La 'isla de la belleza' contar¨¢ con mayores poderes que las dem¨¢s regiones francesas
Desde el centralista Juan Bautista Colbert (ministro de Luis XIV), pasando por Napole¨®n, hasta la V Rep¨²blica vigente en este mes de agosto de 1982, la historia del jacobinismo franc¨¦s puede resumirse con pocos datos: en v¨ªsperas de la primera guerra mundial, Francia era la potencia n¨²mero uno del mundo. Su lengua y su cultura brillaron en todo el planeta, y a¨²n hoy secundan a la Francia mitterrandista que pertenece al club nuclear, que contin¨²a ejerciendo una atracci¨®n sobre el resto de los pueblos, que posee una industria de vanguardia; que es, en definitiva, la cuarta potencia mundialEl surgimiento del regionalismo
?Es posible, y oportuno, rebelarse contra el monstruo centralista estatal, que, a fin de cuentas, ofrece un saldo bruto que ni un solo franc¨¦s considera negativo? La pregunta y consideraci¨®n anteriores centran toda la problem¨¢tica de la descentralizaci¨®n decidida por la Administraci¨®n socialista: la reticencia o la oposici¨®n de la derecha; un cierto desinter¨¦s de los franceses, acostumbrados a inclinarse ante el Estado y a protestar acto seguido, y, en ¨²ltima instancia, la cautela del Gobierno, que en un primer tiempo lo ofreci¨® todo a corto plazo y a medida que han pasado los meses ha recortado por todas partes y se ha resignado a escalonar las diversas etapas de la descentralizaci¨®n hasta 1985.
A pesar de la gesti¨®n eficaz del centralismo a lo largo de los siglos, la descentralizaci¨®n, el regionalismo, incluso el federalismo, seg¨²n los casos, han sido un tema p¨²blico en Francia desde el final de la segunda guerra mundial. El renacimiento de las culturas regionales o de los nacionalismos, al igual que el malestar general que manifest¨® el pa¨ªs durante la revoluci¨®n de mayo de 1968, erosionaron progresivamente al dios Estado jacobino. El general Charles de Gaulle, en 1969, tuvo que abandonar la presidencia de la Rep¨²blica al perder el refer¨¦ndum con el que propon¨ªa la regionalizaci¨®n.
Sus sucesores, Georges Pompidou y Valery Giscard d'Estaing, disertaron sobre este tema, pero, no realizaron nada. Es el Gobierno del presidente socialista, Fran?ois Mitterrand, quien ha lanzado el desaf¨ªo de la descentralizaci¨®n como la m¨¢s importante reforma del septenio. Seg¨²n los sondeos de la opini¨®n p¨²blica, la mayor¨ªa de los ciudadanos (hasta el 70%) est¨¢n de acuerdo con el principio de la descentralizaci¨®n. Pero los responsables oficiales y todos, los, dem¨¢s admiten que una reforma que para la gran mayor¨ªa de los pa¨ªses democr¨¢ticos es agua pasada, para el enraizado centralismo franc¨¦s es una revoluci¨®n que necesitar¨¢ mucho tiempo para que llegue a ser operacional con normalidad.
Ley Defferre
El ministro del Interior, Gast¨®n Defferre, es quien ha elaborado la denominada, por ello, Ley Defferre. Seg¨²n dicha normativa, la Administraci¨®n francesa se escalona en cuatro niveles: el Estado, el departamento, la regi¨®n y el municipio. Los tres ¨²ltimos se convierten en colectividades territoriales que se autoadministran.
El s¨ªmbolo del centralismo franc¨¦s er¨¢ el prefecto, nombrado por el Consejo de Ministros y ejecutivo, a la vez, por parte del Estado y del departamento. El prefecto ha desaparecido ya, y con ¨¦l la tutela del Estado. En lo sucesivo, ese prefecto se llamar¨¢ comisario de la Rep¨²blica y s¨®lo representar¨¢ los intereses del Gobierno. El alcalde, en el municipio, y los presidentes de las asambleas regional y departamental, elegidos por sufragio popular, ser¨¢n los ejecutivos a su nivel, pero no legisladores.
A partir de esta nueva ordenaci¨®n administrativa, lo importante ser¨¢n las competencias y las fuentes econ¨®micas de cada una de las colectividades territoriales; pero esta cuesti¨®n a¨²n no se ha resuelto con precisi¨®n. Las generosas intenciones iniciales han sido frenadas sobre el terreno.
