'Los p¨¢jaros', una pel¨ªcula genial
Parece que los terrores favoritos de Ib¨¢?ez Serrador se despiden con una de las obras maestras omitidas, entre programaciones de relleno, en este ciclo. M¨¢s vale tarde que nunca. Se trata de Los p¨¢jaros, de Alfred Hitchcock, una de las pel¨ªculas m¨¢s redondas de su autor, e indiscutiblemente un filme apasionante, perfecto, al mismo tiempo ir¨®nico y escalofriante, lleno de horror y humor es dosis indiferenciables, pues no hay manera de averiguar donde acaban los confines de uno y comienza la frontera del otro.La historia original proviene de una novelita de escaso fuste, que Hitchcock reelabor¨® y sac¨® puntas por todas sus partes chatas. La distribuci¨®n argumental es de singular sagacidad y va situando poco a poco al espectador en un lugar intermedio entre la mirada de Hitchcock, ligeramente distanciada del relato, y cierta inevitable identificaci¨®n progresiva con los personajes, lo que acaba por convertirle en percha que recibe todos los palos, mosca atrapada por la m¨¢s sutil tela de ara?a trenzada nunca por un director de cine.
El inicial ritmo desenvuelto de comedia va adquiriendo poco a poco tonalidades sorprendentes, graves, casi l¨²gubres, para acabar en una especie de apocalipsis cotidiana de fuerza y proporciones casi inimaginables. La capacidad de juego del fabulador y ge¨®metra Hitchcock alcanza tales rizos de virtuosismo, que uno ha de frotarse los ojos en algunas situaciones, de tregua del relato, que el espectador aprovecha para preguntrarse qu¨¦ demonios se propone hacer con sus emociones ese viejo y gordo ingl¨¦s capaz de convertir a un periquito en Dr¨¢cula.
Sin embargo, Los p¨¢jaros es m¨¢s, mucho m¨¢s que un juego. Los grandes filmes de Hitchcock tienen niveles de captura diferentes, en capas superpuestas, que ¨¦l monda como una cebolla. La gran paradoja, y tambi¨¦n uno de los signos espec¨ªficos del inimitable talento de este cineasta, es que Hitchcock opera con signos de sorprendente exactitud formal, pero bajo los que brota una fuente de sensaciones no tan n¨ªtida como su marco, sino tocadas de una rara ambiguedad, e incluso de una una polivalencia, que les a?ade un inesperado poder de desaz¨®n adicional.
En el arm¨®nico y primaveral mundo de los inofensivos p¨¢jarillos de un pueblecitpo costero de California, aparece un buen dia, con gradaciones fastuosas, lo inesperado: un cambio de humor en la conducta de estos animalitos que han alimentado durante siglos al ternurismo buc¨®lico y a los t¨®picos del lirismo blando. Y los angelitos emplumados se hacen bichos, alima?as, demonios homicidas. La gran patra?a de la docilidad, la mansedumbre y la domesticidad de la naturaleza es vuelta por Hitchcock del rev¨¦s. A la inquietud sensorial y emocional que arrastra el suceso, le va a?adiendo otra inquietud m¨¢s radical y difusa, sobre los comportamientos secretos de los espectadores y sobre la costum bre humana de proyectar sobre la naturaleza sus propias categor¨ªas sociales, est¨¦ticas e incluso ¨¦ticas. Y Hitchcock, con una fuerza surreal casi hiriente, nos hace padecer los efectos de una revoluci¨®n en la que el manso p¨¢jaro, en masas sublevadas, ataca a su opresor humano al espectador. Como tantas veces, cuando Hitchcock afina, en su cine aparece el ¨¢cido de la subversi¨®n, la bofetada contra lo establecido.
Los p¨¢jaros se emite esta noche a las 22.05 por la segunda cadena.
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