Pasqual Maragall, con una vara
A mitad del siglo pasado, un se?or con patillas y cuello de piqu¨¦, natural de Sabadell, casado con una pubilla de Can Gorina de Matadepera, lleg¨® a Barcelona con una idea textil en la cabeza. Aquel tipo no era tonto en absoluto. Se dedic¨® a instalar telares a domicilio para que las amas de casa, en sus horas libres tarareando sardanas, confeccionaran pa?os y lanas, que ¨¦l pagaba religiosamente y despu¨¦s revend¨ªa a precio razonable. Esta industria le llen¨® el coraz¨®n y los bolsillos de tanta dicha que el se?or de Sabadell, en plena racha, cubri¨® a su mujer, y ¨¦sta, en un rapto de inspiraci¨®n, pari¨® al poeta Joan Maragall, abuelo del alcalde de Barcelona. Por su parte, el poeta Joan Maragall fue un hombre rentista y sentimental, un burgu¨¦s inteligente, de h¨¢bitos solariegos, que vivi¨® en una torre con jard¨ªn rom¨¢ntico en el barrio de Sant Gervasi. En esa casa pairal pas¨® una vida apacible fabricando versos e hijos en gran abundancia, unido a una linda muchacha brit¨¢nico-andaluza, del negociado vinatero de Jerez, a la que el escultor Manolo Hugu¨¦ reconoci¨® sus m¨¦ritos un d¨ªa en que le invitaron a merendar.-Mis respetos, se?ora.
-?Por qu¨¦?
-Tiene usted trece hijos, todos vivos y ninguno en la c¨¢rcel.
-As¨ª es.
-La felicito sinceramente.
La memoria del abuelo poeta
Aquella torre con jard¨ªn trasero fue un nido de Maragalls, una factor¨ªa de MaragalIs. Con trece descendientes hab¨ªa para todo. Unos han alcanzado la santidad, otros han sido escultores, o pintores, o propietarios de galer¨ªas de arte, o locos benditos, o simples contribuyentes an¨®nimos, que se han diseminado hasta abastecer la ciudad. El menor de esa primera tacada de Maragalls se llama Jordi y ahora es senador. En su juventud este hombre iba para fil¨®sofo y parece que la cosa marchaba bien, pero de pronto la paz de Franco le cay¨® encima y tuvo que cambiar las teor¨ªas de Hegel por la venta de productos de farmacia. Se hab¨ªa casado antes de la guerra con una se?orita alicantina, de nombre Basi Mira, educada en el ambiente de la Instituci¨®n Libre de Ense?anza, bajo la barba de Giner de los R¨ªos. Siguiendo la tradici¨®n de fertilidad, seg¨²n la patente acreditada, Jordi le hizo ocho hijos, uno detr¨¢s de otro, sin parar, mientras el fascismo escup¨ªa metralla por el colmillo, de modo que el fil¨®sofo frustrado se vio obligado a correr mercader¨ªas de laboratorio para llenar las bocas de alrededor, y en medio del nublado de derechas incluso consigui¨® que su larga prole fuera educada con un perfume de minor¨ªa selecta, con una tonalidad liberal, marca de la casa. El tercero de esta nueva oleada de Maragalls fue un ni?o gordito, de hocico inflamado y ojitos de chino, que vino al mundo en enero de 1941. Desde entonces atiende por Pasqual y hoy es alcalde de Barcelona.
Pasqual Maragall naci¨® tambi¨¦n en aquella torre con jard¨ªn rom¨¢ntico del barrio de Sant Gervasi, y sus primeros recuerdos de infancia est¨¢n varados en esa arboleda derruida, en unos salones destartalados donde planeaba la memoria del abuelo poeta. Su familia era realmente un revuelto de Maragalls muy dif¨ªcil de distinguir, y este hombre conserva de su ni?ez la sensaci¨®n de una multitud que entraba y sal¨ªa por las puertas de aquella casa, t¨ªos, primos, amigos de los padres, novias de los hermanos, compa?eros de las hijas, sobrinos en pa?ales, j¨®venes en traje de boda, viejos conocidos, siluetas de anta?o, nuevos allegados y otra gente que estaba all¨ª en tr¨¢nsito. Por los pasillos, en los rincones de las salas, en el hueco de la chimenea se multiplicaban los v¨¢stagos cada d¨ªa. Entre aquel gent¨ªo de Maragalls uno ten¨ªa que hacer algo muy gordo para sacar cabeza sin necesidad de que le reconocieran s¨®lo por el hierro marcado en la paletilla.
-?Y t¨² qui¨¦n eres?
-El tercero del Jordi.
-?Y qui¨¦n es el Jordi?
-El ¨²ltimo del abuelo Joan.
-Entonces, si no me equivoco, t¨² eres el Paqual.
-Creo que s¨ª. No estoy seguro.
