El enclave borgeano
En el contexto de las literaturas hispanoamericanas, las obras de ficci¨®n de Jorge Luis Borges (su narrativa, su poes¨ªa, a las que hay que agregar, sin duda, su ensay¨ªstica de naturaleza igualmente fictiva en su mayor parte) constituyen un territorio muy particular. Acaso el m¨¢s significativo de un escritor y de una obra que se forman en el cruce de las voces de muchas culturas; el primero y el m¨¢s importante (despu¨¦s de Rub¨¦n Dar¨ªo, y ya en los par¨¢metros demarcables de la modernidad actual) que logra transfundir en la expresi¨®n y cosmovisi¨®n de las letras mestizas hispanoamericanas no s¨®lo la influencia -los modelos-, sino tambi¨¦n la radiaci¨®n interna, la presencia, de las culturas centrales, que Borges ha asimilado en sus fuentes. Dar¨ªo lo hizo con la francesa; Borges, con la anglosajona. ?Por qu¨¦ la anglosajona? En el caso de Borges no hay una elecci¨®n; hay, m¨¢s vale, una suerte de sobredeterminaci¨®n de car¨¢cter social (en el sentido de pertenencia a un grupo social determinado), cultural, familiar, en el ¨¢mbito de una ¨¦poca hist¨®rica concreta: el correspondiente a la tradici¨®n liberal en el R¨ªo de la Plata, bajo el signo de la independencia protegida por el imperio brit¨¢nico; es decir, bajo el dominio del pacto neocolonial. En este hinterland pol¨ªtico y cultural hay que situar el origen de la obra borgeana para entenderla en la plenitud de su significaci¨®n creativa.En este sentido, el mundo espiritual de Borges, la po¨¦tica de sus formas simb¨®licas, el car¨¢cter de su escritura, dominada casi enteramente por el intelecto (sobre todo en las obras anteriores a su ceguera), arraigan en una tradici¨®n cultural doble: la de su origen criollo, la de su formaci¨®n europea. Borges procede de una familia (le ascendencia criolla e inglesa; en la primera hubo militares que guerrearon en las luchas de la independencia; en la segunda, una abuela materna inglesa que influy¨® directamente en su educaci¨®n. De esta manera, su formaci¨®n europea, la absorci¨®n de la lengua y de la cultura inglesas, se producen en su propio hogar, antes a¨²n del lustral viaje a Europa de las familias acomodadas de finales del siglo pasado y comienzos del presente. No es casual que en la tem¨¢tica de sus cuentos y poemas iniciales predominen los sentimientos en cierta manera idealizados o abstractos del pundonor y del coraje. Tampoco es casual que un intelectual puro como ¨¦l, contaminado por este culto del valor caballeresco (forjado, es cierto, en las guerras de la independencia, pero tambi¨¦n en la del desierto contra el indio bajo la compulsi¨®n del dilema civilizaci¨®n o barbarie), se rebele a veces contra esta trampa her¨¢ldica y trasponga su carga heroica, degradada en mero coraje at¨¢vico, hacia los antih¨¦roes de las clases bajas: el gaucho, el compadrito, el cuchillero de barrio. Dentro del complejo mecanismo de la ambig¨¹edad borgeana, ¨¦l los desprecia y admira a la vez con un oscuro sentimiento de envidia y fascinaci¨®n. Como cuando en su c¨¦lebre cuento inaugural Hombre de la esquina rosada, con lenguaje coloquial y en la atm¨®sfera popular del barrio de Palermo, entona el r¨¦quiem del mat¨®n orillero Francisco Real, que puede leerse como una de las mejores p¨¢ginas de la literatura popular porte?a de anta?o. O como cuando, en una oraci¨®n f¨²nebre que pronunci¨® en el cementerio de la Recoleta, desliza entre los mausoleos patricios la humorada de su amigo y maestro Macedonio Fern¨¢ndez: "El gaucho era un entretenimiento para el caballo de las estancias". Lo que no le impidi¨® celebrar durante mucho tiempo el Mart¨ªn Fierro como la obra m¨¢s importante y profunda de la literatura argentina.
