Catalu?a y el pensamiento tr¨¢gico
Hace un tiempo se me propuso intervenir en un ciclo de conferencias que deb¨ªa celebrarse en Madrid. Se me pidi¨® un tema que tuviera, a la vez, resonancias catalanas y espa?olas. No dud¨¦ un instante en proponer una reflexi¨®n en torno al pensamiento de ese gran poeta catal¨¢n e hispano que es Joan Maragall. Andaba por aquellas fechas trabajando en lo que finalmente result¨® ser mi libro El pensamiento de Joan Maragall, del que ha aparecido, de momento, la magn¨ªfica traducci¨®n al catal¨¢n de Jordi Maragall, amigo entra?able e hijo del poeta y pensador. Con estupor irreprimible constat¨¦ que la propuesta no satisfac¨ªa en modo alguno.Se me intent¨® persuadir de que Maragall, en la capital de Espa?a, era una figura sin atractivo, sin sex-appeal. Dif¨ªcilmente pod¨ªa convocar una figura aventajada y caduca como el poeta catal¨¢n grandes multitudes de curiosos. Podr¨ªa congregar acaso un peque?o n¨²mero de nost¨¢lgicos de la tercera edad pertenecientes a la colonia de catalanes afincados en Madrid. Ante un argumento tan rotundo desist¨ª de mi inoportuna propuesta. Desde entonces han pasado cinco o seis a?os y he tenido ocasi¨®n de conocer y estimar m¨¢s y mejor a Madrid y algunos de sus habitantes, pudiendo comprobar, sin embargo, hasta qu¨¦ punto ten¨ªan raz¨®n los organizadores del ciclo de conferencias. Maragall es, en la capital de Espa?a, un personaje desconocido. O lo que es mucho mejor: un personaje del que s¨®lo se ha filtrado un clich¨¦ t¨®pico y sin relevancia, poeta local de la sardana y de la vaca ciega, afincado espl¨¦ndida y caducamente en la provincia hist¨®rica de un tiempo viejo sin retorno ni incidencia.
No es que la imagen que se tenga de Maragall sea mucho m¨¢s granada y atractiva en la propia Catalu?a, pese a los esfuerzos ¨ªmprobos de quienes, desde distintos ¨¢ngulos y perspectivas ideol¨®gicas, han tratado de resaltar el car¨¢cter universal, pre?ado de sugerencias para el futuro ¨¦tico, pol¨ªtico y est¨¦tico de Catalu?a y de Espa?a de nuestro poeta. El excelente libro de Josep Benet sobre Catalu?a y la semana tr¨¢gica, libro que deber¨ªa traducirse al castellano, fue, en la d¨¦cada de los sesenta, un importante toque de atenci¨®n. Las minuciosas y muy rigurosas investigaciones de Juan Javier Tr¨ªas Vejarano en torno a Maragall, encuadradas dentro de una historia de largo aliento del pensamiento pol¨ªtico catal¨¢n, hubiera podido servir tambi¨¦n para que en Catalu?a y en Espa?a se hiciera justicia, al fin, con una figura que se atrevi¨® a pensar la relaci¨®n Catalu?a-Espa?a en t¨¦rminos formalizados seg¨²n el nexo de los modos y la sustancia en la filosof¨ªa spinozista, tema ¨¦ste presente en la extraordinaria correspondencia entre Maragall y Unamuno, ejemplo vivo de un di¨¢logo tenso, dif¨ªcil, cordial, entra?able, marcado por afinidades diferencias, por encuentros y y desencuentros: di¨¢logo entre dos gigantes del pensamiento y de la l¨ªrica. Hoy, en que un saludable viento sur con se?uelo regeneracionista nos lleva a todos a revalorar nuestras propias tradiciones culturales y de pensamiento, deber¨ªa suscitar inter¨¦s uno de los escritores mas pre?ados de posibilidad latente para pensar en nuestras propias coordinadas hispanas ¨¦ticas, est¨¦ticas, metaf¨ªsicas.
Desplegar interpretativamente las semillas fecundas del pensamiento maragallano es lo que, modesta pero efectivamente, intent¨¦ llevar a cabo en un libro en el que, saltando por encima de la burda ex¨¦gesis positivista que se atiene a la letra sin esp¨ªritu, intent¨¦ llevar el pensamiento maragallano a sus propias ra¨ªces universales, que no son locales precisamente: di¨¢logo de alto vuelo de nuestro poeta con ideas y con s¨ªmbolos donde puede reconocerse, sin equ¨ªvoco, la figura de Goethe, de Novalis, de Spinoza, de Nietzsche y hasta de la m¨¢s genuina tradici¨®n neoplat¨®nica (eso que en mi libro llamo la herencia arcaica").
