La m¨¢xima novedad en el Coliseo
La visita de solistas instrumentales de primera l¨ªnea, como F¨¦lix Ayo y Joaqu¨ªn Ach¨²carro -entre los "de casa"-, o Jack Rothstein, P. Colostola y la joven pianista Babette Hierholzer, o vocales como Mery Willems, Anne Wilkens, o Harald Stamm, culmin¨® el lunes en Bilbao con la presencia extraordinaria de Mstislav Rostropovich, en una iniciativa de colaboraci¨®n con la Sociedad Filarm¨®nica que aplaudimos.Acaso la m¨¢xima novedad de esta velada singular en el Coliseo Albia no resida en la comprobaic¨®n directa del excelso arte interpretativo del violonchelista ruso, maestro que se encuentra ya "m¨¢s all¨¢ del bien y del mal". Ni siquiera en el goce compulsivo de su t¨¦cnica insuperable, de la permanente tensi¨®n emotiva de su discurso musical, de la profundidad y la belleza fulgurante de su Cant¨¢bile, de la infinita gradaci¨®n de su gama din¨¢mica, de la increible inmaterialidad de sus pianissimos, del magnetismo de su comunicatividad. No. Rostropovich se apunt¨® un tanto suplementario, el ¨²nico quiz¨¢ que no estaba previsto, proponiendo como director al frente de la orquesta bilba¨ªna a Hugh Wooff (1953), su jovenc¨ªsimo adjunto en la National Symphony de Washington. Cuando hubi¨¦ramos esperado al tradicional telonero de turno, result¨® que Wooff nos regal¨® una Cuarta de Brahms magn¨ªficamente bien planificada, due?o casi absoluto desde el primer momento del equilibrio entre el potencial expresivo y el rigor de la construcci¨®n formal, decisivo en esa obra maestra de la forma.
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