David Bowie en el tiempo que vivimos
Era un muchachito de Bomley que so?aba con ser estrella del espect¨¢culo, pero en la d¨¦cada de los sesenta los ascensos pasaban por el tubo de la beatleman¨ªa y para triunfar, salvo que uno tuviera el talento de Sinatra, Davis o Dean Martin, hab¨ªa que recorrer el sendero del clan Lennon o practicar el verso de Bob Dylan. Como el inglesito David todav¨ªa no hab¨ªa visitado el sal¨®n Oscar Wilde del neoyorquino Mercer Art Center ni puesto su impoluta carne en la mugre del Greeriwich Village, con sus travestidos intercambiando miradas y caricias en sus discotecas, en sus comercios, en sus casas de ba?os, en sus teatros y en sus apartamentos, David -vaya mala suerte- tiene que cantar una basura que imita el rhythm and blues, maullidos de gata en celo que emite como David Jones -su aut¨¦ntico nombre- and The Lover Third. Un desastre. Para mayor desgracia, en The Monkeis hay un tipo que se llama igual, David Jones, uno de esos mediocres que plagian miserablemente a los Beatles. Nuestro muchacho decide cambiarse el nombre. El inglesito de Bomley ser¨¢, a partir de ese momento, David Bowie.Lo primero que hace es dejar de aullar. Lo segundo, meterse en la Lindsay Kemp Mime Company, el mismo grupo teatral que hace pocas semanas ha actuado exitosamente en Espa?a. Despu¨¦s de tres a?os de estudiar a los cl¨¢sicos ingleses, retorna al rock, pero ahora como solista. Graba Space Oddity, y aunque su nombre, David Bowie, entra ya en los charters, su popularidad sigue en la clandestinidad, en la cola del reconocimiento p¨²blico.
M¨¢s de mil d¨ªas representando Salom¨¦ o Sue?o de una noche de verano, tienen que servir para algo. Bowie va a jugar su baza rockera como si sus representaciones fuesen una obra de teatro en la que el artificio y no la palabra ser¨¢ lo esencial, una ficci¨®n que destruya la realidad. "Si Bowie apela al exhibicionismo que le caracteriza, es porque ah¨ª encontr¨® la luz verde para salir de la oscuridad", acierta Paul Alessandrini en Rock & Folk, una revistilla que, en 1973, dedica al espigado David una cover-story; otras quince ya lo hab¨ªan hecho antes. Pero no todo son historietas. Revistas de cine especializadas consumen p¨¢ginas sobre un actor que jam¨¢s film¨® una pel¨ªcula, revistas de moda femenina desnudan, de pies a cabeza, a un apol¨ªneo joven que se pasea por la vida con su mujer, Angela, un clavel en la mano y el cabello cortado a la gar?on, y el todo y el nada impresos le dedican sus p¨¢ginas. Pis¨¢ndole los talones a Mick Jagger, mezclando con elegancia el ayer y el ma?ana, cargado con una sobredosis de cine americano -"Tenemos influencia de Hollywood", reconocieron en Espa?a los integrantes de la Lindsay Kemp Company-, el resto de su vida es ya una leyenda que se puede leer en Interview, el diario de Andy Warhol, o escuchando su himno a la homosexualidad, Aladdin Sane, en donde uno se imagina a David vestido de seda.
Maquillajes sensuales, ambig¨¹edad yuxtapuesta y vigores refinados y ondulantes de ninguna manera pueden ocultar el talento de Bowie. Plantarse definitivamente en los niveles c¨®modos tiene el riesgo de que, alguna vez, igual que en pol¨ªtica, se pueda llegar a sucumbir a la seducci¨®n de la propia imagen. As¨ª ocurre con casi toda esa legi¨®n de artistas alistados en eso que se ha dado, malamente, en llamar decadencia, y que a m¨ª me parece que no es, nada m¨¢s y nada menos, que el espejo de un tiempo. El tiempo que vivimos. Con nuestras desilusiones. Con nuestras esperanzas. Con nuestras contradicciones. Con nuestras ambig¨¹edades.
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