?Qu¨¦ son hoy los medios de comunicaci¨®n de masas?
Los v¨ªnculos entre distintos medios de comunicaci¨®n de masas se van haciendo cada vez m¨¢s? estrechos. No son ya suficientes las antiguas teor¨ªas para entender d¨®nde est¨¢n, c¨®mo funcionan, qui¨¦n los maneja, qui¨¦n los sufre. Es un escenario completamente nuevo. Tratemos de describirlo.Hace poco tiempo, la televisi¨®n italiana emiti¨® una reposici¨®n de un filme cl¨¢sico que todos record¨¢bamos con admiraci¨®n, efecto y respeto: me refiero a 2001, una odisea del espacio, de Stanley Kubrick. He preguntado a muchos de mis amigos tras la emisi¨®n, y la opini¨®n ha sido un¨¢nime: estaban desilusionados.
Esta pel¨ªcula, que nos sorprendi¨® no hace muchos a?os por sus extraordinarias novedades t¨¦cnicas y figurativas, por su aureola metaf¨ªsica, nos ha parecido como la repetici¨®n cansina de cosas que ya hab¨ªamos visto cientos de veces. La tragedia del ordenador paranoico conserva todav¨ªa el ingrediente de una tensi¨®n muy conseguida, aunque ya no nos parece algo fuera de lo com¨²n; la escena inicial de los simios es todav¨ªa buena, pero las astronaves no aerodin¨¢micas pertenecen ya al ba¨²l de los juguetes de nuestros hijos, que ya se han hecho hombres, de pl¨¢stico (las astronaves, claro, no los hijos); las secuencias finales son una serie de im¨¢genes seudofilos¨®ficas, en las que cada cual puede encontrar las alegor¨ªas que le plazcan; el resto es s¨®lo discogr¨¢fico, m¨²sica y cubierta del disco.
Y sin embargo, Kubrick nos hab¨ªa parecido un innovador genial. Pero esta es la cuesti¨®n: los medios de comunicaci¨®n de masas son geneal¨®gicos y no poseen memoria, pese a que estas dos caracter¨ªsticas deber¨ªan ser de hecho compatibles. Son geneal¨®gicos porque en ellos toda nueva invenci¨®n produce imitaciones ,en cadena, provoca una especie de lenguaje com¨²n. No poseen memoria porque, al producirse la cadena de imitaciones, ya nadie puede recordar qui¨¦n empez¨® y se confunden con facilidad los or¨ªgenes con el ¨²ltimo de los nietos. Adem¨¢s, los medios de comunicaci¨®n aprenden, y as¨ª las astronaves de La guerra de las galaxias, que nacen descaradamente de las de Kubrick, son mucho m¨¢s complejas y ver¨ªdicas que las primitivas, hasta tal punto que estas ¨²ltimas se dir¨ªan una mera imitaci¨®n de aqu¨¦llas.
?Y las artes tradicionales?
