Los hinchas ingleses
LOS INCIDENTES que han provocado los hinchas ingleses y los acontecimientos de que han sido v¨ªctimas, sus agresiones verbales y f¨ªsicas, junto a los ataques de los que han sido protagonistas, amenazan con degenerar, si no es suficiente la degradaci¨®n que esto supone, en enfrentamientos de magnitud creciente. En este caso, no es s¨®lo la emoci¨®n futbol¨ªstica y el factor de tribalismo que la competici¨®n deportiva conlleva lo que alimenta la rivalidad. Por una parte, los furores nacionalistas que la reciente guerra de las Malvinas ha estimulado se entremezclan con la adhesi¨®n a un equipo que porta los colores de su pa¨ªs y hace de representaci¨®n nacional en este Campeonato Mundial de F¨²tbol. Por otra, est¨¢ la bien conocida idiosincrasia del supporter, sea gal¨¦s, escoc¨¦s o ingl¨¦s, que acostumbra a vivir las fechas futbol¨ªsticas, sus v¨ªsperas y sus consumaciones con manifestaciones inspiradas m¨¢s en la ebriedad descontrolada que en la mera pasi¨®n del f¨²tbol.Con la presencia de los hinchas ingleses en Madrid, a menudo aparatosamente visibles, g¨¢rrulos y descamisados, algunos grupos de ultraderechistas espa?oles, proclives a resolver los contenciosos pol¨ªticos con el lenguaje de la fuerza y a querer vengar la afrenta gibraltare?a por mediaci¨®n futbolera, han ido calde¨¢ndose, a su vez, en una suerte de cruzada contra el supporter. La fecha del pr¨®ximo lunes, d¨ªa 5, en que se enfrentar¨¢n las selecciones de Espa?a y de Inglaterra, puede ser, si estos ¨¢nimos no se reintegran a la raz¨®n o no se arbitran las medidas de orden p¨²blico necesarias para evitarlo, una desgraciada ocasi¨®n para la violencia.
Quienes realizan actos vand¨¢licos en hoteles o cafeter¨ªas, o quienes hacen exhibici¨®n de ofensas contra los s¨ªmbolos de Espa?a, son, obvio es decirlo, una minor¨ªa de fan¨¢ticos tan vac¨ªa de juicio como inundada de alcohol. Y, del otro lado, quienes recurren a las barras de hierro, los bates o las navajas, no pasan de unas decenas de energ¨²menos, calificables antes por su condici¨®n desaforada que por su nacionalidad espa?ola. Ni unos ni otros, por muchas insignias y colores con que vengan adornados, son individuos capaces de representar a una y otra comunidad civilizada. Ser¨ªa, por ello, no s¨®lo grotesco, sino demencial, que al son con que ellos pretenden marcar sus conductas se propagara aqu¨ª un sentimiento de xenofobia contra el ingl¨¦s, a la vez que una solidaridad moral con los enarboladores del palo y la emboscada.
Para la propia desgracia de los ingleses, una parte de su afici¨®n futbol¨ªstica ha llevado lo que en tantas partes es una fiesta a los linderos de la tragedia. Los numerosos heridos en los campos de f¨²tbol brit¨¢nicos como consecuencia de las brutales algaradas en que han derivado sus pasiones, hacen de la afirmaci¨®n anterior algo m¨¢s que una met¨¢fora. Pero esa parte de aficionados -al f¨²tbol que bebe cerveza hasta el ahogo y desbarata toda convivencia fuera y dentro del campo no es, desde luego, la encarnaci¨®n de Inglaterra. Desencadenar una suerte de. guerra f¨ªsica o psicol¨®gica contra los ingleses con el pretexto de las deposiciones de unos gamberros no es otra cosa que contribuir, primero, al reinado de la sinraz¨®n, y un paso despu¨¦s, al riesgo de una peligrosa violencia en la que ambas partes ser¨¢n las v¨ªctimas m¨¢s gratuitas y execrables de este, por otras, razones, accidentado Mundial de F¨²tbol.
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