El ojo del testigo
Hasta ese instante, sobre las guerreras de los generales norteamericanos s¨®lo reluc¨ªan los pasadores que hablan de sus victorias, de sus batallas. Estaban ellos muy orondos, muy tiesos, erguidos frente al mundo con la arrogancia que les concede haberse situado entre los primeros en el reparto de chatarra. Y nosotros, habituados como nos encontramos al orgullo del yanqui que paga y manda, ya ni siquiera nos pregunt¨¢bamos, sentados ante el televisor, cu¨¢ntos cad¨¢veres se amontonan detr¨¢s de tanta condecoraci¨®n, cu¨¢ntos pueblos humillados o, simplemente, vencidos, se alinean bajo tanta chapita de colores.Y entonces ocurri¨®. Un hombre joven, barbado y melenudo, el diputado verde Frank Schwalba, se abalanz¨® sobre el general Williams, comandante del V Cuerpo norteamericano, y empap¨® la chaqueta de su uniforme con algo rojo y l¨ªquido, algo que la voz en off dijo que era su propia sangre.
Sobreviene lo m¨¢gico cuando una imagen, de golpe, empieza a convertirse en veh¨ªculo de lo real: uno se pone alerta, como si el temblor imperceptible del hombre que maneja la c¨¢mara se nos contagiara simult¨¢neamente. Sobra la voz del locutor que nos avisa de la importancia de lo que vamos a ver. Nos bastan la tensi¨®n que adivinamos detr¨¢s del ojo que nos representa, el desconcierto en los enfoques, los desordenados barridos, la ansiedad repentina que adivinamos de pronto en ese testigo a menudo distra¨ªdo, casi siempre impasible, que luego viene a casa a contarnos rutinas.
Centr oam¨¦rica, Vietnam, Wounded Knee y tantas otras llagas en el mapa estuvieron all¨ª, en esa pechera manchada por la memoria y el desd¨¦n de los que est¨¢n debajo, y enfocada en primer¨ªsimo plano por el voyeur comisionado para narr¨¢rnoslo.
Anteanoche, esa imagen de la soberbia abofeteada surgi¨® del telediario como un p¨¢jaro; lo parti¨® en dos y resulta dif¨ªcil recordar qu¨¦ vimos antes y qu¨¦ vimos despu¨¦s. No era un milagro: era s¨®lo televisi¨®n. La televisi¨®n pura que casi nunca nos llega porque, en vez de agrandamos la mirada, tiene la fea costumbre de interponeherse entre la vida y nosotros para darnos su red de telara?as.
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