Ser¨ªa muy interesante averiguar por qu¨¦ no sucede lo mismo con las artes tradicionales, por qu¨¦ todav¨ªa somos capaces de darnos cuenta de que Caravaggio es mejor que sus seguidores y que Invernizio no se confunde con Balzac. Se podr¨ªa decir que en los medios de comunicaci¨®n de masas no prevalece la inventiva, sino la realizaci¨®n t¨¦cnica, y la invenci¨®n t¨¦cnica es imitable y perfeccionable. Pero no todo es as¨ª. Por ejemplo, Hammet, de Wenders, es t¨¦cnicamente mucho m¨¢s perfecto que el viejo filme de John Huston El halc¨®n malt¨¦s, y sin embargo vemos el primero s¨®lo con inter¨¦s y el segundo con religiosidad. Tambi¨¦n entran en juego las expectativas del p¨²blico, nosotros. Cuando Wenders sea viejo, como Huston, ?lo veremos quiz¨¢ con la misma emoci¨®n? No me encuentro capaz de afrontar aqu¨ª tantas y tan formidables cuestiones. Pero me parece que en El halc¨®n malt¨¦s encontraremos siempre una cierta ingenuidad que ya se ha perdido en Wenders. La pel¨ªcula de este ¨²ltimo se mueve ya -a diferencia de El halc¨®n- en un universo en el que no s¨®lo ha cambiado la relaci¨®n entre los medios de comunicaci¨®n de masas, sino tambi¨¦n la relaci¨®n entre estos medios y el arte serio. El halc¨®n es ingenuo porque inventa sin poseer relaciones directas y conscientes con las artes figurativas o la literatura seria, mientras que el filme de Wenders se mueve ya en un universo en el que estas relaciones se han, establecido inevitablemente, en el que es dif¨ªcil afirmar que los Beatles son algo extra?o a la gran tradici¨®n musical de Occidente, y en el que los tebeos entran en los museos a trav¨¦s del pop art, pero tambi¨¦n el arte de los museos entra en los tebeos a trav¨¦s de la cultura, nada ingenua, de los diferentes Crepax, Pratt, Moebius o Drouillet. Y los j¨®venes van durante dos tardes consecutivas a api?arse en un estadio, con la salvedad de que un d¨ªa act¨²an los Bee Gees y el otro John Cage o un concertista de Satie; otra de las tardes acud¨ªan (por desgracia ya no lo podr¨¢n hacer) a escuchar a Cathy Berberian, que cantaba cosas de Monteverdi, Offenbach y de los Beatles, todo junto, pero las piezas de estos ¨²ltimos interpretadas al estilo de Purcell; sin ,embargo, la Berberian no a?ad¨ªa a la m¨²sica de los Beatles nada que no poseyese ya la propia m¨²sica, y s¨®lo en parte, sin saberlo y sin quererlo.
Las distancias se acortan
Nuestra relaci¨®n con los productos de masa y con los productos del arte serio ha cambiado. Las diferencias han disminuido o han desaparecido, pero con las diferencias se han deformado las relaciones temporales, las l¨ªneas de filiaci¨®n, los antes y los despu¨¦s. El fil¨®logo se da cuenta todav¨ªa; el usuario com¨²n y corriente, no. Hemos conseguido lo que la cultura ilustrada e ilustrante de los a?os sesenta pretend¨ªa: que no hubiera, por un lado, productos para masas ilotas, y por otro, productos dif¨ªciles para un p¨²blico culto de paladar exquisito. Las distancias han menguado y la cr¨ªtica est¨¢ perpleja. La cr¨ªtica tradicional lamenta que las nuevas t¨¦cnicas de investigaci¨®n analicen con el mismo rigor a Manzoni y al Pato Donald, sin conseguir distinguirlos ya (contra toda evidencia publicada), sin darse cuenta (por falta de atenci¨®n) de que esto mismo ocurre con las artes hoy d¨ªa cuando se intenta borrar esta distinci¨®n.
As¨ª como as¨ª, para empezar, una persona de poca cultura puede leer hoy a Manzoni (que luego lo entienda es otro asunto) y ser incapaz de hacer lo mismo con los tebeos de Metal Hurlant (que en ocasiones son herm¨¦ticos, presuntuosos y aburridos, como bien sab¨ªan serlo los malos experimentadores del happy few de las d¨¦cadas precedentes). Esto nos indica que cuando se producen .semejantes cambios de perspectiva no se puede decir si las cosas van peor o mejor: s¨®lo que han cambiado, e incluso los juicios de valor tendr¨¢n que atenerse a distintos par¨¢metros.
