La exposici¨®n itinerante sobre el superrealismo cl¨¢sico y su evoluci¨®n llega a Madrid
Abarca desde la fundaci¨®n del movimiento hasta el per¨ªodo actual
La ya legendaria segunda exposici¨®n internacional de los surrealistas, que tuvo lugar en 1935 en Santa Cruz de Tenerife, tuvo una segunda edici¨®n conmemorativa, en diversos lugares de las islas Canarias, durante el pasado a?o. Despu¨¦s de un per¨ªodo itinerante, esta exposici¨®n antol¨®gica del surrealismo cl¨¢sico y sus derivaciones hist¨®ricas, ha llegado a Madrid, con el t¨ªtulo de El surrealismo y su evoluci¨®n. Se ha instalado en la Galer¨ªa Theo, de Marqu¨¦s de la Ensenada, 2, y abarca, desde el per¨ªodo fundacional, hasta las supervivencias actuales, por lo que da una idea precisa de la enorme variedad de m¨¦todos, soluciones y t¨¦cnicas empleados por los surrealistas para expresar en la pintura su visi¨®n del mundo y su compromiso ante la existencia.
Hace aproximadamente un a?o se presentaba por diversos puntos del archipi¨¦lago canario una muestra colectiva que ven¨ªa a conmemorar un antecedente de prestigio: la celebraci¨®n de la II Exposici¨®n Internacional del Surrealismo de 1935 en el Ateneo de Santa Cruz de Tenerife, uno de los primeros intentos llevados a cabo por Andr¨¦ Breton para internacionalizar las actividades del grupo, seg¨²n una pr¨¢ctica que la guerra mundial iba a convertir en obligada di¨¢spora. La elecci¨®n tinerfe?a, lejos de ser casual, ven¨ªa propiciada por el puente creado por Oscar Dom¨ªnguez, vinculado al movimiento un a?o antes, y por la existencia en torno a la revista Gaceta de Arte, dirigida por Eduardo Westerdahl, de un grupo de poetas y pintores que constituyeron, seg¨²n se ha dicho ya, tal vez el ¨²nico n¨²cleo claramente comprometido con la ortodoxia superrealista en el confuso panorama de nuestras vanguardias de preguerra.
Tres apartados
Tras un per¨ªodo itinerante llega a Madrid, donde se la esperaba con cierta expectaci¨®n, esa segunda celebraci¨®n superrealista, curada por la historia de los ribetes de esc¨¢ndalo que tuvo su ilustre antecesora. Lejos ya de la referencia canaria, la muestra lleva aqu¨ª por t¨ªtulo El surrealismo y su evoluci¨®n, en base a un contenido que cabe ser desglosado en tres apartados fundamentales. Por una parte, tal vez el de inter¨¦s m¨¢s obvio -que no exclusivo-, aquel en que se incluyen los protagonistas pict¨®ricos vinculados, de hecho o por admiraci¨®n, al grupo superrealista oficial. Son ¨¦stos: Arp, Brauner, Calder, De Chirico, Dal¨ª, Oscar Dom¨ªnguez, Max Ernst, Klee, Lam, Magritte, Masson, Matta, Mir¨®, Picab¨ªa y Tanguy. Bastar¨ªa este mero censo, unido a la calidad indudable -en numerosos casos- de las piezas que lo representan, para dar idea de la importancia de esta muestra. Como puede verse, no son muchos los nombres c¨¦lebres que uno puede echar en falta ante una selecci¨®n representativa del movimiento. Tan s¨®lo lamentar¨ªamos la desaparici¨®n circunstancial de Delvaux, que s¨ª estuvo presente en las primeras ediciones de esta exposici¨®n.Un segundo apartado estar¨ªa formado por quienes desde nuestra pintura vivieron una identificaci¨®n formal, ideol¨®gica incluso, mas no oficial, con el superrealismo en su ¨¦poca de mayor esplendor (Jos¨¦ Caballero, Garc¨ªa Lorca, Maruja Mallo y Benjam¨ªn Palencia). Los miembros de Dau al Sel (Cuixart, Pon? y T¨¤pies) ocupan una posici¨®n intermedia en virtud de su mayor inclinaci¨®n por f¨®rmulas superrealizantes, al retomar, en el despertar tras nuestra posguerra, los m¨²ltiples cabos sueltos de la experiencia vanguardista.
Variedad de m¨¦todos
Y quedan, por ¨²ltimo, incluidos bajo el ep¨ªgrafe evoluci¨®n pintores de muy diversa historia y prop¨®sitos: D¨¢maso, Fraile, Tapia y Zush. Su presencia queda justificada como ejemplos de actitudes que guardan, en mayor o menor grado, similitud con ciertas posiciones formales y conceptuales mantenidas por los superrealistas. Eso nos lleva, al problema, nada sencillo, de los l¨ªmites de la pintura superrealista, dado que, pese al f¨¦rreo juego de admisiones y expulsiones llevado a cabo por Breton, no cabe reducir el superrealismo a una unidad de tiempo y lugar, como la misma historia quisiera, esa historia contra la que se alzaron los propios superrealistas. Pero esa idea, que les sirvi¨® para reclamar una larga cadena de antecedentes y que propicia el descubrimiento de superrealistas m¨¢s all¨¢ de los c¨ªrculos de Breton, da pie a una nueva trampa en el extremo opuesto del argumento. Esta se refiere a algo que es tambi¨¦n confusi¨®n com¨²n respecto a la pintura superrealista: la acusaci¨®n, tan esgrimida por sus detractores, de una excesiva vinculaci¨®n a lo literario en detrimento de lo meramente pict¨®rico. Se olvida aqu¨ª que, en primer lugar, el superrealismo es una actitud ante la existencia, algo que compromete a la vida entera y que s¨®lo circunstancialmente pasa por el cuadro. De ah¨ª, y esta exposici¨®n de Theo puede servir de ejemplo, la enorme variedad de m¨¦todos y soluciones que barajaron los superrealistas frente a la mayor homogeneidad de aquellos movimientos que plantearon su batalla en el estricto campo de la formulaci¨®n pict¨®rica. Poco tienen que ver, en lo formal, el automatismo de un Masson con la paranoia cr¨ªtica de un Dal¨ª o las met¨¢foras de un Magritte; poco tambi¨¦n aquellas salidas que, desde influencias superrealistas, pueden llevarnos al realismo m¨¢gico o al expresionismo abstracto. La procesi¨®n va por dentro.
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