Jugaba a las canicas con Roca
El ni?o fue inscrito en el colegio Virtelia, una instituci¨®n cat¨®lica, seglar y catalanista, donde comenz¨® a jugar a las canicas con Miguel Roca, Ricardo Bofill y Xavier Rubert de Vent¨®s, camaradas de adolescencia. All¨ª tambi¨¦n estaba Jordi Pujol, que ya hab¨ªa echado plumones, y mos¨¦n Llum¨¢, un cura con labia, que envolvi¨® a los muchachos en una espiritualidad monserratina. Su oratoria sagrada ha creado escuela en algunos pol¨ªticos catalanes y hoy muchos parlamentarios de la tierra hablan como ¨¦l, con ese murmullo de plegaria lleno de pespuntes secos. En aquel tiempo de posguerra el nacionalismo visible s¨®lo era una cuesti¨®n de pa amb tomaca y cacer¨ªa de setas en los bosques del Ampurd¨¢n, siempre que la descubierta fuera acompa?ada por un salvoconducto de la Guardia Civil. Pero la gente fina de ese pa¨ªs, agn¨®stica o creyente, sub¨ªa peri¨®dicamente a Montserrat para cantar una salve a la Virgen. Era consciente de que los monjes guardaban all¨ª el tarro de las esencias, y entre las familias selectas el lujo consist¨ªa en colocar a un hijo en la escolan¨ªa de la monta?a. Para eso, adem¨¢s de catal¨¢n con cuatro vacunas, hab¨ªa que tener voz de ¨¢ngel. Pasqual Maragall, por lo visto, no la ten¨ªa, de modo que se conform¨® con ser s¨®lo boy scout, aunque al servicio de la Virgen, bajo el mando de Jordi Pujol. Hay que imaginarse a esta pareja. Pasqual iba investido con los arreos del caso: camisa caqui, botas de explorador, pa?uelo anudado en el estern¨®n de h¨¦roe y sombrero de polic¨ªa canadiense. Jordi Pujol luc¨ªa el mismo uniforme, pero con piernas peludas por la segunda pubertad. Era una mezcla de alpinismo y devoci¨®n mariana, una forma de alcanzar la santidad catalana por medio de marchas, acampadas, escaladas, salvamentos, escoltas, soplando la arm¨®nica en lo alto de una bre?a. Jordi Pujol le dec¨ªa:
-Hay que llegar a la cumbre.
-A tus ¨®rdenes, camarada.
-All¨¢ arriba un gran destino nos espera.
-?Debo llevar cantimplora?
-Cantimplora y un cirio.
Una generaci¨®n de chicos catalanes de familia liberal, que luego han sido marxistas, se form¨® en el dinamismo religioso de estas excursiones, en las que descubrieron el paisaje y comenzaron a amar a su tierra. Buscaban champi?ones, cantaban el Virolai, bailaban sardanas, y una m¨ªstica territorial, cuyo rescoldo era alimentado por el abad mitrado en la monta?a sagrada, supl¨ªa la falta de libertad. Pasqual Maragall pas¨® el bachillerato subiendo y bajando por el sendero mariano. Por lo dem¨¢s, era un tipo listo, cabizbajo e ir¨®nico, que jugaba al pimp¨®n, y lentamente su perfil cogi¨® esa densidad de moflete con la nariz pellizcada y el ojo rasgado dentro de unas bolsas carnosas.
La moda de la 'guache divine'
Pasqual Maragall comenz¨® a estudiar Derecho y Econom¨ªa cuando la Universidad estaba en un buen punto de ebullici¨®n pol¨ªtica para que se, cociera la conciencia de una juventud alimentada con las primeras salchichas de Franfurt de los a?os sesenta. En aquel tiempo se llevaba el dise?o progresista con tabardo reversible, pero en los circuitos culturales de Barcelona salt¨® la moda de la gauche divine. Cualquier joven ilustrado del momento ten¨ªa dos opciones: ponerse una bufanda roja hasta el calca?ar y soltar intelectualidades en los tabern¨¢culos de la calle Tuset o colaborar en la revista El Ciervo; jugar al cambio de parejas sobre un almohad¨®n en el suelo de un apartamento de la Costa Brava dise?ado por Bofill o asistir a las conferencias sobre marxismo cristiano que ya impart¨ªa Alfonso Com¨ªn; dormir la primera mona de un whisky de importaci¨®n con la cabeza apoyada en cinco tomos de Seix Barral o asistir simplemente a clase y volcar alguna vez un cubo de basura en se?al de protesta. Aunque por fuera Pasqual Maragall tiene el envase de un progre de molde, este hombre en su ¨¦poca no perteneci¨® a la izquierda divina. Su peque?o mundo era otro. Estaba rodeado de amigos que eran hijos de amigos de sus padres, y con ellos, seg¨²n parece, pasaba las tardes discutiendo problemas trascendentales en una habitaci¨®n con dos literas en la casa familiar bajo la niebla de los cigarrillos iluminada por el flexo. Xavier Rubert de Vent¨®s, Narc¨ªs Serra, Urenda, Jaume Lor¨¦s, Quico Vila, Bailar¨ªn, Diana Garrigosa formaban un grupo, y ellos se casaban con ellas, con las hermanas del otro, y en medio del cotarro, la barba de Lanza del Vasto, con su espiritualidad marxista y macrobi¨®tica, impon¨ªa la paz. As¨ª iban las cosas cuando en la Universidad hab¨ªa bofetadas todos los d¨ªas y uno no era nadie si no ten¨ªa una multicopista debajo del colch¨®n, si no iba por el claustro de la facultad con el pecho acorazado con unos panfletos antibala. De pronto, en medio de una reuni¨®n de tasca, al pie de un vaso de vino y un mondadientes con boquer¨®n en vinagre, alguien gritaba:
-?Sab¨¦is qu¨¦ os digo?
