El fin de las noticias sobre el mundo
El fin de las noticias sobre el mundo es el t¨ªtulo de la ¨²ltima novela de Anthony Burgess. Es, adem¨¢s, el prof¨¦tico anuncio de lo que puede sucedernos con alguna facilidad a los humanoides que lo habitamos, antes de lo que ser¨ªa apetecible o incluso previsible.Las conversaciones sobre limitaci¨®n de cohetes nucleares en Ginebra no parecen sensibilizar como ser¨ªa menester a la opini¨®n p¨²blica espa?ola y el movimiento pacifista sigue teniendo entre nosotros unas connotaciones de marginalidad m¨¢s que notables. No por casualidad el nuestro es uno de los pocos Parlamentos occidentales donde los presupuestos de defensa apenas son discutidos, y mucho menos, rebajados, ni por casualidad tampoco se ha escabullido de las Cortes un debate serio sobre el modesto plan de rearme espa?ol, que incluye 300.000 millones de pesetas con destino al programa FACA. Pues, modesto y todo, merec¨ªa m¨¢s atenci¨®n de los parlamentarios, tan preocupados por Calvi?o y otras menudencias, como lo merec¨ªa tambi¨¦n la ratificaci¨®n del convenio bilateral con Estados Unidos.
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El fin de las noticias sobre el mundo
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Pero estas cuestiones palidecen si se analiza la declaraci¨®n de Felipe Gonz¨¢lez respecto a su comprensi¨®n y solidaridad con la decisi¨®n de la Alianza Atl¨¢ntica de instalar cohetes de alcance medio en Europa Occidental. ?sta constituye, hasta el momento, la toma de postura m¨¢s importante del Gobierno socialista en pol¨ªtica exterior, abre la puerta a una eventual revisi¨®n de la desnucle ariz aci¨®n de Espa?a y alinea hoy por hoy al Gobierno de Madrid con la pol¨ªtica rearmamentista de Reagan, que es apoyada por los Gobiernos de la OTAN, pero severamente criticada por amplios sectores de opini¨®n de los ciudadanos que les eligieron. Por lo dem¨¢s, sus efectos resultan incongruentes con la postura -m¨¢s que nada simb¨®lica- de no integraci¨®n en el aparato militar de la Alianza y con las otras cautelas de ese g¨¦nero adoptadas por el Gabinete Gonz¨¢lez.
El debate de los euromisiles, en el contexto de las relaciones Este-Oeste, constituye, hoy por hoy, la piedra angular de los problemas internacionales. Junto con ¨¦l, la situaci¨®n econ¨®mica, caracterizada por una muy grave recesi¨®n del comercio mundial, un aumento insidioso del proteccionismo, un crecimiento incontrolado del paro en los pa¨ªses desarrollados y una crisis financiera de caracter¨ªsticas descomunales, compendian el universo de preocupaciones esenciales de los poderosos de la Tierra. ?ste es el contexto global en el que se produjeron las declaraciones de Gonz¨¢lez en Bonn, que, ni fueron un desliz ni constituyeron un error de interpretaci¨®n: respond¨ªan a un viraje indubitable de la pol¨ªtica exterior espa?ola y se hab¨ªa elegido el momento y el lugar para hacer el anuncio. Este viraje ofrece novedades sustanciales respecto a las posiciones defendidas por el PSOE a lo largo de la campa?a electoral y en las tomas de posici¨®n habituales de sus dirigentes:
Por una parte, liga, por vez primera, el futuro de las negociaciones de Espa?a con la Comunidad Econ¨®mica Europea, al de sus relaciones con la Alianza Atl¨¢ntica. Es decir, condiciona una de las respuestas esenciales a nuestra crisis econ¨®mica respecto de la pol¨ªtica a adoptar en seguridad y defensa.
Por otra, abre serios interrogantes sobre el futuro de nuestra relaci¨®n con el arma nuclear, toda vez que es dif¨ªcilmente sostenible la postura de quien apoya la instalaci¨®n de cohetes de alcance medio en los pa¨ªses vecinos y amigos, como m¨¦todo de defensa com¨²n, pero se niega, en cambio, a situarlos en su propio territorio.
Cada d¨ªa que pasa crece el convencimiento en Europa de que la decisi¨®n de instalar los misiles Pershing ha sido ya tomada de forma pr¨¢cticamente unilateral por el Gobierno de Washington, que s¨®lo pide de sus aliados solidaridad y comprensi¨®n -las dos cosas que el Gobierno del PSOE ya ha ofertado-. No es esto tampoco algo que imputar de manera exclusiva a la responsabilidad de Reagan, pues fue la anterior Administraci¨®n americana la que prepar¨® el despliegue, como contestaci¨®n a la amenaza sovi¨¦tica de los SS-20. Desde que se dieron los primeros pasos en este sentido hasta la actual primavera, la mayor¨ªa de los Gobiernos de la Alianza han cambiado de amo e incluso de significado ideol¨®gico. Pero la decisi¨®n sigue siendo la misma. Ni siquiera el relevo de Breznev por Andropov en la Uni¨®n Sovi¨¦tica ha podido ser aprovechado por los occidentales para en contrar una v¨ªa de di¨¢logo que ofreciera una esperanza significativa en cuanto al desarme. Y hoy, ya nadie duda de que los cohetes van a ser instalados, incluso si se obtienen progresos sustanciales en las conversaciones de Ginebra respecto al n¨²mero de ellos y de las cabezas nucleares, y que la moratoria que algunos partidos socialistas eu ropeos solicitan no va a ser a apoyada por la izquierda all¨ª donde la izquierda tiene el poder. La actitud del Gobierno de Madrid ha echado por tierra la ¨²ltima de las ilusiones en este sentido.
