Las colas que nunca acaban
ENVIADO ESPECIAL La imagen de Wimbledon est¨¢ ¨ªntimamente ligada a largas colas de pacientes ciudadanos ingleses. Desde que se inicia el recorrido hacia Wimbledon hasta que se llega al asiento de la pista central, decenas de minutos se pasan en largas e interminables colas. Hay que tener paciencia desde el momento en que se va a comprar el billete del metro, el mejor y m¨¢s r¨¢pido transporte hacia Wimbledon. Cola ante la taquilla y cola ante el revisor que pica el billete. Una vez se llega a la estaci¨®n del pueblo, hay que dirigirse r¨¢pidamente a la cola de los autobuses o a la de los taxis el servicio m¨¢s c¨®modo para llegar al club. Las charlas du rante estos momentos son ani madas y alegres. Nadie tiene prisa.
La siguiente cola es para en trar en el All England Club Como que muchos espectadores llegan antes de las doce a las instalaciones y es norma tradicional que las puertas no se abran hasta el mediod¨ªa, se forma otra cola que alcanza unos 300 metros de longitud Ya en el interior, hay que guardar otra cola hasta que el portero de cada una de las entradas a las gradas da la se?al de que los jugadores est¨¢n en el descanso entre juegos y no se les molesta. Comprar fresas, helados, bocadillos, telefonear, enviar un t¨¦lex, son acciones que precisan tambi¨¦n de paciencia.
Pero a¨²n queda una sorpresa a la salida de las instalaciones. Una treintena de adeptos a las colas, devoran las ¨²ltimas noticias sobre el pr¨®ximo cumplea?os de Lady Di en los diarios amarillos londinenses tumbados en un as c¨®modas tumbonas y rodeados de mantas, termos y m¨²sica.
Los revendedores de entradas, por su parte, han agudizado el ingenio y este a?o han montado un nuevo sistema de operaciones. Tras entrar en contacto con el cliente, el revendedor se dirige a un tercer individuo, que ha instalado su oficina en alguno de los aparcamientos cercanos a Wimbledon. Este sistema evita que el revendedor sea detenido por la polic¨ªa con todas las entradas que le quedan en el bolsillo.
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