El caso de C¨®rcega se inscribe en el desarrollo de esa ley de descentralizaci¨®n, pero con poderes m¨¢s amplios, estipulados en el denominado Estatuto particular. La especificidad corsa no ha muerto tras dos siglos de intentos de asimilaci¨®n por parte de Francia. Desde que, en el siglo XVIII, su h¨¦roe nacional, Pascale Paoli, consigui¨® la independencia de la isla, que apenas dur¨® cuarenta a?os, el nacionalismo corso ha resistido todos los embates de su movida y, a veces, tr¨¢gica existencia.
Semejanza con el Pa¨ªs Vasco
Como todas las regiones perif¨¦ricas de los Estados-naci¨®n europeos (Catalu?a y el Pa¨ªs Vasco espa?ol son una excepci¨®n), C¨®rcega no realiz¨® la primera revoluci¨®n industrial y qued¨® convertida en una pobre monta?a en el mar, manantial de sol para los turistas y de hombres para las guerras o para engrosar su di¨¢spora (un mifl¨®n de corsos). Desde hace un cuarto de siglo, el nacionalismo corso, como los del resto de Europa occidental, rompi¨® su silencio.
Su configuraci¨®n actual se asemeja a la del Pa¨ªs Vasco espa?ol, con la salvedad de que este ¨²ltimo no es una isla. Un movimiento autonomista, la Uni¨®n del Pueblo Corso (UPC) -legal-, y otro violento, clandestino y separatista, el Frente de Liberaci¨®n Nacional de C¨¢rcega (FLNC), han escrito la historia de las explosiones o de la lucha por la liberaci¨®n corsa. S¨®lo en lo que va de 1982 se han contabilizado 280 atentados (todos contra bienes, salvo uno del FLNC que caus¨® la muerte de un legionario). El FLNC rechaza la descentralizaci¨®n por considerarla como "una nueva m¨¢scara del colonialisino". El resultado que consiga la autonomista UPC revelar¨¢ la amplitud y el futuro del nacionalismo en la isla de belleza.
El caso corso es el m¨¢s espec¨ªfico de todos los que, en t¨¦rminos m¨¢s culturales o econ¨®micos (el bret¨®n, el occitano), caracterizan m¨¢s los particularismos franceses. El Pa¨ªs Vasco franc¨¦s mantiene su nacionalismo, pero apoyado por una minor¨ªa que, de antemano, reconoce que su eventual futuro s¨®lo ser¨¢ plausible de la mano de Euskadi sur.
Fraude electoral
La gravedad acuciante y persistente de la situaci¨®n corsa, generada por la lucha nacionalista, es la que ha aconsejado al Gobierno central concederle r¨¢pidamente el Estatuto particular, destinado, en primer lugar, a instaurar la paz civil en la isla. Tras los comicios del pr¨®ximo domingo, C¨®rcega gozar¨¢ de la normativa descentralizadora com¨²n a todas las regiones francesas, adem¨¢s de las ventajas que le concede su Estatuto propio: un derecho de proposici¨®n de la Asamblea corsa al primer ministro sobre leyes referentes a la isla; dos consejos a los que la Asamblea tendr¨¢ que consultar obligatoriamente: uno, econ¨®mico y social, y otro, de cultura, educaci¨®n y entorno.
Excepto el independentista FLNC, todos los partidos concurren a las elecciones. Pero el sistema proporcional decidido por el Gobierno como regla electoral ha dividido a todos los partidos centralistas, y cada grupo disidente presenta una lista propia. Te¨®ricamente deben votar algo m¨¢s de 200.000 electores, pero no se sabe en qu¨¦ medida este primer acto del a?o primero de la nueva historia de C¨¢rcega suprimir¨¢ el fraude caracter¨ªstico de la isla. Un municipio que en 1975 reivindic¨® 1.500 habitantes declara ahora 230. El Gobierno ha eliminado a 5.000 electores falsos, pero se sospecha a¨²n de muchos m¨¢s submarinos.
El Partido Socialista, en el poder, es minoritario en la isla. Los Radicales de Izquierdas, tambi¨¦n pertenecientes a la mayor¨ªa gubernamental, tienen actualmente tres diputados de los cuatro corsos (el otro es gaullista). La mitad aproximadamente del electorado est¨¢ integrada por antiguos combatientes aut¨®ctonos, pero ligados a Francia, y por extranjeros, que, se pronostica, podr¨ªan conseguir el lote de esca?os m¨¢s sustancial para el neogaullismo continental, encarnado por Jacques Chirac.
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