El tiempo y la tempestad
En el cielo de Maracaibo, pegajoso y asfixiante de calor caribe?o, permanece sin tregua un rel¨¢mpago eterno. Por aquellas tierras llaman a este fen¨®meno atmosf¨¦rico, de rareza casi metaf¨ªsica, el rayo catacumbo, catatumbo o algo parecido. Ese fulgor celestial, s¨ªmbolo en casi todas partes de lo visto y no visto, se reproduce all¨ª sin cesar hasta alcanzar categor¨ªa de permanencia y de paisaje. Lo ef¨ªmero se consagra en duraci¨®n, el mensajero de la tormenta se rutiniza hasta el punto que su alarma pierde filo. Y todo ello sin que el rel¨¢mpago deje de ser aut¨¦ntico rel¨¢mpago. La imaginaci¨®n reflexiva ha hecho nacer los mitos m¨¢s significativos de prodigios semejantes.Los d¨ªas que vivimos en este pa¨ªs me han recordado el ins¨®lito rayo que no cesa de Maracaibo. Por un lado, el presagio ominoso de la tempestad se repite una y otra vez, hasta convertirse en presencia cotidiana y acabar embotando nuestra reacci¨®n de temor ante ¨¦l; por otro lado, el cielo est¨¢ asombrosa, profundamente despejado. Nunca lo hab¨ªa estado tanto, quiz¨¢ en todo lo que llevamos de siglo. Se ha comprobado hasta qu¨¦ punto, de las dos Espa?as del t¨®pico y la sangre, una es mayor que otra; y tambi¨¦n puede ver ya todo el que quiera ver que esas dos Espa?as (y tantas otras que se silencian o se marginan dentro de cada una de las dos mayores) pueden convivir enfrentadas y cooperar sin renunciar a sus perfiles ni a sus principios, siempre que se lo permitan los manipuladores violentos del dogmatismo que s¨®lo saben medrar a costa de degollinas. Porque no es lo mismo votar masivamente a la izquierda democr¨¢tica en Suecia o Inglaterra que aqu¨ª, cara a los rel¨¢mpagos obstinados que siguen amenazando d¨ªa tras d¨ªa. Preferir el socialismo en Espa?a, por mitigado que sea inevitablemente su planteamiento por comparaci¨®n a un ¨ªmpetu ut¨®pico que tampoco ahora debe perderse, es echarle bastante valor y alegr¨ªa a la vida: y lo bonito es que no lo prefieren cuatro gatos, ni cuarenta. Grup¨²sculo lo ser¨¢ usted, se?or m¨ªo. La mayor¨ªa en este pa¨ªs no es ni franquista ni derechista ni autoritaria, y se atreve a decirlo as¨ª, como suena, ante los rayos y truenos de los que amenazan con la inminente llegada de la autoridad competente. ?Qui¨¦n se atreve a decir que nada ha cambiado en este pa¨ªs? S¨®lo los que, por no saber hacer nada, agradecen como la mejor de las coartadas que se lo proh¨ªban todo. ?Qui¨¦n dice que la izquierda era m¨¢s izquierda y el caf¨¦ m¨¢s caf¨¦ cuando Franco viv¨ªa? S¨®lo, los que se hubieran pasado otros cuarenta a?os conspirando in pectore contra ¨¦l sin hacerle temblar un pelo de la calva o los masoquistas que se sent¨ªan dignificados por la celda de castigo y no consiguen reencontrar ahora dignidad semejante. Y los administradores de muertos, los fabricantes de excelentes cad¨¢veres heroicos, los matani?os y tumbaj¨®venes de la milicia popular: puro gui?ol sanguinario.
