Espa?a y las Espa?as / 1
?Vamos a sacar definitivamente ,la cabeza, de debajo del esca?o? Llevamos a?o y un buen pico cuerpo a tierra o, por lo menos, bastante escorados hacia el suelo: todos hemos sufrido m¨¢s o menos de tan nefasto complejo. Cuerpo a tierra, con el miedo metido en el cuerpo, ni se piensa, ni se gobierna, ni se hace democracia, menos socialismo... Hemos estado estos ominosos meses mirando fascinados a la esfinge llamada Ej¨¦rcito, como el p¨¢jaro inmovilizado por la fija mirada de la serpiente. Obsesionados por los militares, no hemos hecho sino reforzar en ellos su inveterado complejo de columna vertebral de la patria. Tarea de la democracia espa?ola es secularizar o, mejor, civilizar a su Ej¨¦rcito (es decir ense?arle que es un instrumento al servicio de la sociedad civil); pero quiz¨¢ la mejor manera de empezar a. civilizarlo sea que lo olvidemos un poco, que nos liberemos de su obsesi¨®n, que pensemos, nos comportemos, hagamos pol¨ªtica como si fuera un Ej¨¦rcito perfectamente civilizado, secularizado...En todo caso, no es cuerpo a tierra como haremos cambiar ni, un ¨¢pice el esp¨ªritu heredado por nuestros m¨ªlites (y que tan poco se ha hecho por cambiar). Saquemos, pues, definitivamente la cabeza de bajo el banco y hablemos francamente y sin tapujos de nuestros problemas: los problemas de nuestra sociedad democr¨¢tica a¨²n a medio construir.
?Problemas? Uno de los que m¨¢s hemos puesto bajo el celem¨ªn, en nuestro complejo de cuerpo a tierra, es el de las autonom¨ªas. No me refiero a la ch¨¢chara jur¨ªdica o leguleya, a veces aldeana, a que en ocasiones asistimos entre caciques centralistas y caciques perif¨¦ricos. Hablo de la cuesti¨®n de las autonom¨ªas en profundidad: la de la nueva estructuraci¨®n de la unidad espa?ola. Hemos estado haciendo lo posible -tanto pol¨ªticos como intelectuales- por no plantearnos la cuesti¨®n o plante¨¢rnosla de una manera confusa, ambigua, tergiversadora. Se arman sonoras trifulcas en torno a loapas, loapillas y dem¨¢s zarandajas, y no queremos coger al toro por los cuernos.
Y ¨¦ste s¨ª que es el gran toro ib¨¦rico, que embiste irresistiblemente: el problema de los problemas. Le he o¨ªdo decir en privado a Felipe Gonz¨¢lez que esa articulaci¨®n nueva de la unidad de Espa?a (Estado y naci¨®n) en las autonom¨ªas es la tarea (por antonomasia) que nos espera a los espa?oles en lo que queda de siglo. Y es l¨¢stima que los pol¨ªticos espa?oles -con mayor raz¨®n los intelectuales- no repitan a coro y en p¨²blico tama?a evidencia.
Reflexi¨®n y generosidad
Esa tarea, que solicita cotidianamente de todos nosotros un esfuerzo de reflexi¨®n l¨²cida y de comprensi¨®n generosa, entra?a una gran empresa de clarificaci¨®n hist¨®rica sobre lo que realmente es Espa?a, y al mismo tiempo, un vigoroso movimiento de solidaridad en la diferencia y desde la diferencia. De todos nosotros, digo. Porque el problema de las autonom¨ªas en la Espa?a actual no puede en modo alguno ser resuelto, de manera m¨¢s o menos tecnocr¨¢tica, en gabinete cerrado, por la llamada "clase pol¨ªtica" aun suponi¨¦ndola m¨¢s. inteligente, imaginativa y generosa de lo que es. No, ese problema crucial es de los que o son resueltos por todo un pueblo en un lento movimiento de Compenetraci¨®n o no lo son en modo alguno.
Y es que no, se trata simplemente -como a, veces tienden a creer los pol¨ªticos- de meras instrumentaciones legislativas, de distribuciones m¨¢s o menos justas y eficaces de poder, de reordenaciones administrativas. No, se trata, antes que nada, del ser mismo de Espa?a, de esclarecer lo que esa comunidad verdaderamente es, de descubrir sus realidades profundas y de atenernos a ellas en nuestra acci¨®n cultural y pol¨ªtica: en resumen, de una operaci¨®n Verdad que la historia de nuestro pa¨ªs est¨¢ pidiendo por lo menos desde hace un siglo.