Lo interesante es que, por instinto, estas cosas las saben mejor los ni?os de EGB que cualquier catedr¨¢tico septuagenario (me refiero a la edad de las arterias, no necesariamente a la anagr¨¢fica). El profesor de ense?anza media (o incluso de ense?anza superior) est¨¢ convencido de que el muchacho no estudia porque lee Diabolik, y quiz¨¢ el chico no lo hace porque lee (adem¨¢s de Diabolik y a Moebius -y entre ambos media la misma distancia que existe entre Sanantonio y Robbe Grillet-) Siddharta, de Hesse, pero como si fuera una glosa al libro de Pirsig sobre el Zen y el arte de la manutenci¨®n de la motocicleta. Est¨¢ claro que, llegados a este punto, la escuela primaria tambi¨¦n tendr¨¢ que revisar sus manuales (si alguna vez los tuvo) sobre saber leer y sobre lo que es o no es poes¨ªa.
La escuela (y la sociedad, no s¨®lo los j¨®venes) tiene que aprender a facilitar nuevas instrucciones sobre c¨®mo reaccionar ante los medios de comunicaci¨®n de masas. Todo lo que se dijo en los a?os sesenta y setenta ya ha sido reexaminado. Entonces todos ¨¦ramos v¨ªctimas (quiz¨¢ justamente) de un modelo de los medios de comunicaci¨®n de masas que era copia M de las relaciones de poder: un emisor centralizado, con planes pol¨ªticos y pedag¨®gicos precisos, controlado por el poder (econ¨®mico o pol¨ªtico); los mensajes, emitidos a trav¨¦s de canales tecnol¨®gicos reconocibles (ondas, canales, hilos, aparatos precisos, como las pantallas cinematogr¨¢ficas o televisivas, un aparato de radio, una p¨¢gina de rotograbado) y los destinatarios, v¨ªctimas del adoctrinamiento ideol¨®gico. Bastaba con ense?ar a los destinatarios a leer los mensajes, a criticarlos, quiz¨¢ se hubiera llegado a la era de la libertad intelectual, del conocimiento cr¨ªtico... Fue tambi¨¦n el sue?o de 1968.
?D¨®nde est¨¢ el medio?
Hoy d¨ªa ya sabemos lo que son la radio y la televisi¨®n. Una pluralidad incontrolable de mensajes que cada cual utiliza para compon¨¦rselos a su gusto con el mando a distancia del televisor. No habr¨¢ aumentado, la libertad del usuario, pero, es cierto, cambia el modo de ense?arle a que sea libre y controlado. Y por lo dem¨¢s, se han abierto dos nuevos fen¨®menos, la multiplicaci¨®n de los medios de comunicaci¨®n de masas y los medios de comunicaci¨®n de masas al cuadrado.
?Qu¨¦ es hoy d¨ªa un medio de masas? ?Una transmisi¨®n televisiva? Tambi¨¦n eso, desde luego, pero tratemos de imaginar una situaci¨®n no imaginaria. Una empresa produce camisetas con una determinada etiqueta y las comercializa (fen¨®meno tradicional). Una generaci¨®n empieza a llevar las camisetas. Cada usuario de la camiseta de publicidad, gracias a la etiqueta que luce sobre el pecho, a esa prenda (del mismo modo que, por otra parte, cada uno de los poseedores de un Fiat Panda es un propagandista, no pagado y pagante, de la marca Fiat y del modelo Panda). Una transmisi¨®n televisiva, para ser fiel a la realidad, presenta a varios j¨®venes que llevan la camiseta con la citada etiqueta. Los j¨®venes (y los viejos) ven la transmisi¨®n y compran camisetas con la etiqueta porque "hace m¨¢s joven".
