Reivindicaci¨®n de una Espa?a invertebrada
Me parece un ejercicio est¨¦ril y obtuso escuchar a nuestros nuevos gobernantes con el cepo permanentemente dispuesto para atraparles en el flagrante delito de su propia palabra. Ciertas cosas s¨®lo son dichas para rellenar el ancho y peligroso vac¨ªo que bosteza entre las promesas y las realizaciones, para tranquilizar a los m¨¢s asustadizos o para ganarse la siempre cuestionable adhesi¨®n de los remisos. Bueno, dolamas de la pol¨ªtica. Pero a veces se dicen cosas que tocan cuestiones de fondo y ya ning¨²n oportunismo moment¨¢neo excusa trampear a ese nivel. De lo m¨¢s sugestivo que se le oy¨® al candidato Felipe Gonz¨¢lez durante su campa?a fue que se iba a gobernar dentro de lo posible, pero no afrontando cada cuesti¨®n por separado y deshilvanadamente seg¨²n ¨¦stas plantearan su apremio, sino dentro de un proyecto global a largo plazo (ideal, incluso) de la sociedad que se pretende mejor. Los que nos hemos tomado en serio esta declaraci¨®n fundamental y hemos votado por ella, temo que vamos a ser bastante quisquillosos con ciertas grandes cuestiones de principio. En modo alguno pienso unirme al coro farisaico (o simplemente bobalic¨®n) de los que se rasgan las vestiduras de izquierda de toda la vida al ver a Felipe Gonz¨¢lez oyendo misa en la Divisi¨®n Acorazada o depositando flores a los ca¨ªdos: si a tanto zopenco poscristianoide y neoestaliniano no le gustaran demasiado los aquelarres de ETA (y de eso s¨ª que deber¨ªa avergonzarse en cuanto hombre de izquierdas), probablemente esa visita de prudente cortes¨ªa no se hubiera hecho precisa tan imperiosamente. Pero, en fin, hay quien ve la misa en el ojo ajeno y no ve la misa negra en el propio. Sin embargo, hay cosas que ya no son ni prudentes, ni corteses ni mucho menos precisas. Me refiero a estas palabras del presidente Gonz¨¢lez, hechas p¨²blicas por este mismo peri¨®dico en que escribo: "El Estado-naci¨®n como concepto hist¨®rico nace ligado a la creaci¨®n de ej¨¦rcitos permanentes; es decir, su estructura es causa y conciencia de la existencia de las fuerzas armadas permanentes. Por tanto, cuando se habla de fuerzas armadas como estructura fundamental, a veces se dice, aunque suena a frase hecha, como columna vertebral del Estado, se est¨¢ reconociendo una verdad hist¨®rica y actual.Quien no lo vea as¨ª, no puede hacer una pol¨ªtica seria de defensa y de mantenimiento del orden constitucional, etc¨¦tera".
Aqu¨ª se dicen, como si fueran toda la verdad, afirmaciones que ya no son verdad y otras que es menester, pol¨ªticamente hablando, que dejen de serlo cuanto antes.
