigual debe ser reconocida, con todas sus consecuencias, como premisa para exigir de la sociedad una justa valoraci¨®n de los, costes sociales del mantenimiento de la vida. Viene a cuento aqu¨ª aquel texto de Marx en la Cr¨ªtica al programa de Gotha: "El derecho, igual es todav¨ªa el 'derecho burgu¨¦s que, como todo derecho, presupone la desigualdad. Todo derecho consiste en la aplicaci¨®n de: una regla ¨²nica a hombres diferentes que de hecho no son id¨¦nticos; ni iguales. ( ... ) Para evitar estas; dificultades, el derecho deber¨ªa ser no igual, sino desigual'.
S¨®lo si esto late en el esp¨ªritu de: la reivindicaci¨®n y somos capaces? de imaginar una sociedad donde: las servidumbres que se desprenden de la procreaci¨®n dejan de ser un lastre para convertirse en un acto de cooperaci¨®n, habremos sentado las bases para una sociedad realmente equitativa para el sexo.
es doctor en Medicina, colaborador cient¨ªfico del CSIC.
Sacramento Mart¨ª es licenciada en Historia y feminista.
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