Tambi¨¦n Paquirri quiere resucitar
Se le ve¨ªa a Paquirri mohino, como ajeno al oficio. La afici¨®n comentaba: Paquirri est¨¢ triste, ?qu¨¦ le pasar¨¢ a Paquirri?. Era que no era ¨¦l, y ni banderilleaba, ni daba largas cambiadas de rodillas, ni nada. Pasaba de inc¨®gnito por las ferias, y los m¨¢s impacientes ya le encargaban funerales como figura del toreo. Pero Paquirri, diestro forzudo y entusiasta de suyo, no quiere rendir viaje y, seguramente arrepentido de su absentismo laboral, prepara la resurrecci¨®n.La empez¨® ayer, ante un gent¨ªo que abarrotaba el coso de San Sebasti¨¢n de los Reyes. En la sardina gacho-mocha que abri¨® plaza estuvo ap¨¢tico pero en la cuarta dio la larga cambiada de rodillas famosa y todos los pases que hab¨ªa dejado de dar a lo largo de la temporada. Decidido a recuperar el tiempo perdido, no paraba de pegar derechazos y naturales. Tampoco paraba de embestir el toro, que era encastado y pastue?o, un asombro de codicia, suavidad y nobleza.
Plaza de San Sebasti¨¢n de los Reyes
30 de agosto. Cuarta de feria.Toros de Matias Bernardos, chicos; tres descaradamente desmochados e inv¨¢lidos, tres con casta. Paquirri, pitos y dos orejas. Luis Francisco Espl¨¢, palmas y ovaci¨®n con salida al tercio. Morenito de Maracay, oreja y oreja.
La contrici¨®n de Paquirri no ten¨ªa fin y es evidente que se encontraba a gusto ejerci¨¦ndola, pues en muchos de sus pasajes toreaba con mando, con temple e incluso con sutiles rasgos de finura que, aunque remotos, invitaban a glorificar la resurrecci¨®n con aleluyas. Naturalmente, no exclu¨ªan arrebatos, como aceleraciones del ritmo muleteril y rodillazos fren¨¦ticos, pero se acog¨ªan con gozo, pues ese es Paquirri, el que era; precisamente el que las enfervor¨ªzadas gentes del lugar hab¨ªan acudido a ver.
Aficionados, en cambio, dernandaban l¨ªdia, y su pretensi¨®n era vana: nada hab¨ªa que lidiar. Los primeros toros rodaban por la arena; Espl¨¢ no pod¨ªa ni mirar al suyo pues se le ca¨ªa patas arriba, y cuando se derrumb¨® el de Morenito, el grader¨ªo decidi¨® amotinarse. Los responsables del esc¨¢ndalo debieron temblar ante la actitud levantisca del p¨²blico, pues el presidente se apresur¨® a sustituir al inv¨¢lido, a rezar cuanto sab¨ªa la empresa, y la corte celestial, conmovida por la oraci¨®n, obr¨® el milagro de que el resto del ganado apareciera discretetamente enterizo.
S¨ª, embest¨ªan los siguientes toros, ante el general asombro. El quinto hasta con bronquedad, quiz¨¢ porque le picaron poco. Espl¨¢ entendi¨® muy bien a este toro, lo mulete¨® a las distancias precisas en los terrenos id¨®neos. En cambio le falt¨® inspiraci¨®n, y como la aspereza de la embestida no daba lugar a florituras, la faena transcurri¨® sin brillantez. Espl¨¢ estuvo, como siempre, muy torero, bien colocado, t¨¦cnicamente irreprochable, aunque fr¨ªo. Con las banderillas reuni¨® mal y prendi¨® peor. En realidad ninguno de los tres espadas se mostr¨® virtuoso del garapullo.
A Morenito le correspondieron dos toros de excepcional boyant¨ªa y era evidente que se esforzaba en torearlos al dictado de los c¨¢nones, esmerando la pulcritud de estilo. Lo consegu¨ªa pocas veces, pero se le agradec¨ªa la intenci¨®n. Suya fue la estocada de la tarde, la ¨²ltima, al ¨²ltimo, que le vali¨® para empatar en trofeos con Paquirri. No para disputarle el triunfo, desde luego, pues Paquirri conservaba intacto el entusiasino que suscit¨® su faena, el calor popular, reportaje, novela. Fuera de la plaza hab¨ªa a¨²n m¨¢s gente que dentro para verle salir. A este hombre le va a ser f¨¢cil resucitar del todo (no como otros ...), lo cual alegrar¨¢ muchos corazones. Y si adem¨¢s decide quitarse de las banderillas con la misma determinaci¨®n que quien se quita del tabaco, la afici¨®n derramar¨¢ l¨¢grimas como garbanzos. De alegr¨ªa, por supuesto.
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