Manifestaci¨®n en Buenos Aires
LA SEGUNDA manifestaci¨®n masiva de Buenos Aires -m¨¢s fuerte, m¨¢s numerosa que la primera, seg¨²n sus propias fuentes, y esta vez con un muerto, para el que ya se est¨¢ reclamando venganza- supone un intento m¨¢s de acortar los plazos para la retirada de los militares en el poder y el establecimiento de una democracia. El pueblo insta no s¨®lo a sus dictadores a que desaparezcan, sino a los pol¨ªticos de la Multipartidaria -los cinco partidos m¨¢s significativos de la oposici¨®n- a que acorten sus propios plazos y aumenten sus exigencias. Pedir las elecciones de julio de 1983 y entregar el poder a los vencedores en un plazo de sesenta d¨ªas despu¨¦s de dichas elecciones no parece ya algo imposible: supone nueve o diez meses de tiempo antes de que se restaure con todos sus efectos el poder civil. No es tampoco de recibo pensar que sean estos mismos militares derrotados y acusados de asesinato diariamente en las calles los que puedan mantener el equilibrio del pa¨ªs hasta entonces, ni mucho menos pueden tener la confianza necesaria para que se les deje organizar unas elecciones. Para que esas elecciones fuesen realmente libres y significativas, tendr¨ªa ya que estar funcionando un amplio sistema de libertades previo: de partidos, de propaganda pol¨ªtica, de Prensa, radio y televisi¨®n no s¨®lo sin trabas, sino tambi¨¦n sin amenazas. El temor de que los partidos pol¨ªticos pacten en la forma que puedan, y que dentro de ese pacto se encuentre no solamente la remisi¨®n de las responsabilidades por el aventurismo demente y delincuente de las Malvinas -independientemente de los derechos sobre el archipi¨¦lago-, sino algo que preocupa mucho m¨¢s, la exenci¨®n de culpas por los desaparecidos y la posibilidad de que no aparezcan nunca m¨¢s, no parece ya tolerable.?Puede el Gobierno militar argentino recuperar el poder? El paralelo de fechas y de circunstancias con Polonia parece escalofriante;, las situaciones conseguidas en Polonia por el pueblo aparecen hoy dominadas, y en Argentina hay militares lo suficientemente comprometidos como para intentar el uso de la fuerza sin l¨ªmites, para conservar no ya el poder, que ser¨ªa lo de menos, sino su impunidad. M¨¢s all¨¢, las circunstancias son incomparables: Polonia est¨¢ sometida, por encima de todo, a la URSS, y con un riesgo m¨¢s o menos probable de invasi¨®n, y en Argentina el tema es enteramente interno. Ni siquiera los Estados Unidos de Reagan tienen ya el menor inter¨¦s en apoyar a la Junta como basti¨®n del anticomunismo. El problema argentino es algo que, a pesar de los perfiles equ¨ªvocos en el campo internacional que tuvo el conflicto de las Malvinas, desborda el esquematismo simple de comunismo y URS S frente a anticomunismo y Estados Unidos. Es un pa¨ªs ante una quiebra profunda, donde lo econ¨®mico y lo moral van estrechamente unidos, y la visible aparici¨®n de una delincuencia de Estado. No hay que subestimar la capacidad de fuego de r¨¦plica que est¨¢ todav¨ªa en manos de los militares; pero no hay que olvidar tambi¨¦n que una gran parte del Ej¨¦rcito tiene las manos limpias y no quiere verse envuelto en el apoyo a un r¨¦gimen completamente ca¨ªdo. Entre tantas posibilidades como hay en la situaci¨®n ardiente, la de la guerra civil no puede quedar excluida.
El poder a¨²n se ha amparado, despu¨¦s de la manifestaci¨®n del jueves, en la frase de que "la institucionalizaci¨®n del pa¨ªs tiene un ritmo t¨¦cnico imposible de forzar". Ya est¨¢ forzado. Lo que parece imposible, hoy, es continuar con el calendario previsto.
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