Don Juan
Escribe Rilke que nada hay tan fuerte como el silencio. Pero, instalados en la palabra, hemos de atrevernos a romperlo para aproximarnos a la realidad, intentar aprehenderla y comunicarla. Y esto es lo que pretendo al redactar estas l¨ªneas sobre Juan Llad¨®.Reflejando unas vivencias y unas im¨¢genes, tal como las percibo, a¨²n no sedimentadas por el transcurso del tiempo o la superaci¨®n de la emoci¨®n que su desaparici¨®n nos produce, espero contribuir, junto a otras voces m¨¢s autorizadas, a que se le conozca mejor en esta Espa?a que se ahoga y respira entre desilusiones y esperanzas.
Brillante universitario, disc¨ªpulo de Nicol¨¢s P¨¦rez Serrano, gana las oposiciones a letrado del Consejo de Estado. Durante la Rep¨²blica se identifica con quienes representaban posiciones progresistas posibles. Al terminar la guerra conoce la c¨¢rcel, y al salir se reincorpora al Banco Urquijo, donde hab¨ªa empezado a colaborar en 1932. Cuida, en aquellos a?os acres y cargados de temores e incomprensiones, que nadie quede sin trabajo por cuestiones pol¨ªticas, creando puestos especiales en otras empresas para aquellos que, por imperativo legal, no pudieron reincorporarse al banco, y socorriendo luego con pensiones extraordinarias a los antiguos empleados que, viviendo lejos de su pa¨ªs, lo precisaron. A partir de 1942 asume la gesti¨®n del banco con plenos poderes, que ejercer¨¢ hasta casi 1977, fecha en la que se retira, al cumplir los setenta a?os, tal como previamente hab¨ªa anunciado que har¨ªa.
Durante su mandato impuls¨® de manera decisiva la industrializaci¨®n espa?ola, dedic¨¢ndose durante casi medio siglo al Banco Urquijo, al que convertir¨ªa en el primer banco industrial del pa¨ªs.
Tambi¨¦n presta, a trav¨¦s de la Sociedad de Estudios y Publicaciones, un significativo apoyo a muchos intelectuales a los que la universidad o el clima social de la Espa?a de entonces no permit¨ªan desarrollar su labor.
Su criterio pes¨® decisivamente en muchas de las decisiones importantes que durante esa etapa se tomaron en el campo financiero y empresarial, en el ¨¢mbito privado y tambi¨¦n en el p¨²blico. Los hechos desnudos y las relaciones institucionalizadas no podr¨¢n explicar una obra en la que el factor humano ha estado presente como en pocas, en la que el protagonista -por decisi¨®n propia- no aparece y su influencia, su enorme influencia sobre todo el entorno que alcanzaba, se ejerc¨ªa a trav¨¦s de una sutil y eficac¨ªsima trama de relaciones personales, basada en la indiscutida aceptaci¨®n de su liderazgo, en la extraordinaria generosidad con la que correspond¨ªa a los suyos y, en definitiva, en la confianza que generaba su autoridad moral.
No es mi prop¨®sito, sin embargo, desvelar hoy la trascendencia de la tarea llevada a cabo por Juan Llad¨®, y s¨ª el de recordarle deteni¨¦ndome en los rasgos de su personalidad que m¨¢s vivamente me impresionaron.
Destacaba en Juan Llad¨® su capacidad de ilusionarse, ilusi¨®n que su carisma transmit¨ªa a quienes le rodeaban, arrastr¨¢ndoles. Su vida estaba llena de ocupaciones y compromisos, y, sin embargo, jam¨¢s transmit¨ªa inquietud o prisa; due?o de su tiempo, lo compart¨ªa con los dem¨¢s como si fuera inagotable. Intefigente, jam¨¢s hizo de su inteligencia pedanter¨ªa, ni aqu¨¦lla le impidi¨® estar siempre dispuesto a aprender de los dem¨¢s. Se sinti¨® muy espa?ol, sin incurrir en t¨®picos patrioterismos. Vehemente -anunciaba su contrariedad en un caracter¨ªstico gesto de frotarse los ojos cerrados-, pero al final siempre tolerante, sin conocer el rencor. De una gran simpat¨ªa y humanidad, tuvo intereses muy amplios y correspondientemente amistades plurales: intelectuales, pol¨ªticos de todo signo, financieros, profesionales, hombres comunes y algunos de los personajes m¨¢s significativos de su ¨¦poca.
