El rumasero
El rumasiano o rumasero es / era el funcionario de las Torres que acudi¨® aquella ma?ana, como una abeja de tervilor y resignaci¨®n, a su oficina de todos los d¨ªas, y la oficina estaba nacionalizada, incautada, expropiada, muchas cosas, que el se?or Herrero de Mi?¨®n, dentro de la lechera policial aparcada en G¨¦nova, consultaba c¨®digos, hombre, por buscarle las vueltas de hoja en blanco al decreto / ley. El rumasiano aparc¨® y subi¨® a su planta en U como los que se met¨ªan en el Cuartel de la Monta?a, en el 36, a morir dentro, cuando lan Gibson.Lo cual que el decreto / ley se ha convertido en una suerte de quinqui tipogr¨¢fico, en el Lute de la jurisprudencia, una cosa que los camineros de la derecha persiguen por las trochas del C¨®digo como si fuera el forajido que mastic¨® un d¨ªa el sesientenco en el Parlamento socialista. El rumasiano, que lee mayormente el As / Color, no sabe lo que es un decreto / ley ni lo entretenido que puede resultar don Miguel Rodr¨ªguez Herrero, cruzado de Amestoy y abogado "malo" de pel¨ªcula de abogados. Pero el rumasino, como todo oficinista que se mantiene en la oficina haciendo horas / culo, a fuerza de constancia, paciencia y creencia, experimenta el orgullo de la empresa a la que pertenece, se siente alto como las Torres de Col¨®n, expansivo como la firma, dulcemente prisionero en su ex¨¢gono de miel e hilo musical, como la abeja. De modo que la primera reacci¨®n del oficinista rumasino fue de incredulidad e indignaci¨®n, protesta contra el se?or Boyer, estos pol¨ªticos no saben m¨¢s que complicar las cosas, que se metan en lo suyo, y s¨®lo a media ma?ana (una media ma?ana perdida en cigarrillos, comentarios, desmentidos y paseos en U por la U de la oficina), s¨®lo a media ma?ana, digo, cuando empez¨® a observarse que Ruiz-Mateos no reaccionaba (y no digamos a media tarde), o que las reacciones / declaraciones del jefe eran vagas y confusas, blandas, empez¨® a perder confianza en s¨ª mismo como si las Torres fueran de gelatina. Hasta que los pataches de planta tomaron esa decisi¨®n que loma siempre un patache:
-Venga, se?ores. todo el mundo a trabajar como siempre, aqu¨ª no ha pasado nada. Nosotros, cumplir con nuestro deber, que es lo nuestro, y nadie tendr¨¢ que echarnos nada en cara. Se?orita, cierre el espejito y p¨®ngase a la m¨¢quina, que le dicto. El rumasiano, que llevaba un cierto tiempo en la empresa, sab¨ªa que otros rumasianos, a fuerza de horas / culo, hab¨ªan conseguido ser ejecutivos, misteriosa categor¨ªa dentro de las Torres, y que eso equival¨ªa a ganar m¨¢s, trabajar m¨¢s, recibir peri¨®dicamente una supuesta informaci¨®n confidencial de la empresa, que no confidenciaba nada, pero integraba mucho en el esp¨ªritu de la cosa, y, finalmente, ser invitado de modo discreto a adquirir acciones de Rumasa, acciones que jam¨¢s devengaron dividendos y queeran una manera de quedarse con los ahorros del fun cionario midle / midle. Entre este funcionariado hay pocos universi tarios, profesionales de t¨ªtulo, economistas de la Universidad, por que la empresa ha promocionado al peatonal llegado por recomendaci¨®n, sin t¨ªtulos ni exigencias, que es'el m¨¢s d¨®cil. En cuanto al accionariado, el propio Ruiz-Mateos era mayoritario, naturalmente, y el resto lo constitu¨ªa una masa confusa de la que, de pronto, emerg¨ªa un rentista modesto, curioso y zumbadillo que se presentaba a "saludar al presidente y conocer un poco por dentro nuestra empresa". Se le mostraba una computadora en bragas, o sea con todos los cables fuera, para que viese que aquello era muy aburrido, Ruiz-Mateos le daba una mano huidiza y adi¨®s al loquito. El rumasiano sonre¨ªa detr¨¢s de su electr¨®nica de margarita. Cuando supo toda la obscena verdad, como si le hubieran echado por la tele los adulterios improbables de su se?ora, volvi¨® a la ciudad / dormitorio conduciendo bajo el volc¨¢n. Le aseguraban el puesto, pero no el ego, hundido para siempre. Ni siquiera mir¨® el As / Color.
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