Para empezar, me permito alguna t¨ªmida puntualizaci¨®n hist¨®rica. Ej¨¦rcitos permanentes los hubo mucho antes de que en el siglo XVI se consolidaran los Estados nacionales. Ah¨ª tenemos al Ej¨¦rcito de Esparta, que no era precisamente un estado-naci¨®n a la moderna, sino una ciudad-estado de vocaci¨®n castrense. Pero, por lo general, parece que los ej¨¦rcitos permanentes nacen vinculados no a la idea de naci¨®n o pueblo, sino a la de imperio: el caso de Asiria, por ejemplo, que desde el 1250 hasta el 612 antes de Jesucristo se impuso en lo que luego fue Oriente Medio con su Ej¨¦rcito organizado seg¨²n el sistema decimal (el Antiguo Testamento habla del hurac¨¢n ecuestre de su caballer¨ªa ligera), y Alejandro Magno, genial manipulador de la falange macedonia, creada por su padre, Filipo; y sobre todo, el imperio romano. El ej¨¦rcito permanente no es la naci¨®n en armas, sino un instrumento especializado al servicio del af¨¢n imperial; es decir, una fuerza de ataque y conquista, no un sistema defensivo. Pero avancemos hasta el siglo XVI y la creaci¨®n de los Estados nacionales: el ej¨¦rcito permanente es utilizado un poco en todas partes para acabar con las ciudades libres y para aunar coactivamente en una unidad superior y m¨¢s abstracta realidades hist¨®ricas diferentes que se resist¨ªan a ello. No vamos a hacer moral retrospectiva sobre sucesos de hace cuatro siglos, pero tampoco parece aconsejable convertirlos sin m¨¢s en luz y gu¨ªa de nuestra pol¨ªtica presente. El ej¨¦rcito contempor¨¢neo nace realmente algo despu¨¦s, con la Rev¨®luci¨®n Francesa, que instaura el servicio militar obligatorio. El primer beneficiario de esta medida revolucionaria fue el emperador Napole¨®n, no precisamente las naciones de Europa. Como reacci¨®n, Prusia decide organizarse militarmente a fondo y, a base de levas autoritarias y movilizaciones selectivas, va poniendo en pie el mejor ej¨¦rcito europeo a partir de 1813. En el a?o 1860 tiene un ej¨¦rcito permanente activo de 200.000 hombres, reforzado por las divisiones de la Landwehr; en Sadowa cuenta ya con 680.000 soldados entrenados, que ser¨¢n 1.200.000 en 1870. Un estudioso del tema celebra as¨ª este colosal despliegue: "El Ej¨¦rcito prusiano evoluciona lentamente, sin demagogia, sin tibieza, sin retrocesos, gracias al ejercicio piramidal de la autoridad y bajo el efecto de una estricta disciplina, vivificada por la fidelidad de los oficiales y de la tropa a la corona y a la patria alemana". A?ade luego: "El Ej¨¦rcito de 1914 es hijo de ¨¦ste y tambi¨¦n, aunque organizado con m¨¢s prisa, el de l939". Es decir: el mayor esfuerzo militar de la Europa moderna se coron¨® con dos guerras mundiales (ambas perdidas) y el desmembramiento de la patria alemana, que a¨²n sigue hoy dividida. De los usos imperiales represivos y antiprogresistas del Ej¨¦rcito espa?ol durante estos cuatro siglos me creo dispensado de hablar en detalle, as¨ª como tampoco me ensa?ar¨¦ en comentar los beneficios de grandeza pol¨ªtica y concordia nacional conseguidos con tal instrumento.
Dice Felipe Gonz¨¢lez que hablar de las Fuerzas Armadas (por cierto, ?no ser¨¢ la revoluci¨®n pendiente lograr que haya alguna vez fuerzas, desarmadas?) como columna vertebral de la patria suena a frase hecha. Pero lo peor no es eso, presidente: lo peor es que suena a frase hecha por Franco. Y, lejos de ser adem¨¢s una verdad hist¨®rica y actual, es, como todo buen t¨®pico franquista, una falacia reaccionaria. Es decir, la voluntad deliberada de presentar como necesidad hist¨®rica un determinado prop¨®sito ultraconservador. Las met¨¢foras org¨¢nicas aplicadas a la pol¨ªtica siempre son peligrosas, pero al menos antes se hablaba del Ej¨¦rcito como brazo armado de la naci¨®n, que era quien lo manejaba; ahora es la columna vertebral que sostiene al Estado