No fue jam¨¢s hombre de un solo ambiente. Humanista, si humanismo es, como dice Ortega, "el inter¨¦s por todas las disciplinas que estudian el hecho humano y principalmente sus problemas m¨¢s actuales, y culto. Siempre miraba con esperanza hacia adelante, poseyendo una excepcional capacidad de dialogar y generar arnistades entre quienes eran m¨¢s j¨®venes que ¨¦l, a los que siempre alent¨® en su vocaci¨®n, apoy¨® en su formaci¨®n y distingui¨® con su confianza. Dotado de una gran capacidad de compromiso, sab¨ªa conciliar, como pocos, posiciones contrapuestas, pero tambi¨¦n pod¨ªa parecer firme como una roca (en un momento poco conveniente no le import¨® perder una de las cuentas de tesorer¨ªa m¨¢s importantes del banco, cuando no quiso ceder ni buscar siquiera una f¨¢cil soluci¨®n de compromiso a la presi¨®n que uno de los financieros m¨¢s poderosos de su tiempo le hizo para que apartara a un conocido abogado del consejo de una sociedad filial del banco).
El desprendimiento y la generosidad fberon constantes en su vida. Una generosidad que demostr¨® desde el poder -y Juan Llad¨® fue ante todo una persona que tuvo poder y que supo ejercerlo corrio pocos- y cuando se retir¨®; cuando hab¨ªa impuesto sus decisiones y configurado una situaci¨®n determinada, y tambi¨¦n cuando, en raras ocasiones, hab¨ªa tenido que doblegar su voluntad y le hab¨ªan conformado un entorno no deseado. Juan Llad¨®, como todo hombre verdaderamente generoso, nunca fue resentido. Conoci¨® el sufrimiento -?qu¨¦ hombre cabal y maduro no lo ha experimentado?-, pero jam¨¢s ¨¦ste inspir¨® su conducta. As¨ª, por ejemplo, de su etapa de: encarcelamiento jam¨¢s habl¨® con acritud, y s¨®lo hac¨ªa referencia a lo que hab¨ªan sido sus lecturas de entonces. Tambi¨¦n es de destacar la dignidad con la que, producido el cambio pol¨ªtico, no hizo jam¨¢s alarde de estos antecedentes o de su permanente conducta liberal.
Hay una an¨¦cdota que le o¨ª referir sobre su encuentro con Manolete, que no me resisto a dejar de relatar. El torero quiso conocerlo a trav¨¦s de un amigo com¨²n, y los tres almorzaron juntos. Manolete deseaba pedirle consejo sobre d¨®nde invertir sus ganancias. No s¨¦ lo que Juan Llad¨® le recomend¨®, pero s¨ª que el diestro, reconocido, le pidi¨® al finalizar la comida su minuta de honorarios. Entre sorprendido y divertido, Juan Llad¨® le respondi¨® sin herirle: 'Maestro, en pago s¨®lo le pido que a su vez usted me explique en qu¨¦ consiste el arte con el que torea". Manolete debi¨® responder algo as¨ª como que cog¨ªa la muleta, citaba y embarcaba al toro, y corr¨ªa el brazo dando el pase. Muy f¨¢cil debi¨® parecerle a Juan aquello, y pregunt¨®: "?S¨®lo es eso?". E imperturbable, Manolete dijo: "Eso y un poquitito m¨¢s". Juan, cuando contaba esto, suger¨ªa que el secreto del ¨¦xito en cualquier actividad radicaba precisamente en ese "poquitito m¨¢s...", que ¨¦l ten¨ªa en tan gran medida.
