Encadenados en las tripas del miedo
Hace unas semanas, en estas mismas p¨¢ginas, comentamos algunos aspectos del probablemente m¨¢s terror¨ªfico filme de Alfred Hitchcock, Psicosis, y all¨ª salieron a relucir algunas de las interioridades de la maquinaria intimidatoria de este admirable, cineasta. De entre estas interioridades, recordemos una que es la clave que permite al espectador sumergirse a fondo en otra de sus m¨¢s grandes obras, Encadenados, realizada en 1946, que la televisi¨®n emite hoy.Los grandes filmes de Hitchcock, entre ellos Encadenados, son peque?os mundos cerrados sobre s¨ª mismos, perfectos como esferas, en cuya l¨®gica -una sorprendente racionalidad que Hitchcock descubre bajo la tela de ara?a de los fen¨®menos m¨¢s irracionales- hay que penetrar y fundirse si se quieren entender plenamente, y esto no es f¨¢cil siempre, las esquinas y las pautas de 'comportamiento de sus pobladores. Esta perfecci¨®n geom¨¦trica de los relatos de Hitchcock se percibe sobre todo en el hecho de que es posible, si saben buscarse, encontrar en ellos ciertas leyes gravitatorias muy sutiles, que gobiernan la oscura interioridad del relato, haci¨¦ndola luminosa e inteligible.
?NGEL FERN?NDEZ-SANTOS
G.-D.,
La fascinaci¨®n del objeto
A prop¨®sito de Psicosis advertimos que todo el filme discurre alrededor de las im¨¢genes de dos objetos: la alcachofa de una ducha y un enorme cuchillo. Ambas im¨¢genes, de singular fuerza magn¨¦tica y terror¨ªfica, ordenan alrededor de su inquietante influjo visual todas las escenas y secuencias, y se convierten una especie de objetos gravitacionales, pues todo el relato gira alrededor de ellos, de su influjo enrarecido y maligno. Pero la existencia de tales objetos no es un hecho aislado en este filme, sino una constante de la obra toda del cineasta, ingl¨¦s. Y es posible rastrear sus innumerables huellas.
Unas l¨ªneas paralelas, un vaso de leche, una navaja barbera y un rev¨®lver jalonan el desarrollo de Recuerda; un dedo cortado es el eje de 39 escalones; en la imagen de un anillo puede cerrarse sobre s¨ª mismo el c¨ªrculo de La sombra de una duda; todo ?Qu¨¦ fue de Harry? gira alrededor de un cad¨¢ver que se niega a desaparecer; Enviado especial resume toda su rocambolesca intriga en un molino de viento cuyas aspas se mueven contra el viento; otra vez un vaso de leche singularmente luminoso -incluso llevaba un foco dentro para hacerlo m¨¢s due?o de la escena- sella el Juego macabro e indirecto de Sospecha; la boca abierta de un horno es el fetiche que hace de Cortina rasgada un relato coherente; no hay manera de entender el infernal juego de Extra?os en un tren sin la presencia de un mechero y un tiovivo; La ventana indiscreta transcurre a trav¨¦s de las presencias sucesivas de un anillo de bodas, unos prism¨¢ticos, un flash de c¨¢mara fotogr¨¢fica y una pierna escayolada; todo el n¨²cleo del desenlace de El hombre que sab¨ªa demasiado radica en los timbales y platillos de una orquesta; el pelo y las ropas de una mujer son la columna vertebral de V¨¦rtigo.
Y as¨ª en todos los filmes de este inabarcable fabulador. Encadenados no es una excepci¨®n a esta regla, sino su m¨¢s exacta y exhaustiva demostraci¨®n. La compleja trama del filme, en la que se interfieren varios y graves ¨¢ngulos de contemplaci¨®n -una casi convencional tramoya de esp¨ªas, un profundo y dur¨ªsimo ap¨®logo moral sobre la inocencia y la culpa, una desalmada historia de amor y otra m¨¢s desalmada historia de desamor- ser¨ªa literalmente desmembrada sin las sucesivas presencias gravitacionales de una, perturbadora, serie de objetos: un vaso de bebida alcoh¨®lica en la secuencia inicial; el llav¨ªn de una bodega combinado con una caja de botellas de champa?a, en las grandes secuencias de iniciaci¨®n en la intriga; una botella de vino rellena con mineral de uranio, en el giro de la acci¨®n hacia el desenlace; y, ya en ¨¦ste, la obsesiva presencia de unas de tazas de caf¨¦.
