El desconcierto
Se repite continuamente que la humanidad, y, ante todo, el mundo occidental padecen una ¨¦poca de crisis. Pero, ?de qu¨¦ crisis se trata? Para el autor de este trabajo, la escala de esta crisis puede asimilarse a la de una ruptura global, sin precedentes desde el Renacimiento. El sistema de desarrollo industrial del que se esperaron todos los frutos ha rozado sus l¨ªmites al menos en tres frentes. Sus l¨ªmites f¨ªsicos, ante la proximidad de agotamiento de los recursos no renovables; sus horizontes pol¨ªticos, que han entrado en colisi¨®n con la resistencia del mundo pobre; y sus l¨ªmites psicol¨®gicos, por el desd¨¦n de la civilizaci¨®n industrial hacia las necesidades no materiales del hombre. El modelo, en consecuencia, seg¨²n Sampedro, se encuentra agotado y al igual que en otros momentos hist¨®ricos de trasformaci¨®n radical es necesario un urgente cambio de actitud que propicie la instauraci¨®n de un nuevo orden material y moral del mundo.
Este gran desconcierto., este desequ¨ªlibrio, este desordenado removerse, esto que llamamos crisis. ?D¨®nde aquel optimismo, aquel planear seguro, aquella fe en el progreso?,"No sabemos lo que nos pasa, y eso es justamente lo que nos pasa", precisaba hace medio siglo Ortega en repetida frase. Ahora incluso es m¨¢s grave: no sabem os a veces lo que somos, y, en consecuencia, no somos del todo. C¨®mo reconoc¨ªa el presidente Carter en un discurso: "Percibimos la crisis en las crecientes dudas sobre el sentido de nuestras vidas y en la p¨¦rdida de la unidad de fines para nuestra naci¨®n".Abundancia de medios, gracias a los prodigios t¨¦cnicos, pero pobreza de fines. ?Acaso se ofrece de verdad otro que no sea la riqueza material? Es decir, sobrevivir en la abundancia; pero subsistir no es vivir. Soci¨®logos y psic¨®logos se?alan el agotamiento de las utop¨ªas. Para G . Steiner, "hoy nos encontra mos en una situaci¨®n sin precedentes: los j¨®venes no poseen m¨¢s ventanas ut¨®picas que abrir", mientras que, hasta hace poco, siempre las hubo: Rusia en 1917, la guerra de Espa?a, el Frente Popular, la primavera de Praga, el Chile de Allende o la China de Mao".
?Qu¨¦ crisis?
?Qu¨¦ contraste con ¨¦pocas anteriores! El siglo XVI, con los descubrimientos geogr¨¢ficos y los inventos, promet¨ªa al hombre occidental la conquista del mundo; el XVII le desl¨²mbraba con la raz¨®n; el XVII, con los horizontes de la Ilustraci¨®n; el XIX, transido de historia, con el progreso ... ; el XX nos ha ofrecido hasta ahora el desarrollo econ¨®mico, pero el hambre sigue donde estaba y, en el resto, la abundancia no basta para vivir contentos. Bien porque se sigue deseando m¨¢s o porque, como escrib¨ªan en los muros de la Sorbona los estudiantes de mayo de 1968, "nadie puede enamorarse de una tasa de crecimiento".
Esto que llamamos crisis. Ahora bien, ?qu¨¦ crisis? ?D¨®nde, de qui¨¦n? Se afirma que es mundial, pero si pregunt¨¢ramos al pastor andino, al pescador malayo, al campesino indio, reaccionar¨ªan con estupor. La crisis mundial no es vivida (aunque ciertamente sea padecida) por una gran mayor¨ªa de la humanidad. La conciencia de estar viviendo una crisis (caracterizada por Granisci, por Brecht, o por ambos, como la etapa en que "lo, viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer") s¨®lo se da en los pa¨ªses ricos y en los estratos sociales altos de los pa¨ªses pobres: esta constataci¨®n sugiere ya que la crisis se genera en el mundo econ¨®micamente desarrollado. Con eso nos asomamos ya a las causas, como luego dir¨¦.
Es en ese mundo industrial?zado donde m¨¢s se debate a diario sobre la crisis, sin por eso haber aclarado al menos el significado de ese vocablo. Asombra la vaguedad del concepto crisis y la ausencia de una definici¨®n cient¨ªfica m¨¢s o menos generalmente aceptada. Compru¨¦bese con una referencia, nada menos que en la Enciclopedia Internacional de Ciencias Sociales, donde, en su art¨ªculo Crisis, James A. Robinson enumera los conceptos siguientes, a su juicio relacionados con el de crisis o incluso, posibles sustitutivos suyos: "Estr¨¦s, conflicto, tensi¨®n, p¨¢nico y cat¨¢strofe". Ciertamente ser¨ªa dif¨ªcil aplicar ninguno de ellos a la crisis actual, que, lejos de ser una situaci¨®n grave y aguda como las enumeradas, es un proceso cuya persistencia ha desmentido a los primeros optimistas y que, sin duda, durar¨¢ todav¨ªa largo tiempo, aunque pueda presentar recuperaciones transitorias.
