Frases de la vida
Hay en M¨¦xico un dicho tan hermoso como enigm¨¢tico: "El que come y canta, loco se levanta". Siempre he tenido la curiosidad de averiguar su origen, aunque pienso que es una deformaci¨®n po¨¦tica de otro dicho espa?ol: "Al que come y canta, un sentido le falta". Comer cantando fue uno de los sue?os de la infancia, sue?o prohibido como tantos otros, pues siempre se nos dijo que cantar en la mesa espantaba a los duendes.Estamos llenos de frases como ¨¦sa desde el nacimiento. La costumbre de vivir con ellas, de regir por ellas nuestra conducta, se atribuye con demasiada facilidad a los abuelos, cuando en realidad es la vida toda la que nos llena con ellas cada instante. Los viejos refranes espa?oles fueron los primeros y tal vez los que m¨¢s temprano nos despertaron el sentido de la poes¨ªa. "Culos conocidos de lejos se dan silbos", dec¨ªa uno de ellos, por desgracia ca¨ªdo en desuso. Las madres que no quer¨ªan ver a las hijas coqueteando en la calle, viendo bailes ajenos por las ventanas, ten¨ªan una manera de disuadirlas: "El buen pa?o, en el arca vende". Para referirse a alguien muy atolondrado, dec¨ªan: "Es de las que confunden el culo con las t¨¦mporas". Durante muchos a?os lo o¨ª decir, y nunca tuve el cuidado de averiguar qu¨¦ eran las t¨¦mporas, hasta hace muy poco tiempo, cuando una necesidad del oficio me oblig¨® a pregunt¨¢rselo al diccionario, y ¨¦ste me contest¨®: "Tiempo de ayuno que prescribe la Iglesia en las cuatro estaciones". La absoluta falta de relaci¨®n entre los dos t¨¦rminos del refr¨¢n me hizo apreciarlo m¨¢s de lo que ya lo apreciaba desde ni?o.
No todos los refranes espa?oles estaban al alcance de los ni?os, por supuesto. Hab¨ªa uno b¨¢rbaro, pero indiscutible: "M¨¢s pueden dos tetas que dos carretas". Los valencianos dec¨ªan lo mismo, pero m¨¢s a la valenciana: "Tira mes un pel de figa que una maroma de barco". Para hablar de una mujer que nunca se puso ropa fina, dec¨ªan: "A la que nunca llev¨® bragas, las costuras le hacen llagas". Sin embargo, casi tan deslumbrantes como los refranes son las desfiguraciones que se suelen hacer de los m¨¢s corrientes. "Ojos que no ven, pisan mierda", dice uno. Y otro, muy chulo, de Madrid: "Mal de muchos, apidemia". Y otro, de un realismo inclemente: "Al que a buen ¨¢rbol se arrima, si no lo ve nadie, orina". Un escritor original titul¨® su libro reciente: Cr¨ªa ojos. Con todo, en materia de desfiguraciones, ningunas me parecieron tan divertidas como las que hac¨ªamos en la juventud a las obras de misericordia: visitar al desnudo, enterrar a los enfermos, dar posada a los muertos, dar de comer a los agonizantes. Las posibilidades eran, enormes, y cada qui¨¦n las arreglaba como mejor conven¨ªa a sus guistos.
En M¨¦xico -tierra de grandes dichos- hay uno estupendopara referimos a algo que nos deja indiferentes: "Eso me hace lo que el viento a Ju¨¢rez". El origen, de acuerdo con un informador bien ilustrado, fue un hurac¨¢n, en Oaxaca, que arras¨® con toda la poblaci¨®n pero dej¨® intacta, en la plaza Mayor, la estatua de don Benito Ju¨¢rez. El m¨¢s certero de los refranes que recuerdo es del departamento colombiano de Antioqu¨ªa: "Habla m¨¢s que un perdido cuando lo encuentran".
