Ensayos habaneros
Parece que la CIA tiene ciertas debilidades con las aficiones alcoh¨®licas, por muy moderadas que ¨¦stas sean, de sus principales bestias negras del continente. Con Fidel Castro ya lo intentaron de forma similar. Un camarero del Hotel Habana Libre, antes de la Revoluci¨®n Havana Hilton, escondi¨® durante meses en una c¨¢mara frigor¨ªfica una c¨¢psula de veneno que deb¨ªa echar en la copa de daiquir¨ª que de vez en cuando acud¨ªa a tomar el l¨ªder cubano.El propio camarero cont¨® cuando le detuvieron, porque llegaron a descubrirle, que tanto tiempo hab¨ªa estado en el hielo la famosa c¨¢psula que finalmente, debido a su cristalizaci¨®n, se rompi¨® en mil pedazos. La CIA, no obstante, tuvo ideas m¨¢s ingeniosas para acabar de una vez con el entonces joven barbudo. Entre ellas, quiz¨¢ fuera destacable aquel intento de rociarle con un spray misterioso, con el ¨¢nimo confesado de que se le cayera el pelo., tanto de la cabeza como de la barba. Perdidos los cabellos, perdido el poder, debieron pensar en Fort Langley.
Otra ingeniosa f¨®rmula fue la de regalarle, v¨ªa hombre de negocios en visita a la isla, un traje de hombre-rana con bacilos de Koch, para que la fulminante tuberculosis arreglara lo que la pol¨ªtica no consegu¨ªa.
Adem¨¢s de otros m¨¦todos m¨¢s cl¨¢sicos, como los de conseguir infiltrados en el propio r¨¦gimen, caso de Rolando Cubelas, o de comandos semi-suicidas, sistem¨¢ticamente desarticulados por unas tropas cubanas siempre ojo avizor, jefecillos washingtonianos llegaron a imaginar delirios m¨¢s propios del chiste que de la dura realidad a la que se enfrentaban.
En el primer a?o de revoluci¨®n, por rid¨ªculo ejemplo, lleg¨® a prepararse un plan, que finalmente no se llev¨® a efecto, para lograr apariciones religiosas en la bah¨ªa de La Habana, combinando estas caribe?as f¨¢timas con una campa?a de panfletos con mensajes religiosos.
De todos estos intentos, as¨ª como el de aquella traductora, de nombre Marie Lorenz, que llevaba veneno en un tarrito de cold cream gentilmente facilitado por Frank Sturges, quien m¨¢s tarde salt¨® a la fama por su colaboraci¨®n en el Watergate, han dado buena cuenta los peri¨®dicos norteamericanos. Incluso el Congreso de Estados Unidos trat¨® a puertas abiertas de tan fallidos planes. El ultraderechista senador republicano Barry Goldwater declar¨® ante el Comit¨¦ de Operaciones Gubernamentales del Senado, en 1976, que los intentos contaron siempre "con la aprobaci¨®n de la Casa Blanca".
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