Anlopolog¨ªa y aborto
?rase una vez una mujer que viv¨ªa sola en Irahqkiah. Un hombre de Tauna que vio el humo de su chimenea se pregunt¨® qui¨¦n podr¨ªa ser, y fue a investigar. Nada m¨¢s llegar enmudeci¨® de temor al comprobar que la mujer viv¨ªa sola y su cuerpo estaba cubierto de llagas. Ella, por el contrario, se enamor¨® del visitante, y le implor¨® que no la abandonase. El visitante intent¨® varios subterfugios para desembarazarse de la mujer, pero ella, de todas formas, le sigui¨®. A la vuelta, en su pueblo, temblando de miedo, pidi¨® consejo a un anciano de su clan. El anciano observ¨® a la mujer y encontr¨® que no ten¨ªa abertura vaginal, tom¨® una piedra y, con ella, rasgando, le hizo una.Copiosa cantidad de sangre se desparram¨®, formando dos de los arroyos m¨¢s caudalosos de la regi¨®n. Tambi¨¦n, acompa?ando a la sangre, brotaron gran cantidad de marsupiales y roedores. Se dice que la piedra todav¨ªa est¨¢ dentro de la vagina, dando origen a una inagotable fuente de sangre.
Estoy convencido de que el mito (tomado de Newman y Boyd) awa -sociedad que habita Nueva Guinea- relatado, dadas sus connotaciones y denotaciones, ofrece una textura repudiable, y en consecuencia rechazable, para y por los sectores sociales de Occidente que manifiestan firmemente sus posturas antiabortistas. Sin embargo, el mito se sit¨²a en las ant¨ªpodas de los planteamientos pro aborto, pero su estructura muestra justamente lo contrario: el poder (?ilimitado?) de procreaci¨®n femenino. No se trata aqu¨ª de exponer las razones f¨¢cilmente adivinables que se utilizar¨ªan para rechazar el mito y con ello el modelo de sociedad awa. B¨¢stenos con se?alar la contradicci¨®n.
Las maneras que tienen los yanomam? para controlar la natalidad provocar¨ªan, en general, un rechazo mucho m¨¢s abierto y expl¨ªcito. Una mujer embarazada solicita de un amigo (Fisher no nos dice si, el amigo es var¨®n o hembra) que salte sobre su est¨®mago hasta que el feto sea abortado. Uno y otro ejemplo pudieran ser los dos polos de una l¨ªnea de gran recorrido y m¨²ltiples variantes.
Analizar cient¨ªfica y antropol¨®gicamente el aborto supone la necesidad de un trato exquisito.
El aborto es tema l¨ªmite de los estudios sobre sexualidad, y la problematizaci¨®n que ¨¦stos encierran es palpable. Kinsey no era un antrop¨®logo, pero s¨ª, como todo el mundo sabe, un investigador del comportamiento sexual humano. En todo momento fue muy consciente de las dificultades que tendr¨ªa que arrostrar para investigar primero y redactar despu¨¦s su conocido informe. Su empe?o vio la luz despu¨¦s de un largo proceso de
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Antropolog¨ªa y aborto
Viene de la p¨¢gina 9obst¨¢culos e impedimentos. Muchos sudores debieron desprenderse del autor hasta que por fin aparecieron, acabada la segunda guerra mundial, su Sexual behavior in the human male y su Sexual behavior in the human, female. El primero es de 1948, el segundo de 1953. En ambos estudios el aborto resulta marginado (con posterioridad se interesar¨ªa por el tema), pero, con el debido reconocimiento, hay que indicar que ya era un hito hablar del comportamiento sexual en aquellos tiempos. Apurando al m¨¢ximo, hablar del aborto en plena ¨¦poca del baby boom hubiese sido una contradicci¨®n en sus propios t¨¦rminos.
Kinsey pensaba que el tratamiento que se daba al estudio del comportamiento sexual era mucho menos racional que el tratamiento que se daba a cualquier otro tipo de estudios. Para Kinsey, la pedagog¨ªa sexual del Estado consiste en regular y controlar el comportamiento de las personas en el ¨¢mbito de sus vidas privadas, lo que desde luego no se puede justificar en t¨¦rminos de inter¨¦s p¨²blico. La subrogaci¨®n y superimposici¨®n estatal eran la resultante, por un lado, de la excesiva importancia emocional que depara todo lo relacionado con el sexo y, por otro, respond¨ªa a esa composici¨®n y mezcla que se forma en las cabezas de las gentes, donde las apreciaciones religiosas, las costumbres sociales, el ritual de conducta y el sexo se confunden.
El predominio de lo f¨ªsico sobre lo cultural ha llevado a la instituci¨®n m¨¦dica a enfatizar su modelo hasta el punto de hegemonizar sus posturas en detrimento de todas las dem¨¢s. Pero en materia de concepciones y abortos no s¨®lo es el m¨¦dico quien tiene opini¨®n que ofrecer: antrop¨®logos, dem¨®grafos, soci¨®logos, expertos en sanidad p¨²blica, higienistas, planificadores de salud, etc¨¦tera, tambi¨¦n tienen que expresar, y deber¨ªan hacerlo, sus opiniones.
