V¨ªctor o el optimismo
No s¨¦ qu¨¦ relieve elegir entre la madera astillada de la memoria para reconstruir la imagen de V¨ªctor Ruiz Iriarte ahora que la muerte le ha destruido. Tal vez cuando escrib¨ªa (a m¨¢quina, cinta verde) bajo un ¨¢rbol antiguo de El Paular: le ve¨ªa a distancia, riendo de sus propias frases, mimando los gestos de los personajes. O cuando regresaba a mi casa de Par¨ªs, exclamando a carcajadas: "?Estos franceses no saben hablar franc¨¦s!". V¨ªctor o el optimismo. De alg¨²n sitio hab¨ªa sacado un caudal de felicidad y de seguridad. para las que no estaba construido. Quer¨ªa, a toda costa, devolverlo, por el teatro. Por eso, tal vez, siempre que se hablaba de los antecedentes del teatro de V¨ªctor Ruiz Iriarte hab¨ªa que citar La comedia de la felicidad, de Evreinoff, y siempre hab¨ªa que decir -y hay que decirlo hoy mismo, una vez m¨¢s- que estaba dentro del teatro de evasi¨®n. Ten¨ªa algunas cosas de las que evadirse.V¨ªctor iba, al principio, como tantos, al caf¨¦ Gij¨®n. Asomaba sobre el m¨¢rmol de la mesa su cabeza bien tallada, vivaz, alerta, que se ergu¨ªa sobre su silueta demasiado breve. Llegaba V¨ªctor al caf¨¦ de un sitio que ¨¦l hab¨ªa convertido en misterioso, pero que no lo era. Era delineante -extraordinario, seg¨²n supe- en Regiones Devastadas, pero prefer¨ªa ocultarlo. Entonces el escritor s¨®lo quer¨ªa ser escritor; era todav¨ªa como una aristocracia. Fue all¨ª y entonces cuando se descubri¨® su primera obra: un solo acto, titulado Un d¨ªa en la Gloria. La Gloria era el lugar donde habitaban los grandes personajes del mundo. Y fue all¨ª donde empez¨® a vivir sus primeros grandes ¨¦xitos. Casi los t¨ªtulos bastan para contar ya lo que buscaba V¨ªctor en el teatro: lo que no era la vida, pero deb¨ªa serlo. Un teatro de embuste, de mentiras tranquilas para sustituir verdades crueles. "El peque?o enga?o con que cada personaje quiere ir embelleciendo su vida", escrib¨ªa de su teatro un cr¨ªtico de entonces. A veces -en los siempre temibles terceros actos- los personajes quedaban desnudos; ya no les sustentaba la farsa, porque hab¨ªa llegado el momento en que al espectador se le debe la verdad. Pod¨ªa entonces pasar un ramalazo de fatalidad, un aire de seriedad. Como en la conversaci¨®n con V¨ªctor -ligera, ir¨®nica, divertida-, pod¨ªa haber, de pronto, una frase de amargura que enseguida se borraba. Pero, generalmente, cuando llegaba ese momento en el escenario, el nudo ya estaba resuelto, y aparec¨ªa una resignaci¨®n risue?a, una tranquila serenidad. Se dec¨ªa que era un teatro de concesiones al p¨²blico. Yo siempre pens¨¦ que eran concesiones que V¨ªctor se hac¨ªa a s¨ª mismo, a su necesidad de evasi¨®n, de felicidad. Muchos autores convierten el escenario en la vida que quisieran vivir, y la viven as¨ª, inventada y creada por ellos y para ellos. As¨ª era, por ejemplo, Barrie, el ingl¨¦s que cuando paseaba por Hyde Park no sobrepasaba en una pulgada a los ni?os que jugaban, y que termin¨® escribiendo Peter Pan, que era la historia de un ni?o que no quiso crecer nunca. Y V¨ªctor Ruiz Iriarte, al contrario, crec¨ªa con sus comedias.
Era uno de los ¨²ltimos escritores que conocieron el reinado absoluto, la monarqu¨ªa del autor. Mandaba en el teatro. Desde la lectura de la obra, que hac¨ªa con su voz fuerte y segura, en la que remedaba la interpretaci¨®n, hasta despu¨¦s del estreno. No faltaba a un ensayo; impregnaba con su personalidad a los actores. Y era capaz de retirar una obra, a¨²n en pleno ¨¦xito, si no conjugaba con su idea. Tal vez Los p¨¢jaros ciegos fue la mejor que escribi¨®: una revoluci¨®n en alta mar, el fracaso de esa revoluci¨®n y el final amargo. Apenas estrenada, descubri¨® que, aparte del esc¨¢ndalo de algunos bienpensantes, resultaba demasiado dura; la retir¨® antes de que llegase a Madrid y, que yo sepa, no hay huella impresa de ella.
V¨ªctor encar¨¢ndose con el coloso de la tramoya porque no hab¨ªa tirado bien el tel¨®n... V¨ªctor prob¨¢ndose trajes chinos en casa de Julio Alejandro... V¨ªctor telefoneando a la madrugada para comentar un estreno... En los teatros, con L¨®pez Rubio -con quien siempre mantuvo una entra?able relaci¨®n gru?ona, de dos solterones de teatro-, con Manolo Alexandre, con Elena Salvador, que le estar¨¢ llorando ahora...
Los hombres de estas profesiones tienen una vida y una edad que pueden no corresponder. V¨ªctor Ruiz Iriarte ipur¨® su vida -que era su teatro- antes de que terminase su edad. Lo que estaba pasando se despeg¨® de lo que estaba inventando. La burgues¨ªa empez¨® a ser otra. Ya hac¨ªa a?os que no estrenaba. Lo ¨²ltimo que hizo fue para la televisi¨®n, y no gust¨®. Sin embargo, cuando le encontraba -ya de tarde en tarde, y no como entonces, cuando nuestra vida diaria era com¨²n- me dec¨ªa: "No voy a tener m¨¢s remedio que estrenar... Pero, ?a ti no te parece que ya no me quieren...?"
Babelia
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