Un tel¨¦fono y una llave
Merece la pena detenerse en la contemplaci¨®n de dos -entre muchas- secuencias de excepcional perfecci¨®n y potencia en Encadenados. Por ejemplo, la escena de amor, de erotismo tan intenso que fue reducida por la censura franquista a la tercera parta de la duraci¨®n original, entre Cary Grant e Ingrid Bergman en el apartamento de esta. Mientras Grant habla por tel¨¦fono, los amantes se besan una y otra vez, al tiempo que sus besos son continuamente interrumpidos por la conversaci¨®n telef¨®nica de Grant con sus superiores, que le comunican que Bergman ha de casarse inmediatamente con otro hombre. Toda la brutal, y por indirecta m¨¢s brutal a¨²n, escena de amor y rechazo gira sobre dos objetos. el auricular del tel¨¦fono y una botella de vino que Grant ha tra¨ªdo en la mano para la cena, hasta el punto de que la violenta mutaci¨®n de la conducta amorosa de Grant est¨¢ materilizada en ambos objetos. Sin ellos, el car¨¢cter cruel e indirecto de su comportamiento ser¨ªa inimaginable.
La otra escena es la tensa, sutil y emocionante manera que Ingrid Berginan tiene de sustraer del llavero de su marido -ese pat¨¦tico personaje de Alex Sebasti¨¢n, interpretado por el inmenso actor que fue Claude Rains- el llav¨ªn de la bodega. Esta escena es, sin aparatosos miedos, sin griter¨ªo, sin ret¨®rica alguna, la quinta esencia del llamado suspense de Hitchcock, pero, al mismo tiempo que un prodigioso jugueteo del cineasta con las emociones del espectador, es un reflejo repentino y agudo como un rayo del desarreglo ¨¦tico en que el personaje de la mujer est¨¢ sumergido. Un simple llav¨ªn materializa todo el desgarro interior de una Ingrid Bergman que resuelve la dificil¨ªsima escena en estado de gracia.
Como dijimos a prop¨®sito de Psicosis esa cadena de objetos, de anzuelos Visuales aparentemente inertes, es en realidad el bistur¨ª con que Hitchcock taladra nuestro cerebro, en busca de las ra¨ªces de las emociones y asociaciones de im¨¢genes primordiales, dentro de las que se agazapa el miedo humano,la cautela, la precauci¨®n, todo ese' conjunto de respuestas interiores, casi de orden gen¨¦tico que guardamos oscuramente bajo la memoria para afrontar la presencia fuera de nosotros de nuestras propias pesadillas.
En este sentido, y porque en este filme Hitchcock (la una lecci¨®n de comedimiento formal, de mesura, de dominio absoluto de las zonas intermedias del relato, sin caer nunca en las facilidades del subrayado ni en la eficacia fa cil de lo abracadabrante, Encadenados es una de las pel¨ªculas . m¨¢s perfectas que sali¨® de su ferfil e ins¨®lita imaginaci¨®n.Es m¨¢s que una apasionante intriga, m¨¢s que un brillant¨ªsimo juego emocional, m¨¢s que una tensa caja de sorpresas, donde cada aceleraci¨®n es un m¨¢s dif¨ªcil todav¨ªa.,
Encadenados es todo eso y mucho m¨¢s que eso: un monumento del cine er¨®tico y, sobre todo, la m¨¢s pesimista -y la dureza y amargura del cineasta ingl¨¦s en este movedizo- terreno es proverlbial- de las visiones de Hitchcock sobre la relaci¨®n entre una mujer y un hombre. El famoso happy end -el rescate de Grant a Bergman de la boca de los lobos- de Encadenados est¨¢ montado sobre un atroz y fr¨ªo crimen, que hace de estas dos supuestas v¨ªctimas dos retorcidos verdugos. Entre el amor y el asesinato media tan solo la vuelta de una llave, o, en el lenguaje de Henry James, el m¨¢s directo progenitor de Hitchcock, la otra vuelta a un tornillo.
Encadenados se emite hoy a las 21.40 por la primera cadena.
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