La 'operaci¨®n Verdad'
Hace casi ochenta a?os, en 1909, Joan Maragall planteaba ya en toda su urgencia y su profundidad esta operaci¨®n Verdad que Espa?a necesitaba y necesita., He aqu¨ª sus palabras:
"Es una cuesti¨®n de esencia: es la cuesti¨®n de ?qu¨¦ es Espa?a?... Espa?a, ?es un solo pueblo o es un agregado de pueblos?, ?es un c¨ªrculo con centro o un juego de atracciones de centros distintos? Ya lo veis: toda nuestra historia se halla aqu¨ª en cuesti¨®n y nos jugamos no s¨®lo el presente, sino el juicio de todo lo pasado y, sobre todo, la inmensidad de todo lo que est¨¢ por, venir. No extra?e, pues, la magnitud de la lucha..., los gritos desaforados la pasi¨®n corriente ni el olvido en ella de toda otra pasi¨®n. Nos disputamos nuestra fe de vida: nada menos que en la contestaci¨®n a esta pregunta: ?qu¨¦ quiere decir ser espa?ol? No hay otro pueblo en el mundo en el que, hoy por hoy, se juegue semejante partida".
.?Qu¨¦ es Espa?a?, un solo pueblo o un agregado de pueblos?": la pregunta de Maragall sigue, ochenta a?os despu¨¦s, definiendo el eje vital en torno al cual se configura nuestro presente y se decide nuestro futuro.
Dir¨ªase que el destino de Espa?a, desde hace ya siglos, es ponerse en cuesti¨®n a s¨ª misma, de cuando en cuando, violentamente. La historia espa?ola, reconozc¨¢moslo con el fil¨®sofo rumano-franc¨¦s Cioran, es la de un pueblo dif¨ªcil, en contradicci¨®n con su propio ser y con lo que le rodea; "obsesionado por s¨ª mismo, se erige en ¨²nico problema; su desarrollo en todo punto singular le obliga a replegarse sobre su serie de anomal¨ªas".
Nuestros mejores pensadores se han planteado casi siempre, m¨¢s bien que los problemas de Espa?a, el problema de Espa?a, as¨ª, en singular, con toda su carga metaf¨ªsica y tr¨¢gica. ?Podemos imaginar a un Val¨¦ry, a un Gide o a un Proust plante¨¢ndose el problema de Francia? ?Podemos concebir a un ingl¨¦s -cito a Cioran- pregunt¨¢ndose "si el Reino Unido tiene sentido o no?: sabe que es ingl¨¦s y eso le basta".
Esa vuelta constante de lo espa?ol sobre s¨ª mismo es lo que le da a nuestro pa¨ªs su aire peculiar de organismo sobremanera vivo y original pero inacabado y precario, esa sensaci¨®n, como dir¨ªa Nietzsche, de "vivir peligrosamente"; lo espa?ol destaca tanto m¨¢s como personalidad hist¨®rico-cultural cuanto que se tiene a menudo la impresi¨®n de que no est¨¢ muy claro qu¨¦ es ser espa?ol (no digo catal¨¢n, andaluz, vasco o castellano, sino espa?ol): un nudo, pues, de contradicciones y precariedades.
Recurriendo a un s¨ªmil filos¨®fico un poco vago, me atrever¨ªa a decir que el espa?ol es el m¨¢s existencialista de los pueblos.
Las dos Espa?as
Me parece que en el desarrollo de la problem¨¢tica del ?qu¨¦ es Espa?a? se distinguen claramente dos planos. Uno es el ya cl¨¢sico de la dial¨¦ctica de las dos Espa?as, esas dos Espa?as que Antonio Machado nos presentara en tr¨¢gica pelea en algunos de sus mejores poemas: la Espa?a que parece instalada para siempre, bostezadora y triste, en la inm¨®vil majestad de su mismidad satisfecha y aislada, frente a la Espa?a din¨¢mica y abierta al futuro y al mundo, "la Espa?a de la rabia y de la idea".
Esta dial¨¦ctica de las dos Espa?as fue la t¨ªpica de los hombres del 98 y de gran parte de quienes les siguieron y es ella la que parece presidir, sobre todo en el plano cultural, la aciaga andadura -agitada pero a menudo inm¨®vil- de nuestra historia en los dos ¨²ltimos siglos.
Pero, junto a esa dial¨¦ctica, actuaba en el acontecer hist¨®rico de nuestra patria una segunda dial¨¦ctica, m¨¢s vieja que la otra y no menos profunda: la dial¨¦ctica de las Espa?as, de ese largo e intrincado devenir de, los pueblos ib¨¦ricos desde sus comienzos medievales hasta su ¨²ltimo avatar del Estado de las autonom¨ªas que hoy contemplamos; la dial¨¦ctica de la diversidad de los pueblos, las lenguas y las culturas que han formado y forman el conglomerado nacional espa?ol.