Esa duraci¨®n obliga a reflexionar porque adem¨¢s, a difem rencia de la gran depresi¨®n i?iciada en 1929, todo est¨¢ en cuesti¨®n,y no s¨®lo la econom¨ªa: artes, religiones, creencias, instituciones como la familia e incluso la capacidad del sistema industrial para superar la crisis. Y escribo industrial porque aqu¨ª me refiero tanto al mundo capitalista como al comunista; por eso algunos piensan ya en la sociedad posindustrial.
La crisis de los optimistas
Ante esa intensidad y generalidad de la crisisl los optimistas del sistema conf¨ªan en una mera de crecimiento: algo comparable a una cris¨¢lida, de la que emerg¨ªa luego la brillante mariposa, encamando esa misma civilizaci¨®n. ?El argumento optimista? Esencialmente, la magia de la t¨¦cnica. La crisis de la energ¨ªa ser¨¢ resuelta, seg¨²n ellos, por la t¨¦cnica energ¨¦tica; la del hambre, por la futura nutrici¨®n, y as¨ª sucesivamente. Hasta el pensamiento, esa carcoma interior que no nos deja en paz, delegar¨¢ en la memoria de los bancos de datos y en el poder anal¨ªtico de las computadoras.
As¨ª es su futuro. Entretanto, uno recuerda que la t¨¦cnica promet¨ªa a los ricos la paz del ocio, pero en realidad ha tra¨ªdo la angustia del paro, sin librar por eso' del hambre a los pobres. Y adem¨¢s ha llegado con ella lo no previsto: la degradaci¨®n del medio ambiente, inquietante para los t¨¦cnicos'de la naturaleza. En cuanto a los cient¨ªficos sociales, no digamos: desde la impotencia de los economistas frente a la inflaci¨®n con paro hasta la de los pol¨ªticos, psic¨®logos y Soci¨®logos ante las guerras, los armamentos, el terrorismo, la droga, las religiones ex¨®ticas o inventadas. y otros intentos de buscar hacia afuera la identidad que nos falta por dentro. La verdad es que resultan dudosos y hasta negativos a veces los dones aportados al hombre mismo por una t¨¦cnica tan eficaz para enfrentarse con las cosas.
La crisis de los humanistas
Por eso, y porque este gran desconcierto nace y se vive m¨¢s en los pa¨ªses adelantados, muchos oponemos una interpreta
ci¨®n alternativa y contemplamos la crisis no como una perturbaci¨®n transitoria del crecimiento, sino como el ocaso de un sistema que ha llegado a su final hist¨®rico. De la agitada cris¨¢lida actual no emerger¨¢ la mariposa con alas de acero y con motor de uranio, sino otra cosa. ?Cu¨¢l? Nuestra utop¨ªa -y al aportar una utop¨ªa llenamos ya un vac¨ªo de la crisis es que surja, sencillamente, el hombre.Quede bien claro que eso no significa rechazar la t¨¦cnica, sino s¨®lo su tiran¨ªa, impuesta por una ciencia cuyos prodigios deslumbran, pero no iluminan. Y quede claro todav¨ªa que nuestra interpretaci¨®n no es pesimista, sino, al contrario, ultraoptimista, en el sentido de que mientras los optimistas se conforman con mantener un sistema favorable a los objetos (aunque los disfracen profesando verbalmente unos u otros ideales) nosotros aspiramos a una vida centrada en el hombre. M¨¢s a¨²n, tenemos la esperanza de que la crisis, al liquidar el sistema agotado, pueda conducir a un modelo de desarrollo humanizado.
En otras palabras, interpretamos esta crisis como una ruptura global, un golpe de tim¨®n en la historia de Occidente, sin precedentes desde el Renacimiento. Es entonces cuando el europeo se instala egoc¨¦ntricamente como individuo frente al (y distinto del) mundo, al que cons¨ªdera su bot¨ªn. Con Descartes, definitivamente, el hombre pasa de criatura a creador, y desde entonces impulsa la explotaci¨®n tecnocr¨¢tica de su universo, siguiendo la v¨ªa hoy llamada desarrollo.
Ahora bien, ese desarrollo ha engendrado esta crisis y ha entrado a su vez en,crisis al acercarse a sus l¨ªmites. L¨ªmites, en primer lugar,fisicos, pues aunque sean discutibles las fechas dadas por el Club de Roma para el agotamiento de recursos no renovables, sigue siendo verdad elemental que el crecimiento indefinido no es posible en un medio limitado.