El despliegue de los Pershing en Europa ser¨¢ probablemente contestado por la Uni¨®n Sovi¨¦tica con la instalaci¨®n de nuevos S S-20 en la Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana y en la zona nororiental de la propia URSS -apuntando a la costa oeste de Canad¨¢ y Estados Unidos-. Todo ello devendr¨¢ en una carrera armamentista de incalculables consecuencias para la econom¨ªa de los dos bloques, primero, y para la supervivencia misma de la humanidad despu¨¦s. Las protestas de los obispos y de los congresistas dem¨®cratas norteamericanos, las de numerosos partidos en la oposici¨®n de los pa¨ªses de Europa occidental, tratan de influir en los dirigentes para que un nuevo sentido moral ilumine sus opciones. Pero quienes predicen una ruptura interna de la Alianza Atl¨¢ntica a partir de la instalaci¨®n de los Pershing en la Rep¨²blica Federal de Alemania probablemente se equivocan. La maquinaria del poder burocr¨¢tico-militar es por hoy m¨¢s fuerte que los impulsos intelectuales de los gobernantes.
Mientras tanto, los expertos del palacio de la Moncloa han le¨ªdo con atenci¨®n un estudio de varios cientes de f¨®lios hecho por un coronel del Ej¨¦rcito americano sobre la contribuci¨®n de Espa?a a la OTAN. Dos p¨¢rrafos resultan de sobresaliente inter¨¦s. Uno, el que define la utilidad cierta de nuestra incorporaci¨®n a la Alianza: ¨¦sta gana una profundidad territorial que aumentar¨¢ de manera extraordinaria su capacidad de reagrupamiento de tropas y almacenamiento de armas. ?Por qu¨¦ no nucleares?, se preguntar¨¢n muchos. El otro, el que se?ala que la existencia de un r¨¦gimen dictatorial en el seno de la Alianza, como es Turqu¨ªa, no ha generado mayores protestas ni problemas con los otros socios europeos, y sugiere una hip¨®tesis semejante para nuestro pa¨ªs, si necesario fuera. Este estudio estaba redactado antes de las elecciones del pasado mes de octubre, y alternativas de ese g¨¦nero parecen descartadas por el momento. A condici¨®n de que el Gobierno de Madrid entre en el mundo de las realidades: el poder nuclear no le pertenece y la doctrina sobre la soberan¨ªa qued¨® abrasada entre las cenizas de Hiroshima. Hay por eso decisiones b¨¢sicas, lo mismo sobre nuestra econom¨ªa que sobre nuestra defensa y seguridad, que se toman fuera de nuestras fronteras, a veces sin escucharnos, pero a veces sin preguntarnos siquiera.
El peor de los inveritos recientes que el hombre ha dado a la luz se llama geoestrategia. Hoy, los pueblos y sus gobernantes son presos de las estad¨ªsticas, que nos hablan del n¨²mero de veces infinito que puede ser destruida nuestra Tierra por la utilizaci¨®n masiva de lo que popularmente se llama a¨²n "la bomba at¨®mica". El Gobierno del cambio en Madrid ha sido v¨ªctima de esta realidad inevitable, que es precisamente m¨¢s inevitable cuantas m¨¢s gentes est¨¢n dispuestas a reconocerlo as¨ª. Quiz¨¢, el universo de la utop¨ªa les est¨¢ vedado a los l¨ªderes cuando llegan a ministros y Felipe Gonz¨¢lez habr¨¢ comprobado ya que un mayor nivel de informaci¨®n no supone siempre y necesariamente un mayor poder. Si no, a veces, el conocimiento exacto y puntual de lo limitado del poder que se ejerce.
La cuesti¨®n final est¨¢ en preguntarse por qu¨¦ si el Gobierno ha escogido ya, probablemente con tristeza y con un cierto sentido de la inevitabilidad, el camino de los se?ores de la guerra, no tiene el coraje de explicarlo ante el Parlamento y la opini¨®n p¨²blica. Los miles de manifestantes por la paz que ovacionaron hace ahora un a?o a Felipe Gonz¨¢lez en la Ciudad Universitaria de Madrid, los cientos de miles o quiz¨¢ millones de votantes del PSOE que acudieron a las urnas a apoyar en ¨¦l una determinada opci¨®n moral contra la violencia, tienen derecho a que se les diga que entre dos militarismos ha elegido finalmente elque le parec¨ªa menos malo y con menor incidencia a corto plazo sobre la vida y la felicidad de las gentes. Pues si hemos de vivir, nosotros tambi¨¦n, alg¨²n d¨ªa el fin de las noticias sobre el munido, un m¨ªnimo deber de cortes¨ªa le obliga al Gobierno a coment¨¢rnoslo.
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