Tengo la impresi¨®n, ahora que el pueblo espa?ol ha recobrado su libertad y la posibilidad de establecer un sistema normal de convivencia, que la famosa dial¨¦ctica de las dos Espa?as comienza a periclitar; por recurrir de nuevo a Machado, dir¨ªa que don Guido est¨¢ ya m¨¢s que putrefacto, a menos que se vea obligado a subirse en un tractor para poder mantener sus latifundios. Y digo. esto a sabiendas de que nos quedan a¨²n bastantes Tejeros y Milanes del Bosch, con uniforme o de paisano, que neutralizar. Pero es que Espa?a es despu¨¦s de todo, una sociedad moderna en la que ciertos modos psicol¨®gicos del pasado est¨¢n desapareciendo, o han desaparecido ya, por la acci¨®n combinada de m¨²ltiples factores internos y externos. Con ello, el choque brutal y end¨¦mico entre la "Espa?a eterna que bosteza" y la "Espa?a de la rabia y de la idea" se va deshaciendo cada vez m¨¢s r¨¢pidamente en los conflictos normales de una moderna sociedad industrial y democr¨¢tica: luchas de clases, problemas de la calidad de la vida, reivindicaci¨®n de la identidad, desarrollo de modos ideol¨®gicos m¨¢s flexibles y menos excluyentes...
Espa?a es, claro est¨¢, un pa¨ªs europeo, y la insidiosa tentaci¨®n de la diferencia excluyente, tan cara a¨²n a nuestros carvern¨ªcolas residuales, pierde constantemente la base que ten¨ªa en la estructura econ¨®mica, social y cultural del pa¨ªs. A don Guido se lo ha cargado o se lo est¨¢ cargando su tractor.
Naci¨®n de naciones
Queda en cambio, y m¨¢s actuante. que nunca, la otra dial¨¦ctica: la de las Espa?as, es decir, la de la realidad plural de nuestro pa¨ªs, que, me parece, no tiene mejor definici¨®n que la que encierra la sencilla f¨®rmula "naci¨®n de naciones": Espa?a es, en efecto, una naci¨®n de naciones. Esta dial¨¦ctica de la plurinacionalidad espa?ola est¨¢, acabo de decir, m¨¢s actuante que nunca, y no pod¨ªa ser menos desde el momento en que cada espa?ol en concreto y los varios pueblos espa?oles en general recobraron la libertad, y la libertad, base y alma de la democracia, es la posibilidad de ser lo que se es y de decirlo sin trabas. La libertad democr¨¢tica no pod¨ªa ser, pues, en nuestro pa¨ªs, sino el comienzo de esa operaci¨®n Verdad de que hablaba al principio en relaci¨®n con el ser real, la verdad verdadera de Espa?a. Por eso me ha sorprendido o¨ªr decir a m¨¢s de uno de nuestros pol¨ªticos que las reivindicaciones nacionales y auton¨®micas de los pueblos del conglomerado espa?ol debieron dejarse para m¨¢s tarde, porque lo primero era instaurar y consolidar la democracia.
Lo cual da fe de la inconsciencia de ese tipo de pol¨ªticos, hoy por desgracia bastante frecuente. Porque, ?c¨®mo no comprender que para un catal¨¢n, un vasco o un gallego la libertad democr¨¢tica es poder actuar como ciudadano de pleno derecho y, al mismo tiempo, e indisociablemente, como miembro de una comunidad nacional de pleno derecho? En un pa¨ªs plurinacional como Espa?a s¨®lo el reconocimiento inmediato y sin reservas del hecho nacional perif¨¦rico o minoritario (ll¨¢mesele como se quiera) permite el establecimiento y la consolidaci¨®n de la democracia. Y es justamente porque los gobernantes de la transici¨®n tergiversaron, por miop¨ªa pol¨ªtica o por miedo a irritar a los conocidos "poderes f¨¢cticos" (es decir a los Milanes y a los Tejeros, que despu¨¦s se sublevar¨ªan de todos modos), tergiversaron, digo, en lo que ata?e a ese reconocimiento incondicional del hecho nacional catal¨¢n y del vasco, invent¨¢ndose aquella irresponsable groser¨ªa pol¨ªtica del "caf¨¦ para todos", por lo que vino a agravarse a¨²n m¨¢s un problema ya de por s¨ª peliagudo.
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