El repertorio semiolvidado de los programas electorales / 2
La falta de una suficiente definici¨®n en los programas electorales sobre ¨¢reas tan importantes para la sociedad espa?ola como son la cuesti¨®n agraria, el nuevo modelo de mercado o la naturaleza del crecimiento que se desea hacen dudar al autor de este art¨ªculo sobre la posibilidad de que el nuevo Gobierno emprenda un cambio en profundidad.
Ante la situaci¨®n de depresi¨®n internacional generalizada que hemos comentado, m¨¢s ostensible ahora con la difusi¨®n del s¨ªndrome mexicano, no cabe esperar ninguna mejor¨ªa inmediata. La locomotora norteamericana no tira ni de su propia econom¨ªa. En la alemana han tenido que cambiar el maquinista: un Helmut (Schmidt) por otro Helmut (Kohl). Y en el caso de la tercera gran locomotora, la nipona, la renuncia de Suzuki-a la presidencia del Partido Liberal Dem¨®crata, y autom¨¢ticamente a la del propio Gobierno, no es ajena a la crisis, que finalmente ha llegado a Jap¨®n.En un contexto como ¨¦ste resulta un tanto ins¨®lito que en la campa?a no haya habido m¨¢s referencias a una estrategia propia de desarrollo interno compensador, pues en otro caso los indicadores seguir¨¢n acusando un deterioro a¨²n m¨¢s agudo: nuevas entidades financieras en aprietos, m¨¢s suspensiones de pagos y m¨¢s regulaciones de empleo entre las grandes empresas industriales, m¨¢s d¨¦ficit p¨²blico -escasamente rentable desde el punto de vista social (porque simplemente subvenciona al paro, en vez de crecer empleo)- y m¨¢s inflaci¨®n al financiarse el desequilibrio presupuestario en proporciones crecientes con el recurso del Tesoro al Banco de Espa?a (la maquinilla); y si hay m¨¢s inflaci¨®n seguir¨ªan los tipos de inter¨¦s altos que frenan la inversi¨®n, etcoltera, y vuelta a empezar con el c¨ªrculo vicioso.
?Una estanflaci¨®n cr¨®nica?
Habr¨ªa que preguntarse si ha triunfado la resignaci¨®n ante lo que se supone es una estanflaci¨®n cr¨®nica. Esa es, en cierto modo, la hip¨®tesis subyacente m¨¢s generalizada, por la influencia de los mismos c¨ªrculos financieros, grupos de presi¨®n industriales y multinacionales que desde 1973 no tuvieron ning¨²n inter¨¦s en que se programara -con participaci¨®n de todos y con imaginaci¨®n- la salida de la crisis. La ¨²nica vez que ello se intent¨® en Espa?a con cierta seriedad fue en octubre de 1977, en la Moncloa. Pero el dispositivo se des mont¨® r¨¢pidamente, porque, de haberse mantenido, habr¨ªan sido necesarias dosis cada vez mayo res de corresponsabilidad de las fuerzas pol¨ªticas y sociales. Y eso era demasiado para los m¨¢s altos poderes. Y as¨ª las cosas, los acuerdos se vieron limitados al consenso para hacer la Constituci¨®n y para pagar, con recursos de origen fiscal e inflacionario, la calma social; se ampli¨® algo el seguro de paro, se dio un poco m¨¢s de empleo comunitario y se cubrieron los n¨²meros rojos de empresas p¨²blicas y privadas mediante la reconversi¨®n industrial y otras formas de financiaci¨®n de las p¨¦rdidas.
Las fuerzas que m¨¢s tendr¨ªan que haber estado por un cambio de pol¨ªtica -sin necesidad de esperar al gong de las elecciones- no presionaron entonces lo suficiente en pro de ese cambio. Sin grandes dificultades se lleg¨® al AMI-I, al AMI-II y luego al ANE. Se fren¨® algo la inflaci¨®n con la moderaci¨®n salarial, pero no se program¨® ning¨²n verdade ro desarrollo interno. A la postre, los ¨²nicos elementos compensadores frente a la crisis vinieron siendo el gasto p¨²blico, destinado a tapar temporalmente los agujeros contables, y el crecimiento espectacular de la econom¨ªa encubierta. Al margen de los circuitos oficiales de car¨¢cter fiscal, laboral y estad¨ªstico, se sit¨²a hoy -seg¨²n estimaciones para 1981- en tomo a un 30% del producto interior bruto.