en pie; en determinados pa¨ªses ya deben ir vi¨¦ndole como el cuerpo todo estatal, quedando para los ciudadanos civiles el papel de posaderas sobre las que el gigante se sienta satisfecho. Pero, a fin de cuentas, lo que se quiere decir es que el Ej¨¦rcito es la parte dura y resistente con la que cuenta el Estado para apoyarse. La cosa viene ya desde hace m¨¢s de siglo y medio: por un lado, los ciudadanos, individualistas, protestones, igualitarios al menos en su derecho, que todo lo cuestionan y que quieren el m¨¢ximo de transparencia y autogesti¨®n social; por otro, un cuerpo jerarquizado r¨ªgidamente, disciplinado, donde el principio de autoridad se impone a las veleidades cr¨ªticas y los procedimientos judiciales toman cariz sumar¨ªsimo. Al Estado, en lo que tiene de desp¨®tico y caduco, de temeroso ante el ascenso del morbo democr¨¢tico, no le es dif¨ªcil elegir en qui¨¦n puede confiar mejor. Aunque tampoco es cierto que esto ocurra por igual en todos los pa¨ªses, ni mucho menos: el Ej¨¦rcito es la columna vertebral del Estado polaco o guatemalteco, no del dan¨¦s, el canadiense o el costarricense. A fin de cuentas, los dos ¨²nicos ej¨¦rcitos que merecen el nombre no ya de columnas vertebrales, sino tambi¨¦n de sistemas nerviosos, musculares y qu¨¦ s¨¦ yo, pertenecen no a dos naciones cualquiera, sino a dos imperios modernos: EE UU y URSS. De nuevo se revela as¨ª el parentesco entre los ej¨¦rcitos permanentes y la voluntad avasalladora e imperial, mucho m¨¢s que puramente defensiva. Que, le toquen una pieza del tablero a cualquiera de los dos grandes o a uno de sus clientes principales, y entonces se ver¨¢ para qu¨¢ sirven, fuera de toda ret¨®rica, los ej¨¦rcitos.
Los antimilitaristas no tenemos que ser obligatoriamente antimilitares; es decir, somos sin duda capaces de respetar a los individuos que, dentro de las actuales circunstancias y con honrada disposici¨®n de servicio, asumen las tareas castrenses a¨²n vigentes. Tambi¨¦n podemos comprender que ning¨²n Gobierno por s¨ª solo (y sobre todo el nuestro) puede abolir de un d¨ªa para otro un terrible mecanismo tan complejamente acendrado en la estructura social. Ni siquiera estamos seguros de que toda forma de lucha o resistencia violenta deba ser descartada a priori de modo rotundo. Pero algunos principios nos parecen irrenunciables:
1. Que los ej¨¦rcitos no son un bien en s¨ª mismos, sino un medio para obtener paz y seguridad. Como resulta que hoy nada amenaza tanto la paz y la seguridad como la existencia de ej¨¦rcitos, quiz¨¢ fuera cosa de ir pensando alcanzar estos dos bienes anhelados por otros medios.
2. Que las naciones deben dejar de ser vistas como imperios peque?itos (lo mismo que los imperios siempre quieren presentarse como naciones grandes), y, por tanto, renunciar a vertebrarse, en torno a sus ej¨¦rcitos.
3. Que los gastos de armamento son una desnuda inversi¨®n de lucro y poder so capa de patriotismo, defensa de sagrados valores, etc¨¦tera, y que motivan muchos de los desequilibrios econ¨®micos Y sociales de este bendito planeta.
4. Que no nos vengan con m¨¢s monsergas sobre la agresividad natural del hombre, la violencia como deseo, etc¨¦tera; ni nos intenten hacer pasar las inst¨ªtuciones por instintos. No s¨¦ si la abolici¨®n de toda formaci¨®n agresiva en el hombre es posible o descable, pero s¨¦ que la renuncia a fabricar bombas at¨®micas es posible y deseable.
Si fuese una verdad hist¨®rica y actual que los ej¨¦rcitos forman la columna vertebral de sus respectivos Estados, deber¨ªamos concluir que en esto tambi¨¦n se ve la oposici¨®n entre naturaleza y cultura: pues mientras la evoluci¨®n de la vida va de lo invertebrado, a lo vertebrado, el progreso de la historia deber¨¢ orientarse en sentido opuesto...
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