El subsistema antropol¨®gico, al igual que el subsistema m¨¦dico, est¨¢ fuertemente imbricado, y tambi¨¦n es reflejo fiel de la tecnoestructura del sistema societario. Por lo dem¨¢s, en la investigaci¨®n antropol¨®gica la convenci¨®n ha sido norma y el criterio independiente excepci¨®n. En el plano m¨¢s concreto de la investigaci¨®n antropol¨®gica de las conductas sexuales, el antrop¨®logo trasladaba a sus ex¨®ticos estudios la visi¨®n etnoc¨¦ntricamente puritana que imperaba y que hab¨ªa asimilado dentro de las propias fronteras de su sociedad de origen. El puritanismo etnoc¨¦ntrico conduce al puritanismo investigativo.
No olvidemos que los primeros antrop¨®logos eran misioneros. Tambi¨¦n es obvio que silenciando o ridiculizando conductas sexuales ajenas se propici¨® el desinter¨¦s de la investigaci¨®n antropol¨®gica en esa direcci¨®n. As¨ª las cosas, el aborto antropol¨®gicamente entendido, m¨¢s que abandonado, ha sido inexplorado. Podr¨ªa decirse que ha sido doblemente silenciado, al considerarse el tab¨² de los tab¨²es.
No es sorprendente, pues, que incluso antrop¨®logos interesados en la conducta sexual primitiva, como Malinowski o Van Gennep, pasaran de largo del tema. Cuando aparece por primera vez la obra de Devereux ya vemos c¨®mo el autor se lamenta de la precariedad con que se mueve: ausencia, insuficiencia o fragmentaci¨®n de datos.
Van Gennep, conocedor de la evidencia etnogr¨¢fica del aborto, conocedor de la dificultad te¨®rico-epistemol¨®gica, conocedor, en suma, de la imposibilidad de incluir por convenci¨®n, dentro de sus categor¨ªas, el aborto, opta por concederle de hecho el estatuto inclasificable, pleg¨¢ndose con ello a la m¨¢s estricta y puritana tradici¨®n antropol¨®gica. De esta forma se confirman por lo menos dos pretensiones o intenciones ajustadas a la convenci¨®n. Una, inclasificar para negar. Otra, se?alar el peligro que acecha a la persona que decide clasificar lo tradicionalmente inclasificable. En ¨²ltima instancia, este doble criterio responde firmemente al expreso conocimiento de la imposibilidad de controlar en su totalidad la realidad sociocultural, de tal forma que se est¨¢ bajo control o se est¨¢ en peligro.
Parece que el manuscrito m¨¢s antiguo, que se remonta a m¨¢s de 4.000 a?os y recoge m¨¦todos y formas de abortar, es un manuscrito chino. Desde entonces, numerosos c¨®digos o normas conductuales escrituralmente recogidas han visto la luz. En Fiji, el aborto se consent¨ªa y era practicado por las mujeres que ocupaban el estrato social m¨¢s elevado; en especial cuando los padres pertenec¨ªan a los estratos inferiores. Parad¨®jicamente el n¨²mero de abortos aument¨® cuando los misioneros decidieron expulsar de la Iglesia a todas las mujeres cristianizadas que tuviesen relaciones antes o fuera del matrimonio. Las nativas, para no caer en desgracia y evitar la expulsi¨®n, optaban por destruir la evidencia de su relaci¨®n.
Para los sedang moi, s¨®lo se es humano despu¨¦s de haber sido amamantado por primera vez. Antes de nacer, e incluso antes de la primera toma, se es "como una pieza de madera". El contexto cultural permite abortar cuando el padre est¨¢ relacionado con la potencial madre por estrechos lazos de parentesco, produci¨¦ndose de hecho una relaci¨®n incestuosa.
Los nukuoro, habitantes de Samoa, siguieron una pol¨ªtica de aborto masivo cuando muri¨®, nada m¨¢s nacer, el hijo de la reina Kauna, quien primeramente hab¨ªa ordenado la matanza de todos los ni?os, para que la poblaci¨®n nukuoro compartiera su aflicci¨®n.
Los matacos del Chaco boliviano-argentino abortaban el primer feto para facilitar los partos siguientes. Entre los pima de Arizona, cuando la mujer resulta embarazada por un hombre blanco se la induce a abortar. En esta sociedad, cuando muere el marido se destruye toda su propiedad: por esta raz¨®n, las mujeres, temiendo quedarse viudas con muchos hijos, recurren al aborto. Las mujeres cunas abortaban cuando eran embarazadas por extranjeros, salvo que se tratase de franceses, en cuyo caso mataban al padre y conservaban al hijo.
Los pueblos de la zona de los grandes lagos africanos practican el aborto cuando se casa a la mujer a la fuerza. La desposada evita tener hijos en previsi¨®n de un posible divorcio. La achewa de Nyasalandia (Malawi) aborta lo concebido ad¨²lteramente, ya que su nacimiento ser¨ªa causa de desgracia para la comunidad.
Estos ejemplos son claramente ilustrativos de las distintas motivaciones que llevan a la pr¨¢ctica del aborto: econ¨®micas, sociales, pol¨ªticas, terap¨¦uticas, etc¨¦tera. No muy distintas, como se puede comprobar, a las motivaciones energizantes de la sociedad industrial occidental.
es doctor en Atropolog¨ªa por la New School for Social Research de Nueva York.
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