En definitiva, en la campa?a electoral hay todo un inventario semiperdido de problemas mal o insuficientemente identificados. Lo cual impide apreciar que, tras el magro crecimiento desde 1975 (menos del 1,5%. en t¨¦rminos acumulativos anuales), el lograr una expansi¨®n econ¨®mica que permita la creaci¨®n neta de empleo no deja de ser una quimera cuando, por la creciente intensidad de capital en la actividad productiva, lo principal de la inversi¨®n va destinado -v¨ªa computarizaci¨®n y rob¨®tica- a la destrucci¨®n de trabajo. Afirmar entonces que van a crearse 800.000 o 1.000.000 de puestos de trabajo, sin decir cu¨¢ndo, en qu¨¦ sectores y para qu¨¦ demanda potencial y con qu¨¦ reajustes puede terminar por ser mero wishful thinking. Hay que precisar m¨¢s; todos debemos contribuir a ello.
Conservar la naturaleza
Para la tan deseada creaci¨®n de empleo es indispensable pensar en no pocas transformaciones. En el caso de los parados, campesinos de Andaluc¨ªa, Extremadura, La Mancha y de otras bolsas de latifundismo en la Pen¨ªnsula y de ciertas ¨¢reas de Canarias, hay que plantearse seriamente el tema de la reforma agraria. Como he dicho en otras ocasiones, la soluci¨®n de tan viejo problema podr¨ªa ser mucho m¨¢s f¨¢cil en este ¨²ltimo quinto del siglo XX que en los a?os treinta, cuando hab¨ªa en Espa?a tres millones de obreros agr¨ªcolas y de yunteros sin tierra. Ahora, el n¨²mero de quienes potencialmente aspiran a convertirse en propietarios cultivadores directos seguramente no llega a la d¨¦cima parte. Con un sistema de encuesta previa, comarcalizando y teniendo en cuenta los grandes avances agron¨®micos, el cambio de la faz social de gran parte de nuestro campo podr¨ªa llevarse a cabo con un coste comparativamente reducido.
Pero hay otras posibles; realizaciones para crear empleo en el sector agrario, incluso con atractivos para una parte no desde?able de la poblaci¨®n juvenil de la Espa?a urbana. En la campa?a electoral, esta cuesti¨®n aperias ha surgido. Me refiero a los problemas que se derivan, para el progreso de una sociedad ya marcadamente urbana e industrial como es la nuestra, de la dura realidad de un medio natural que, salvo en la comisa del Cant¨¢brico y en Galicia, presenta las caracter¨ªsticas propias de las zonas ¨¢ridas y semi¨¢ridas. Los ya casi cuatro a?os de grave sequ¨ªa -tan grave por lo poco que llueve como por el mayor consumo de agua y por el derroche que de ella se hace- nos revelan no s¨®lo una calamidad natural de gran envergadura poco explicada, sino tambi¨¦n lo muy lamentable de la falta de preparaci¨®n para afrontar un problema decisivo para nuestro porvenir.
En definitiva, necesitamos una pol¨ªtica m¨¢s ecologizada, que auspicie cada vez m¨¢s un modelo de desarrollo en el que una de las variables independientes sea la naturaleza. Y esa labor de conservar y mejorar nuestro medio puede generar mucho empleo, m¨¢s productivo y reproductivo de lo que generalmente se piensa. Se trata de un ¨¢rea de preocupaciones que si se ampliara y se profundizara ir¨ªa restando mucha de su fuerza m¨¢s negativa a todo lo que suponen el consumismo y el af¨¢n cosificador de la vida urbana, que convierten en pobres y empobrecidos a los que son incapaces de mantener la carrera de tener y m¨¢s y m¨¢s, en vez de aspirar a ser un poco m¨¢s.
es catedr¨¢tico de Estructura Econ¨®mica de la Universidad Aut¨®noma de Madrid.
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