Carta a Gabo
Acaban de darte el fruto de tu cosecha. Lo has recibido vestido de liqui-liqui, caribe?o traje de lino blanco, y una rosa dorada entre los dedos -el color del oro es bello porque parece trigo-, de manos del sangre azul don Carlos Gustavo, techo regio de los suecos.Te enmarcaba el Konserthuset, y el estuche de los perfumes contamin¨® el ambiente con tu porro mel¨®mano de Bela Bartok Intermezzo interrotto. Un cheque, una medalla de oro y un diploma. Pero a poco que lo observes, las tres cosas son la misma.
Has llegado adonde el sue?o alcanza m¨¢s all¨¢ de la vista. Ya eres el Hillary de las letras, con abundante sherpa en recelo vigilante de sana envidia rumiada. Tu Premio Nobel, tu premio Meta, podr¨ªa traerte -Dios no lo quiera y ojal¨¢ que me equivoque- al dulce desencanto del arribo.
Divertidas an¨¦cdotas
Siempre fuiste machadiario caminante de vastos campos solitarios, entre aldeas solitarias habitadas por gentes de corazones hu¨¦rfanos de compa?¨ªa. Tu obsesi¨®n por la soledad te ha procurado -ir¨®nica paradoja- la abrumadora compa?¨ªa. Pocas veces podr¨¢s ya estar solo durante la vigilia. Estudiantes de tu amistad abarrotan las universidades todas. Quienes apenas te conoc¨ªan har¨¢n alarde de tu vieja estima.
Quienes jam¨¢s hablaron contigo, inventar¨¢n divertidas an¨¦cdotas que t¨² misnio les contaste. Quienes un d¨ªa te odiaron se te inclinar¨¢n mel¨ªfluos con los dientes apretados. Y quienes de verdad te amaron, acaso esperen tras el balc¨®n el regreso de su Gabo. Ese Gabo -estoy seguro- que nunca estuvo m¨¢s cerca.
El maravilloso estercolero humano
Y yo, que te llamo Gabo porque tambi¨¦n me gustar¨ªa estar en el almac¨¦n de tus amigos, y es licencia por la que pido perd¨®n, te ruego no te duermas en la inercia del cansancio, del ya que m¨¢s da o el aqu¨ª se para el autob¨²s.
Tus renglones son gritos de aliento, revoluciones de gentes con sombrero ajado de paja, gentes que huelen a fruta, a tabaco, a cumbia, a poncho, a caballo solitario en la llanura, a tormenta de verano, a flor entre las rocas, a zumbido de abejas, a ni?o con moscas en la cara, a viejos petrificados de manos antiqu¨ªsimas, a cascadas de agua impalpable, a brujos y magos feos, a muchachas con polleras de colores, a perros apedreados, a m¨²sica de cuerda, a poblados despoblados, a crep¨²sculos en rojo, a silencios infinitos, a mercados de barato con olor de cuero seco, a cuchillos de anchas hojas de cachas filigranadas, a muertos en descampado, a matronas de amplio pecho, a ni?os sucios y alegres...
Y, en fin, a todo eso que podr¨ªamos llamar el maravilloso estercolero humano, del que sabes m¨¢s que muchos.
Desde Santa Marta a la Pedrera, y desde Bucaramanga a Buenaventura, todo regado por el Magdalena y su amigo el Cauca, Colombia est¨¢ de fiesta.
Un hijo suyo, de manos de un rey, ha vestido al mundo entero de liqui-liqui.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.