La falta de ensayos de nuestros m¨²sicos
Los mel¨®manos espa?oles, salvo los habitantes de las dos grandes capitales -peri¨®dicamente visitadas por los conjuntos europeos de primera clase-, no asistimos a conciertos, sino a ensayos. Porque los conciertos, cuando no vienen precedido s de suficientes ensayos, son simplemente ensayos.Ensayos, pero ensayos aburridos, porque a la inseguridad propia del ensayo se a?ade la etiqueta propia del concierto. Y la etiqueta priva al ensayo leg¨ªtimo de su atractivo genuino: la interrupci¨®n, la correcci¨®n del defecto, la repetici¨®n, el desglose de las partes, el debate, el bullicio, en suma, de un trabajo de f¨¢brica esmerado y prolijo. Nuestros conciertos son ensayos inmodestos, pruebas sin asunci¨®n de los errores, errores invencibles.
Que en este pa¨ªs se ensaye de cara al p¨²blico no me parece mal en principio. Que se cobre una entrada para ese ensayo p¨²blico tampoco me parece mal: si todos hemos de aprender, m¨²sicos y oyentes, ?por qu¨¦ no aprender codo con codo? Lo que me parece mal, en ese caso, es que el ensayo no sea asumido como tal, que se desperdicie el precioso caudal que conlleva el aprecio de los errores y el cuidado de corregirlos, que se d¨¦ por cocido lo que est¨¢ crudo sin saborear la delicia de su crudeza.
Repito: no hay concierto-sin ensayos; sin ensayos s¨®lo hay ensayos. Pero ensayos in¨²tiles que no permiten enderezar los entuertos. Y cuando los entuertos no se enderezan, un cierto instinto los elimina del campo de la conciencia, y lo torcido aparece sencillamente derecho, y el error deja de ser estimulante.
Los m¨²sicos espa?oles pecan por omisi¨®n: ensayan poco. Lo que no quiere decir menoscabo de su profesionalidad. Su destreza est¨¢ reconocida en ocasiones. Pero el ensayo implica la lectura en com¨²n de una obra bajo una batuta y en un determinado lugar, en una comunicaci¨®n o comuni¨®n de sentido interpretativo.
Se trata de edificar algo real en un sitio real para un tiempo real: el trabajo de gabinete no basta (100 escultores no hacen un arquitecto).
Pero ?por qu¨¦ no ensayan nuestros m¨²sicos, h¨¢biles y competentes como son en los m¨¢s de los casos? De la mara?a de causas destaco algunas. En primer lugar, el lugar. Un lugar id¨®neo de ensayo ha de asemejarse lo m¨¢s posible ac¨²sticamente a la sala del concierto, si no es la misma sala. En segundo lugar, el tiempo. Los ensayos son cosa de tiempo; de mucho, much¨ªsimo tiempo, porque la m¨²sica es intransigente con el tiempo: sus horas son horas contantes y sonantes (nunca mejor dicho, porque se cuentan y porque suenan).
Pero el mucho tiempo es mucho dinero. Esa es la cuesti¨®n. Si la m¨²sica no tolera rebaja de tiempo, tampoco rebaja de coste. Cuesta lo que cuesta. Y o la m¨²sica es un bien com¨²n y los costes son a costa de todos, v¨ªa Administraci¨®n que administra bien, o la m¨²sica se apresura y deviene la m¨¢s miserable de las bagatelas: entonces y s¨®lo entonces es un lujo, y un lujo est¨²pido.
El problema de la m¨²sica en nuestro pa¨ªs es un problema pol¨ªtico, de administraci¨®n. Y en tanto la cultura no cuente con la m¨²sica como una de sus piezas fundamentales yo no creer¨¦ en una verdadera pol¨ªtica cultural.
Bien est¨¢ que recibamos a invitados ilustres de Londres, Berl¨ªn, Amsterdam o Leningrado; pero dos escalas son insuficientes para los kil¨®metros cuadrados de nuestro territorio.
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