-Qu¨¦.
-Hay que hacer algo.
-Eso es.
-Hay que apuntarse al FOC.
En el a?o 1959 el Frente Obrero de Catalu?a era un movimiento clandestino que aglutin¨® un conglomerado de estudiantes y trabajadores con ideas socialistas. Pasqual Maragall estuvo en ese corredor de la alcantarilla y en la conspiraci¨®n cumpli¨® con todos los ritos: pas¨® por el cuartelillo, firm¨® manifiestos, cant¨® la Santa Espina en el palau, fue de comit¨¦ en comit¨¦ y, llegado el momento, cuando las redadas se hicieron muy tupidas, se vio obligado a buscar refugio seguro. ?Saben ustedes d¨®nde hall¨® cuartel? No se necesita ser muy listo para adivinarlo. Bajo la capa pluvial de Jos¨¦ Mar¨ªa Escarr¨¦, abab mitrado de Montserrat. No en vano Pasqual Maragall hab¨ªa sido boy scout de la Virgen. All¨ª estaba como en casa.
-No temas, hijo. Los guardias no vendr¨¢n aqu¨ª.
-No los conoce, monse?or. Tienen mucho morro.
-Si vienen, atacaremos.
-?Con qu¨¦?
-Con una lluvia de incunables...
En el jard¨ªn de los monjes
Mientras dur¨® la caza en las alcantarillas de Barcelona y todo el mundo se pon¨ªa a cubierto, Pasqual Maragall pas¨® una temporada en el jard¨ªn de los monjes cortando rosas y leyendo cosas de econom¨ªa. Un d¨ªa puso el sombrero en la punta de un palo, lo sac¨® por encima de la tapia y al comprobar que nadie disparaba abandon¨® la madriguera y se fue tan campante a participar en la fundaci¨®n de Convergencia Socialista de Catalu?a, cuando fuera del monasterio corr¨ªa el a?o 1970 y el franquismo estaba a punto de entrar en agujas. Pasqual Maragall era un tipo serio, hablaba rumiando las palabras, luc¨ªa unos ojos somnolientos, con una sonrisa de medio lado bajo el bigote dise?ado por un potrero de Yucat¨¢n. El resto de la biograf¨ªa pol¨ªtica y acad¨¦mica de este muchacho sigue la pauta de cualquier ente con sed de porvenir, que har¨ªa relamer de gusto a un empresario de los tiempos de la famosa expansi¨®n. Un doctorado en Ciencias Econ¨®micas, una beca para hacer pinitos en Par¨ªs, una licenciatura en el New School de Nueva York, un t¨ªtulo de master, unos meses de profesor en la universidad John Hopkins de Baltimore y todas las cartulinas que se precisen para decorar un despacho forrado de caoba. Pero Pasqual Maragall ten¨ªa la pol¨ªtica instalada en el entrecejo. En 1976 gan¨® por oposici¨®n la plaza de funcionario t¨¦cnico en el Gabinete de Programaci¨®n del Ayuntamiento de Barcelona y desde entonces se mantuvo de segundo, a la sombra de Narc¨ªs Serra, ese se?or de barba y manos blandas posadas en la tripita, que ahora gobierna asuntos de ca?ones en Madrid. Pasqual Maragall es un corredor de fondo, uno de esos que levanta el trasero del sill¨ªn en la ¨²ltima vuelta del vel¨®dromo. Se le puede imaginar todav¨ªa con zamarra progresista y vaqueros esmerilados estilo un joven como los dem¨¢s, pero uno adivina bajo ese ronroneo del habla, detr¨¢s de su risita de conejo ir¨®nico que enturbia su mirada de chinito cuando te cala, una dureza de ejecutivo con chaqueta de dos aberturas y pasador de corbata. Camina ligeramente escorado por los salones del ayuntamiento, en la penumbra de ¨®leos y artesonados, sorteando poltronas, alfombras, esculturas de diosas frutales; le sigue una corte de ujieres y secretarios y ¨¦l adopta ademanes tajantes como si estuviera mandando desde hace un siglo. Esta es una brillante raza de cuarentones que ha tomado el poder con una dentellada de jabato.
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