Este continuo vaiv¨¦n, oscilaci¨®n o deslizamiento de sus preferencias entre el sujeto y el objeto de sus historias imaginarias es una de las paradojas m¨¢s notables de la ficci¨®n borgeana. La desvalorizaci¨®n ¨ªntima y transida del "yo no soy m¨¢s que Borges" no hace sino confirmarla tambi¨¦n con ambigua sinceridad. El mismo califica sus primeros textos, en uno de los pr¨®logos de Historia universal de la infamia, como "el irresponsable juego de un t¨ªmido que no se anim¨® a escribir cuentos y que se distrajo en falsear y tergiversar (sin justificaci¨®n est¨¦tica, alguna vez) ajenas historias". Habr¨ªa que ver en estas tergiversaciones el coraje de un t¨ªmido que reh¨²ye la incompartible realidad transform¨¢ndola (neg¨¢ndola) a trav¨¦s del cristal de lo fant¨¢stico.
En Buenos Aires -y a la vez desde el ¨¢ngulo europeo, frecuentador vivencial de una literatura, de una cultura central todav¨ªa en su apogeo-, Borges asiste a la decadencia del patriciado argentino, de sus clases altas, tocadas de muerte por el ascenso, primero, de las clases utilitarias que el neocolonialismo y el libre cambio patrocinan; despu¨¦s, por la avalancha del torrente inmigratorio y, medio siglo m¨¢s tarde, por el aluvi¨®n zool¨®gico de las masas soliviantadas demag¨®gicamente por Per¨®n en un populismo dirigido desde arriba bajo el signo de reivindicaciones justas, pero cuya realizaci¨®n el propio Per¨®n iba a encargarse de frustrar antes a¨²n de su derrocamiento y exilio, frustraci¨®n que se complet¨® al retorno de su prolongada ausencia y ef¨ªmero r¨¦gimen final, que concluy¨® con su muerte.
Esta realidad hist¨®rica, a lo largo de m¨¢s de medio siglo, es la que Borges rechaza con la lucidez de su inteligencia, pero tambi¨¦n con pasi¨®n visceral. Y son las contradicciones de su individualismo, deliberada y voluntariosamente solipsista, las que recoge su est¨¦tica creativa con el poder de una concentraci¨®n vertiginosa propio de un temperamento verdaderamente genial; pero son tambi¨¦n las que le impiden -o le niegan- recoger las insinuaciones del porvenir. Cristal y humo, esta obra perfecta se cierra sobre s¨ª misma, revolucionaria precisamente por el despojamiento y la intensidad de sus formas habitadas por la violencia del destino americano. Una violencia difusa e imperceptible de la que la escritura borgeana, como en el s¨ªmbolo del Aleph, ser¨ªa la puesta en abismo miniaturizada en sus m¨¢s ¨ªnfimos e incre¨ªbles detalles.
Sobre los vestigios del neoclasicismo humanista, la obra de Borges cierra el ciclo del modernismo y abre las l¨ªneas precursoras de la narrativa contempor¨¢nea. "Sin la prosa de Borges", admite uno de los componentes del boom, "no habr¨ªa, simplemente, moderna novela hispanoamericana". Lo hace prosiguiendo, no obstante, imperturbablemente, el mismo discurso de la tradici¨®n liberal en el momento de su crisis y disoluci¨®n. La l¨ªnea focal de su obra es como una as¨ªntota al mundo de hoy. De espaldas a ¨¦l, Borges se le aproxima a tientas sin tocarlo, neg¨¢ndolo con pavor, con apacible desesperaci¨®n y autocompasi¨®n, desde la met¨¢fora corporal de su ceguera. Ella le devuelve el cuerpo, el universo emocional que el universo del intelecto hab¨ªa devorado.
Por "espejo en oscuro", Borges ve ahora al "otro Borges", pero tambi¨¦n la imagen internalizada de su realidad argentina y suramericana. Con su cavernoso balbuceo repetir¨ªa hoy sin iron¨ªa lo que dijo en El Sur con evidentes matices autobiogr¨¢ficos: "A la realidad le gustan las simetr¨ªas y los leves anacronismos".
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