Sin embargo, el rel¨¢mpago es el rel¨¢mpago. Y la tormenta sigue pendiente, no s¨®lo sobre nuestras cabezas, sino tambi¨¦n dentro de cada uno de nosotros. A lo largo del tiempo -vivo, hist¨®rico- se debate la esencial inestabilidad atmosf¨¦rica. Hay que aprender a vivir a la ¨ªntemperie y a cubrirse del chaparr¨®n, como cada momento aconseje. No hay tiempo de? que los rayos y los truenos queden excluidos para siempre, no hay tiempo re-
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conciliado, pacificado de una vez por todas. El tiempo es la tempestad. Hace a?os se?alaba Roger Caillois una gran verdad: "El orden establecido, sea cual fuere, no puede dar satisfacci¨®n a todos ni, en cada uno, a todo a la vez". La segunda parte de este dictamen es la m¨¢s importante. Que los intereses de los ciudadanos son diversos (y que deben seguir si¨¦ndolo, aun cuando la lucha de clases se viera un d¨ªa resuelta) es algo aceptado por todos los que consideran que el ideal de unanimidad pol¨ªtica es siempre totalitario. Pero es que adem¨¢s cada uno somos muchos. El r¨¦gimen que complace al amante de la justicia que hay en m¨ª desagrada al arist¨®crata o al caprichoso que tambi¨¦n soy; lo que tranquiliza mi gusto por el orden desaf¨ªa mi af¨¢n de novedades y aventuras; soy a la vez timorato y osado, ordenancista y an¨¢rquico, conservador e iconoclasta, joven frente a unos y viejo para otros: lo mismo que elijo como bueno en ciertos aspectos irrita en m¨ª al rebelde que soy contra mis propias decisiones, y despierta al chovinista fastidiado por mi cosmopolitismo o al fan¨¢tico harto de mi edificante tolerancia. Siempre ha de ser as¨ª: ?recuerdan esto los fabricantes de utop¨ªas? El sistema pol¨ªtico debe ser abierto y plural no s¨®lo porque hay tipos de hombres y de intereses distintos, sino porque cada hombre es distinto a s¨ª mismo. La alternativa socialista salida felizmente de las ¨²ltimas elecciones pronto dejar¨¢ de ser un ideal y comenzar¨¢ a sufrir los roces del tiempo tempestuoso, que volver¨¢ contra ella no s¨®lo la inquina de sus enemigos, sino la impaciencia o la desaz¨®n de sus amigos. Lo cual ser¨¢ positivo, pues la mantendr¨¢ alerta y no la dejar¨¢ dormirse en la autocomplacencia burocr¨¢tica ni olvidar, demasiado pronto sus promesas (tambi¨¦n la moderaci¨®n puede llegar a ser inmoderada...); pero tendr¨¢ un efecto inquietante en el alma de cada uno de nuestros almarios, que quiere sentirse plenamente bien con el nuevo orden y padecer¨¢ de inmediato la menor zozobra -inevitable, ya lo hemos dicho, pues cada uno es Legi¨®n- como un fraude.
Lo que quiero decir aqu¨ª, empero, es que la apuesta vale realmente la pena. Pese a los rel¨¢mpagos, pese a la perpetua tempestad, este tiempo que nos hemos ganado empieza a parecerse m¨¢s a lo que uno cree merecer. No faltar¨¢n pronto motivos leg¨ªtimos de descontento, pero hoy es preferible legitimar sin reservas nuestro contento mismo. Alguien menear¨¢ compasivamente la cabeza, reconveni¨¦ndome: "Negador, qu¨¦ afirmaciones m¨¢s grandes tienes... ?Qui¨¦n te ha visto y qui¨¦n te ve!". Cierto amable se?or de Ubeda, que me lee, a¨²n m¨¢s, que me estudia l¨ªnea a l¨ªnea con paciencia franciscana, suele atarearse en rebuscar antiguas frases o textos m¨ªos y,envi¨¢rmelos cotejados con pronunciamientos posteriores. Releo frecuentemente con gusto mis opiniones de ayer y me alegro de haberlas sostenido, pero a¨²n me alegro M¨¢s de ser capaz de tener luego otras, seg¨²n me dicta mi tiempo y mi tempestad. Hay quien se toma tan en serio su no ser como otros su ser. Cara a estas elecciones y al compromiso con la izquierda pol¨ªtica que algunos antipol¨ªticos hemos suscrito, no faltan los que han agitado la vieja negaci¨®n incontaminada. Lo que me aburre de ciertos negadores es lo mucho que se repiten; pero otros, a¨²n peor, me repiten, intentando escribir ahora el art¨ªculo abstencionista que yo hubiera debido escribir... hace, cinco a?os. Bien est¨¢: prefiero que me repitan otros a repetirme yo. El tiempo y sus tempestades cada vez me han convencido m¨¢s d¨¦ la oportunidad de aquella advertencia de Alejandro Herzen: "Contra los falsos dogmas, contra las creencias, por m¨¢s delirantes que sean, no se puede combatir s¨®lo con la negaci¨®n, por sabia que sea. Decir no cre¨¢is es tan autoritario, y en el fondo tan absurdo como decir creed". A fin de cuentas, todo se reduce a que hay una negaci¨®n que es creadora y fiel a la vida, mientras que otra se hipostasia en el odio a todo lo que se mueve o en la hipocres¨ªa de exhibir re pugnancias a cuya rentabilidad para componerse una figura no se es ajeno. Quiz¨¢ no hace falta decir "no cre¨¢is" para combatir la m¨¢s ciega de las creencias: basta con esperar, y a¨²n m¨¢s, basta con dedicarse a hacer. Es cierto que a veces el entusiasmo juega malas pasadas o parece un tanto indecoroso: lo exang¨¹e queda siempre m¨¢s distinguido, el ab¨²lico o el est¨¦ril no tendr¨¢n dificultades en fingir perspicacia. Pero ahora quiz¨¢ el,tiempo exige atreverse a otra cosa. "?No ennoblece acaso una cierta superstici¨®n?", se pregunt¨® un d¨ªa el poeta Ren¨¦ Char. Y dijo luego: "La masa de la aventura humana, hoy hecha a??cos y esta noche vuelta a soldar, pasa bajo nuestros crecidos puentes".
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