Adem¨¢s, el desarrollismo de los ricos entra en conflicto pol¨ªtico con la resistencia de los pobres,. hoy todav¨ªa d¨¦bil, pero creciente. Por ¨²ltimo, l¨ªmites psicol¨®gicos en el seno mismo del mundo desarrollado, por el desd¨¦n de la civilizaci¨®n industrial hacia las necesidades no materiales del hombre que, insatisfechas, se manifiestan en los desequilibrios individuales y sociales aludidos anteriormente.
Pues, ?acaso ese modelo ofrece a las masas algo m¨¢s que elevar el nivel de consumo, oficialmente llamado nivel de vida? ?Como si consumir m¨¢s equivaliese a vivir mejor! Si hoy escribiera Marx, cuyo centenario acabamos de celebrar, tendr¨ªa que completar la alienaci¨®n debida a las relaciones de producci¨®n con la impuesta por las relaciones de consumo.
Por una doble estrategia
Nos encadenamos, en efecto, con nuestros pagos a plazos, para obtener los bienes cuya necesidad inventa la publicidad o el falso prestigio social, y sacrificamos un satisfactorio bienestar al, .siempre inalcanzable (y por eso frustrante) mejorestar. Por supuesto, much¨ªsimos se sienten satisfechos por el consumismo, pero eso mismo muestra hasta qu¨¦ punto han sido amputadas las facultades humanas para vivir plenamente otros goces no cosificados. As¨ª es como pueblos enteros venden su condici¨®n humana por el plato de lentejas que les ofrece la econom¨ªa de mercado.
A la vista de esos l¨ªmites, la crisis se nos apa rece como un ocaso y, a la vez, una aurora. Y mientras alborea y se afirma el
d¨ªa del hombre, ?qu¨¦ hacer?
Pues lo que han hecho siempre los de un mundo nuevo durante la transici¨®n desde lo viejo. Vivir una doble vida, como los cristianos en la Roma antigua, con una doble estrategia: subsistir en el marco declinante mientras preparan el futuro; cooperar con lo destructivo de toda crisis para edificar sobre las ruinas; soportar en la calle los edictos imperiales mientras refuerzan la fraternidad creadora en las catacumbas. Con ese criterio, por ejemplo, los ciudadanos conscientes rechazamos el consumismo, aunque compremos lo necesario.
Desde esa ¨®ptica, por dar ejemplo a escala mundial, el nuevo orden econ¨®mico internacional ya resulta viejo, aun no habiendo nacido. El Tercer Mundo har¨¢ bien en sacar lo que pueda de ese proyecto anticuado, pero har¨¢ mucho mejor si defiende sus culturas propias y lucha por econom¨ªas nacionales menos dependientes.
Por eso yo no veo ambig¨¹edad ninguna en la presencia de un pa¨ªs intermedio como Espa?a en Nueva Delhi, sino, al contrario, un ejercicio de la doble estrategia ante el cual me felicito como espa?ol: convivir en el ¨¢rea de poder pol¨ªtico mundial en donde estamos, pero contribuir a la defensa de otras culturas humanas como la nuestra.
Es decir, luchando as¨ª por la pluralidad de los estilos de vida y contra la uniformidad planetaria, que. es de temer pueda acabar impuesta a todos por la combinaci¨®n del poder¨ªo militar con t¨¦cnicas concentracionarias.
Para esa doble estrategia es indispensable una toma de conciencia que, afortunadamente, empieza a extenderse. En declaraciones tercermundistas, en reivindicaciones de grupos marginados y en serios estudios cient¨ªficos empieza a difundirse la idea de que m¨¢s no es sin¨®nimo de mejor, y de que ser es m¨¢s importante que tener. Y, para pasar a los actos, esa conciencia debe apoyarse en la solidaridad de los grupos y los pueblos cuyas varias identidades culturales tiende a borrar la uniformidad cosificada del desarrollo actual.
La crisis favorece esa lucha contra los modelos impuestos desde los pa¨ªses ricos, porque ha sembrado en ¨¦stos la incertidumbre, el desconcierto y la falta de sentido de su identidad, desprestigiando entre ellos mismos el mundo tecnificado que han construido o, al menos, erosionando los valores en que se basa.
Doble estrategia, en suma, para aprovechar la crisis como transici¨®n hacia el desarrollo integral del hombre, que no es s¨®lo homo oeconomicus (mero productor y consumidor), sino tambi¨¦n hombre est¨¦tico, ¨¦tico, religioso y, simplemente, vividor y gozador de s¨ª mismo, en un empleo sensato de la vida. Esta es la conclusi¨®n ineludible cuando se entiende la crisis como una ruptura hist¨®rica contra la civilizaci¨®n de los objetos.
Jos¨¦ Luis Sampedro es catedr¨¢tico de Estructura Econ¨®mica en la Universidad Complutense de Madrid, y autor de varias novelas.
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