Las verdades se esfuman
La teatralidad de esta inteligente y divertida obra de Ferm¨ªn Cabal viene de los or¨ªgenes del teatro y de lo que algunos pensadores consideran esencial en la condici¨®n humana: la dial¨¦ctica, la oposici¨®n, el encuentro dram¨¢tico entre dos personas. Su calidad, su modernidad, se desprenden de una falta de resoluci¨®n en la raz¨®n y en la sinraz¨®n de cada uno de ellos, que puede ser protagonista y antagonista simult¨¢neamente y por turnos (aunque ciertas condiciones de la puesta en escena lleguen a alterar esa base).El encuentro queda despojado de toda distracci¨®n, de toda segunda acci¨®n o episodio: los dos personajes est¨¢n solos con su antagonismo. Son dos sacerdotes, profesores de colegio, que conversan en la noche -y discuten y hasta se pelean f¨ªsicamente- en torno a una cuesti¨®n ¨²nica: uno de ellos, joven, perdida la fe, va a colgar los h¨¢bitos y comenzar una nueva vida. El otro ni siquiera pretende disuadirle, m¨¢s que levemente: le interesa, sobre todo, afirmar su propia creencia, su estancia en un estado, una condici¨®n y una forma de solidez mental que ha elegido definitivamente.
Vade retro, de Ferm¨ªn Cabal
Int¨¦rpretes, Jos¨¦ Luis L¨®pez V¨¢zquez y Ovidi Mondior. Escenograf¨ªa de Vicente Vela. Direcci¨®n de Angel Ruggiero.Estreno, Teatro Mar¨ªa Guerrero (Centro Dram¨¢tico Nacional), 23 de octubre de 1982.
En alg¨²n momento de la representaci¨®n, y hasta con el apoyo del t¨ªtulo, podr¨ªa parecer que el verdadero problema de la obra est¨¢ en la tentaci¨®n del sacerdote conservador por el joven demonio que se introduce en su habitaci¨®n. No encontr¨¦ demasiado claramente esa idea en la lectura de la obra (presentada a un concurso del que fui jurado, y excluida de ¨¦l por razones de bases, no de calidad), pero s¨ª en la representaci¨®n. Podr¨ªa ser un efecto de la atenci¨®n que requiere sobre s¨ª todo el tiempo, llenando el escenario, el int¨¦rprete de ese personaje, Jos¨¦ Luis L¨®pez V¨¢zquez, y que no consigue Ovidi Montllor.
En todo caso, no resulta indiferente que los dos personajes sean sacerdotes y que lo que se discuta -dentro, repito, de un di¨¢logo cotidiano lleno de humor y hasta de comicidad- sea un tema de profundidad espiritual. La generalizaci¨®n del tema es importante. Hay una caracter¨ªstica muy definida de nuestro tiempo. y nuestra situaci¨®n que es la falta de puntos de referencia, la de creencias de una cierta permanencia. Las verdades se esfuman. Es una situaci¨®n angustiosa por nueva, por desconocida hasta ahora (salvo en ciertas individualidades de la antig¨¹edad), que tiene muchas razones, a la larga, para ser positiva (las verdades absolutas han hecho muy desgraciada a la humanidad, y todav¨ªa no han terminado). Es la situaci¨®n del sacerdote joven; a veces impregna la del mayor, que se defiende con tina especie de renuncia a pensar, a examinar, a analizar. Podr¨ªa, evidentemente, darse la misma situaci¨®n en un di¨¢logo igualmente nocturno y desgarrado entre, por ejemplo, dos militantes pol¨ªticos, dos fil¨®sofos del derecho o dos compositores de m¨²sica... Pero tambi¨¦n en esos casos, la condici¨®n intr¨ªnseca de los personajes influir¨ªa en la percepci¨®n de la obra. Trat¨¢ndose de dos sacerdotes es inevitable que cuestiones de verdad revelada, dogma, textos b¨ªblicos, pecado, salvaci¨®n o estado de gracia lleguen a predominar sobre el simple estado de humanidad que es, como queda dicho, al que les retrotrae el autor, con un lenguaje limpio, diario, veloz, ingenioso, ir¨®nico. Tras todo ello puede verse, si se quiere, el personaje de la Nada, del Vac¨ªo.
Queda dicho que la obra se inclina del lado de uno de los int¨¦rpretes. Es una cuesti¨®n circunstancial que tiene su importancia: todo lo circunstancial hace el teatro. Es inevitable que la popularidad, las caracter¨ªsticas, el tipo de papeles que ha hecho L¨®pez V¨¢zquez arranquen ya una actitud del p¨²blico desde el primer momento: una recepci¨®n especial. L¨®pez V¨¢zquez ha demostrado muchas veces que es un actor de primer orden, lo sigue demostrando en esta obra (a pesar de algunas lagunas en el segundo acto) y se lleva la obra, contrastando con la menor experiencia de Ovidi Montllor. Esto hace, entre otras cosas, m¨¢s posible la lectura de un tema de tentaci¨®n; y que muchos espectadores la vean como una obra cat¨®lica (la raz¨®n final favorece al sacerdote mayor). A pesar de que la direcci¨®n de Angel Ruggiero parece excelente (en la animaci¨®n continua de un escenario poblado s¨®lo por dos actores, en la colocaci¨®n de frases clave). La estancia del sacerdote s¨®lido -un decorado sencillo de Vicente Vera, perjudicado por la presencia mal disimulada de elementos de otra obra que se representar¨¢ paralelamente y por la presencia de un atrezzo de objetos demasiado nuevos- inclina tambi¨¦n hacia ese personaje el desarrollo y el desenlace.
El p¨²blico ri¨® abundantemente, se penetr¨® -cada uno como quiso- del contenido de la obra y ovacion¨® a todos al final. Un ¨¦xito considerable.
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