?D¨®nde est¨¢ el medio de comunicaci¨®n de masas? ?Y el anuncio del peri¨®dico, y la transmisi¨®n, y la camiseta? Tenemos, pues, no uno, sino tres, quiz¨¢ m¨¢s, medios de comunicaci¨®n de masas que act¨²an en canales distintos. Los medios de comunicaci¨®n de masas se han multiplicado, pero algunos de ellos act¨²an como medio de los propios medios, es decir, como medios de comunicaci¨®n de masas al cuadrado. ?Y qui¨¦n emite ahora el mensaje? ?Qui¨¦n fabrica la camiseta, qui¨¦n la lleva, qui¨¦n habla de ella en la pantalla del televisor? ?Qui¨¦n es el productor de ideolog¨ªa? Puesto que se trata de ideolog¨ªa, basta con analizar las implicaciones del fen¨®meno, lo que significa qui¨¦n fabrica la camiseta, qui¨¦n la lleva, qui¨¦n habla de ella: pero, seg¨²n el canal que se quiera considerar, cambia de alguna manera el sentido del mensaje, y quiz¨¢ su peso, ideol¨®gico. Ya no existe el poder aislado (?que en el fondo era un consuelo!)
?Quiz¨¢ queremos identificar con el poder al dise?ador que ha tenido la idea de inventar un nuevo dibujo para una camiseta, o al fabricante (quiz¨¢ de provincias) que cree que la vender¨¢, y que la vender¨¢ a gran escala para ganar dinero, como es lo justo, y no despedir a sus traba adores? ?O a quien acepta leg¨ªtimamente llevarla y dar publicidad a una imagen de juventud y desenvoltura, o de felicidad? ?O al realizador de televisi¨®n que, para representar a una generaci¨®n, hace que uno de sus personajes luzca la camiseta? ?O al cantante que para cubrir gastos acepta el patrocinio de la marca de la camiseta? Todos dentro y todos fuera, el poder es inaprehensible, y ya no se sabe de d¨®nde procede el proyecto. Porque, sin duda, existe un proyecto, pero ya no es internacional, y por tanto no puede ser criticado a trav¨¦s de la cr¨ªtica tradicional de las intenciones. Todos los catedr¨¢ticos de teor¨ªa de la comunicaci¨®n que se han formado a base de textos de hace 20 a?os (yo incluso) deber¨ªan ponerse seriamente al d¨ªa.
?D¨®nde est¨¢n los medios de comunicaci¨®n de masas? ?En la fiesta, en la celebraci¨®n, en la conferencia organizada por la asesor¨ªa de cultura sobre. Emmanuel Kant, que ya ha visto a mil j¨®venes sentados en el suelo para escuchar al severo fil¨®sofo que hizo suya la admonici¨®n de Her¨¢clito: "?Por qu¨¦ quer¨¦is llevarme a todas partes, oh analfabetos? No he escrito para vosotros, sino para quien puede entenderme". ?D¨®nde est¨¢n los medios de comunicaci¨®n de masas? ?Qu¨¦ existe m¨¢s privado que una llamada telef¨®nica?
?Pero qu¨¦ ocurre cuando alguien deposita en el juzgado, la grabaci¨®n de una llamada telef¨®nica privada, de una llamada realizada para que fuese grabada, y para que fuese depositada ante el magistrado, y para que alguien del palacio de Justicia la transmitiese a los peri¨®dicos, y para que los diarios hablasen de ello, y para que las investigaciones fueran corruptas? ?Qui¨¦n ha producido el mensaje (y su ideolog¨ªa)? ?El est¨²pido que hablaba ignorante por tel¨¦fono, el que ha depositado la grabaci¨®n, el magistrado, el peri¨®dico, el lector que no se ha enterado y que; de boca en boca, perfecciona el ¨¦xito del mensaje?
?rase una vez los medios de comunicaci¨®n de masas, eran malos, se sabe, y hab¨ªa un culpable. Adem¨¢s estaban las voces virtuosas que denunciaban los cr¨ªmenes. Y el arte (?ah, por suerte!) que ofrec¨ªa alternativas a quiero no estuviera prisionero de los medios de comunicaci¨®n de masas.
Bien, todo aquello se acab¨®. Hay que empezar desde el principio y preguntamos qu¨¦ es lo que est¨¢ sucediendo.
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