La psiquiatr¨ªa como represi¨®n
LOS DOS nuevos delitos de Estado que nuestro tiempo ha aportado a la ya larga lista iniciada en la antig¨¹edad, y sin renunciar a ninguno de los otros, son el de las desapariciones y el de los manicomios como c¨¢rceles y la psiquiatr¨ªa como diagn¨®stico. Parece que este ¨²ltimo es casi una exclusiva, o una institucionalizaci¨®n, en la Uni¨®n Sovi¨¦tica, y Amnist¨ªa Internacional, que viene denunci¨¢ndolo desde hace diez a?os, acaba de emitir un informe, seg¨²n el cual, tiene constancia de 313 casos de internamientos pol¨ªticos en manicomios, aunque probablemente el n¨²mero real sea mucho m¨¢s elevado.La utilizaci¨®n de la psiquiatr¨ªa como forma abusiva y privada de la represi¨®n o de ciertas formas de delitos es antigua: la literatura abunda en casos. Los hay tambi¨¦n en otras sociedades. Hasta hace poco, en Espa?a, la ley de Vagos y Maleantes, convertida despu¨¦s en ley de Peligrosidad Social, preve¨ªa lo que llamaba "casas de templanza" para comportamientos considerados como antisociales, a discreci¨®n del juez y sin que mediara sentencia; las casas de templanza, finalmente no exist¨ªan, sino que eran prisiones m¨¢s o menos especializadas, donde supuestos psic¨®logos y algunos sacerdotes cre¨ªan que realizaban un trabajo de reinserci¨®n. El desarrollo de las leyes y la insistencia de una psiquiatr¨ªa humanista abierta han mitigado estas situaciones, aunque pueda haber supervivencias.
La Uni¨®n Sovi¨¦tica no s¨®lo sigue practicando esa antigua corrupci¨®n, sino que la convierte en una forma de delito de Estado. Algunos de sus altos funcionarios han definido el tema, cuando se han visto forzados a tocarlo, con una mezcla de ingenuidad y de cinismo: puesto que la sociedad sovi¨¦tica es perfecta, aquel que la combate o no se adapta a ella tiene que estar necesariamente loco. Salvo que se le encuentren pruebas -o se le fabriquen- de algo peor: conspiraci¨®n organizada, servicio a una potencia extranjera, delincuencia com¨²n. Desde los tiempos de las grandes purgas y de los juicios de Mosc¨², desde la destalinizaci¨®n en el XX Congreso, la URSS ha hecho un gran esfuerzo para hacer desaparecer el delito pol¨ªtico de sus represiones: lo ha disfrazado con otros nombres. Ya no hay desviacionistas, derechistas ni izquierdistas, revisionisias o cualquiera de los otros nombres con los que se pretend¨ªa disfrazar la autodefensa que ejerc¨ªa el poder ¨²nico de quienes pensaban de otra manera, aun dentro del marxismo-leninismo. Ahora hay agentes del extranjero, esp¨ªas a sueldo, conspiradores o, cuando no puede ser otra cosa, locos. No son jueces quienes tienen que dictar sentencia, ni hay ya juicios p¨²blicos que pudieran atraer la atenci¨®n molesta de Occidente y de sus propias poblaciones: son m¨¦dicos psiqu¨ªatras, diagn¨®sticos y casas de salud quienes se encargan de la represi¨®n.
El parecido de este nuevo delito de Estado con el de los desaparecidos es el de tratar de dejar al margen al Gobierno y las autoridades judiciales, el borrar las huellas o disfrazarlas. Podr¨ªa. decirse que este tipo de infamias resalta un aspecto positivo de la civilizaci¨®n: el del reconocimiento de una conciencia culpable y de una vigilancia mundial que repudia los castigos por disidencias, pensamiento o libertad de expresi¨®n. Los culpables no se atreven a definirse como autores o generadores del castigo. Este reconocimiento de la ilegalidad de su acci¨®n les hace, sin embargo, doblemente culpables.
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