Su forma de trabajar era singular: raras veces le he visto sentado, jam¨¢s detr¨¢s de su mesa. Sustitu¨ªa la lectura de notas o informes por la comunicaci¨®n verbal en despachos, en los que con certera intuici¨®n resolv¨ªa asuntos de la m¨¢xima importancia, generalmente paseando y cogiendo por el brazo a su interlocutor, por los pasillos del banco. Antes que llamarlos, sol¨ªa ¨¦l acudir a los despachos de sus colaboradores. Marcaba las grandes l¨ªneas, pero delegaba plenamente su realizaci¨®n. El banquero -sol¨ªa decir- es aquel que mide la imaginaci¨®n de los dem¨¢s; pues bien, sin dejar de hacerlo, Juan Llad¨® demostr¨® que el financiero tambi¨¦n puede desarrollar la suya. Su conocida frase de que "en el banco, adem¨¢s, ganamos dinero", ten¨ªa un doble sujeto: la instituci¨®n y los que la dirig¨ªan. Pensaba, en efecto, que la cuenta de resultados no es lo ¨²nico que socialmente justifica la existencia de la empresa privada, y ten¨ªa a su vez un concepto humanista del modo de realizar su trabajo. El banco pudo realizar as¨ª una ejemplar pol¨ªtica laboral y cultural, y Juan Llad¨® rodearse de un equipo compuesto por personas muy
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preparadas que, de no haber sido por ¨¦l y por su manera de entender la actividad financiera, habr¨ªan elegido seguramente otras rutas profesionales.
Emilio Garc¨ªa G¨®mez, en una bella y ajustada met¨¢fora, ha escrito que "ha muerto con el coraz¨®n maduro como una granada". Efectivamente, quien derroch¨® coraz¨®n acab¨® con el coraz¨®n destrozado, conservando la mente clara y el ¨¢nimo sosegado como corresponde a quien sabe que ha cumplido fielmente con su tarea.
Si ejemplar ha sido su vida, ejemplar ha sido tambi¨¦n su muerte, de la que ha tenido conciencia y que ha aceptado con la naturalidad propia de su religiosidad y de su inteligencia.
Al reflexionar sobre Juan Llad¨® resulta indispensable evocar tambi¨¦n a quienes le facilitaron la posibilidad de recorrer el camino que tan fecundamente anduvo.
Es una lista larga de gratitudes rec¨ªprocas y en la que aventurar nombres es incurrir, con seguridad, en pecado de omisi¨®n. Hay, sin embargo, algunos que aparecer¨¢n en cualquier historia que sobre Juan Llad¨® se escriba. En primer¨ªsimo lugar, Mauricia, su mujer, con la que desarroll¨® una intensa vida familiar. Luis Usera, con quien Juan Llad¨® inspir¨® de manera tan personal la relaci¨®n entre el Banco Urquijo y el Hispano Americano, pieza maestra de su pol¨ªtica bancaria. Jos¨¦ Antonio Mu?oz Rojas y Emilio G¨®mez Orbaneja, sus siempre fieles amigos y colaboradores m¨¢s inmediatos durante tantos a?os. Javier Zubiri, quien encarn¨® en la Sociedad de Estudios y Publicaciones una pol¨ªtica cultural entendida como algo mucho m¨¢s profundo que una eficaz burocracia. La familia Urquijo, que con su confianza le dio los medios precisos para realizar la andadura. Y, finalmente, Jaime Carvajal, quien representa la permanencia de la escuela de hacer banca que Juan Llad¨® inici¨®, actualizada a las necesidades y circunstancias de hoy.
Juan Llad¨®, que pertenec¨ªa a una generaci¨®n extraordinaria, disc¨ªpula directa de la del 98, una generaci¨®n aparentemente perdida por la guerra y posiblemente una de las que m¨¢s ha estado a la altura de su tiempo desde la Ilustraci¨®n, tuvo una innegable vocaci¨®n pol¨ªtica, que realizaba en la medida en la que desde su actividad financiera serv¨ªa a los intereses m¨¢s amplios de su pa¨ªs. Juan Llad¨® seguramente pens¨® que, al menos en la Espa?a que le toc¨® en suerte, segu¨ªa siendo cierta la indicaci¨®n de S¨®crates a sus disc¨ªpulos: "Es necesario que el que en realidad luche por la justicia, si pretende sobrevivir, act¨²e privada y no p¨²blicamente". Esta es, a mi juicio, una de las claves para poder comprenderle.
Una ¨²ltima confesi¨®n personal. Juan Llad¨® ha sido una de las tres o cuatro personas que, precedi¨¦ndome en edad, m¨¢s han contribuido a hacerme como soy; es decir, ha sido uno de mis maestros.
Si, como dec¨ªa otro gran poeta, al final s¨®lo nos queda la palabra, sirvan ¨¦stas, escritas desde la gratitud y el afecto invariables, como testimonio de mi homenaje y como desahogo del dolor que su muerte nos ha causado.
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