Ram¨®n G¨®mez de la Serna -a quien alg¨²n d¨ªa habr¨¢ que reivindicar como uno de los grandes escritores de la lengua castellana- nos llen¨® la adolescencia de frases hermosas.con sus mejores greguer¨ªas. "El mel¨®n sabe a fresca y limpia madrugada", dijo. Y otra: "La flauta canta por la nariz". Y otra, entre miles: "Puso a secar tantos guantes que parec¨ªa haber recibido una ovaci¨®n de aplausos". Por la ¨¦poca en que las greguer¨ªas estaban de moda, una generaci¨®n entera de poetas colombianos dio en la flor de jugar con las palabras. Arturo Camacho Ram¨ªrez, cuya inteligencia. del idioma asombraba a todos, hizo conversiones de frases corrientes: a la vida social la convirti¨® en la socia vidal, a santa Teresita la convirti¨® en tanta cerecita, y al contralmirante Piedrah¨ªta, en el piedralmirante Contrah¨ªta. Con esa t¨¦cnica hizo la mejor: "Se botan forrones". Al poeta Jorge Rojas se le atribuyen dos frases de aquella cosecha. Una: "La tortuga es ina totumina llena de lentitud". Y otra: "La sirena no abre las piernas porque se qued¨® es camada". La cartilla de leer hab¨ªa marcado la pauta con aque llas frases, que no pretend¨ªan nada m¨¢s que aliteraciones ¨²tiles y, sin embargo, se asomaban a los l¨ªmites de la poes¨ªa: "Otilia lava latina", "La mula va al mo lino", "El adivino se dedica a la bebida".
Ya de adultos, la publicidad nos ha ido llenando la vida de frases y consignas que terminan por ser refranes de nuestro tiempo. Durante muchos a?os, una empresa a¨¦rea se anunci¨® con una frase que se incorpor¨® a nuestro hablar cotidiano: "Volar es natural en los holandeses". La imagen del holand¨¦s errante, que tal vez nace dentro de nosotros, se hizo m¨¢s v¨ªvida con esa frase, que al fin y al cabo no dec¨ªa una verdad. Durante la segunda guerra mundial, una famosa marca de cigarrillos se vio obligada a quitarle a su cajetilla el color verde tradicional. "El verde se fue a la guerra", fue su explicaci¨®n publicitaria. Se dec¨ªa de un modo corriente que tarde o temprano su radio ser¨ªa un Phillips, o que hab¨ªa un Ford en su futuro, aunque en el fondo del coraz¨®n todos sab¨ªamos que no era cierto. En Colombia, en cambio, una compa?¨ªa de seguros contra incendios concibi¨® la frase de la verdad: "El f¨®sforo tiene cabeza, pero no tiene coraz¨®n".
Los sabores, los sonidos y los olores nos, han obligado siempre a forzar el idioma para describirlos. Hace muchos a?os, en una alcoba ajena, o¨ª durante toda la noche a un cordero amarrado en el patio que lanzaba un balido id¨¦ntico y de una regularidad inclemente. La due?a de la alcoba, deslumbrada por la simetr¨ªa de aquel lamento, dijo en la oscuridad: "Parece un faro". Hace menos a?os, en Par¨ªs, la bella y voluntariosa Tachia Quintana improvis¨® una tisana con cuantas hierbas secas encontr¨® en los armarios', y cuando la prob¨¦ cre¨ª encontrar la descripci¨®n exacta: "Sabe a procesi¨®n". Por eso entend¨ª tan bien al Che Guevara cuando prob¨® la primera bebida que se hizo en Cuba para sustituir la Coca-Cola, y dijo, sin vacilar: "Sabe a cucaracha". Nadie, que se sepa, se ha comido una cucaracha, pero es dif¨ªcil que alguien no entienda a qu¨¦ sab¨ªa aquel refresco nuevo. Cu¨¢ntas veces hemos tomado un caf¨¦ que sabe a ventana, un pan que sabe a ba¨²l, un arroz que sabe a dep¨®sito, una sopa que sabe a rinc¨®n. Un amigo prob¨® en un restaurante de Par¨ªs unos espl¨¦ndidos ri?ones al jerez, y dijo, suspirando: "Sabe a mujer". En un ardiente verano de Roma prob¨¦ una vez un helado que no me dej¨® la menor duda: sab¨ªa a Mozart.
? 1982,
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