Cada generaci¨®n hace sus lecturas de los cl¨¢sicos y selecciona de ellos lo que puede convenir m¨¢s atinadamente con su propio modo de mirar y comprometer ling¨¹¨ªsticamente el mundo. Y en este sentido, mi lectura de Maragall es la lectura de alguien que tambi¨¦n se fue encontrando, por ley de afinidades electivas, con esas figuras universales, y que siempre ha reconocido como propia la apostilla maragallana de que "la luz viene del Norte". De un Norte fecundado por la terrenalidad comprometida, a la vez ¨¦tica y sensual, del Mediod¨ªa. Que el pensar mediterr¨¢neo pueda alzarse hasta lo tr¨¢gico, en asunci¨®n integradora de tierra y mundo es algo de lo cual el Cant espiritual o el Dimecres de cendre de Maragali, en general todo el periplo de sus ¨²ltimos cuatro a?os, atestigua hasta la saciedad. Que el pensamiento catal¨¢n puede ser af¨ªn con el pensar y el sentir tr¨¢gico, bien que de un modo diferenciado y original respecto a otros modos y maneras de orientarlo, as¨ª la propia de Unamuno, es algo que he intentado probar en dicho libro m¨ªo y, en general, en todos mis libros. Pues quienes hayan le¨ªdo ¨¦stos sabr¨¢n mi b¨²squeda, incoada de modo expl¨ªcito al comienzo de la d¨¦cada de los setenta, cuando publiqu¨¦ Drama e identidad, de un pensamiento tr¨¢gico que tendr¨ªa su coronaci¨®n en una ontolog¨ªa tr¨¢gica, tema ¨¦ste que ahora intento elaborar en detalle.
Mi indignaci¨®n, en todos mis libros, especialmente en t¨ªtulos como Tratado de la pasi¨®n o La memoria perdida de las cosas, apunta a la elaboraci¨®n de un logos tr¨¢gico y de una ontolog¨ªa tr¨¢gica. Ignore, desde luego, si este componente tr¨¢gico tiene o no ra¨ªces nacionales (e ignoro tambi¨¦n qu¨¦ extensi¨®n y comprehensi¨®n deber¨ªa darse al t¨¦rmino nacional cuando se habla de pensamiento). Desde luego, no las tiene si se banaliza de forma insultiva y mediocre sobre supuestas constantes ¨¦tnicas del pensamiento catal¨¢n, trivialidades t¨®picas que responden a veces a la m¨¢s, deprimente pereza e ignorancia intelectual. Basta estudiar con un poco de detenimiento el pensar po¨¦tico de Maragall, aparentemente tan pac¨ªfico, tan equilibrado, tan conforme con un mundo bueno y hermoso, tan optimista, tan esquivo respecto al mal y a lo siniestro, para comprender hasta qu¨¦ punto, en su orientaci¨®n m¨¢s profunda, en los movimientos internos de ese volc¨¢n, s¨®lo aparentemente dormido, el pensar catal¨¢n m¨¢s vivo hierve y se cincela en la tragedia individual, social y metaf¨ªsica, ?Hay, acaso, en la historia finisecular y novecentista ciudad m¨¢s tr¨¢gica que la ciudad de las bombas, ciudad de la semana tr¨¢gica, ciudad del perd¨®n, rosa de fuego que alberg¨® el mayor ¨ªndice de conflictividad social durante decenios de todas las ciudades europeas? Resulta indignante y repelente que alguien que se llama a s¨ª mismo fil¨®sofo, y que por apellido puede asegurarse que es catal¨¢n, rebaje hasta la caricatura ominosa el componente tr¨¢gico del pensamiento catal¨¢n m¨¢s vivo y m¨¢s audaz. Que ese componente no sea manifiesto es obvio. La desnudez monol¨ªtica de lo tr¨¢gico que soprendemos en Unamuno no la hallaremos nunca en un pensador o poeta mediterr¨¢neo. Pero la tragedia es tanto m¨¢s intensa cuanto m¨¢s oculta y volc¨¢nica irrumpe, como sucede en el Maragall de los ¨²ltimos a?os de su pensar y de su poetizar, en la ¨¦poca del Cant espiritual y de sus ¨²ltimos art¨ªculos escritos en castellano. Hora es ya de definir cr¨ªticamente indentidades de pensar y poetizar. Y sobre todo, hora es ya de olvidar cuantos residuos nos quedan de los t¨®picos m¨¢s manidos de nuestros infantiles manuales de Formaci¨®n del Esp¨ªritu Nacional.
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